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Mathieu Michel: El chef muestra las dos caras de los chilenos

Este premiado cocinero belga repasa cómo ha sido adaptarse a este país. ¿Lo malo? La gente interesada y la burocracia en los trámites. ¿Lo gracioso? No saber a quién tratar de ‘huevón’ y a quién no.

13 de Enero de 2015 | 16:55 | Por Ángela Tapia Fariña, Emol.
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Sergio Alfonso López, El Mercurio
“No hablo español”, dice el chef belga Mathieu Michel (@mathieumichel10), antes de explicar: “Hablo chileno y a mucha honra”, con un claro acento extranjero, adornado del sonsonete cantadito que caracteriza la forma de hablar nacional, con uno que otro garabato criollo incluido.

Ya son 10 años los que lleva este rubio de la ciudad de Gante, viviendo en Santiago. Y en este período, ha trabajado y abierto restaurantes, se transformó en chef embajador de la marca de electrodomésticos de lujo Miele, y hasta fue reconocido en 2010 como Chef del Año, según el Círculo de Cronistas Gastronómicos del país. Hoy, además de proyectos como la pastelería “El toldo azul”, en Isidora Goyenechea, entrega asesoría de hoteles y restaurantes con su empresa Toro 10.

Exitoso currículum para alguien que debió luchar contra la tradición familiar de médicos y psicólogos para dedicarse a la hotelería, y que le valió una reunión familiar dirigida por su abuelo para tratar el tema de por qué su nieto había decidido trabajar en servicio. “Fui la oveja negra, pero convencí a mi familia porque desde que tenía 14 años que venía trabajando en esto. Partí lavando los platos en un restaurante donde solo trabajaba el dueño, el chef y yo. Un día el chef no llegó y el otro me preguntó si podía ayudarlo o si llamaba a otro gallo. Dije que yo ayudaba… No podía ser tan difícil”, recuerda quien hoy considera a Chile su segundo hogar, pese a que al momento de pisar por primera vez estas tierras, apenas conocía algunos datos del país y no hablaba una gota de castellano.

“Llegué un día de lluvia, en abril o mayo. Había estado lloviendo como por diez días antes que yo llegara, así que en los pasos de nivel estaban inundados camino del aeropuerto a la ciudad. Yo me preguntaba ‘¿adónde llegué?’, pero al tiro fui muy bien recibido. Yo tenía una importadora chiquitita de vinos y me vine para acá buscando malbec y carmenere, pensando en tomarme un año para viajar por Sudamérica. Después, no me di cuenta y fueron pasando los años…”.

-¿No tenías contemplado quedarte a vivir aquí?
“Nunca”.

-¿Qué te convenció?
“El clima es la gran diferencia. Bélgica tiene todo para ser un país increíble pero hace frío nueve de los doce meses del año, hay muy poco sol. Yo prefiero una temperatura más optimista; me levanto y me acuesto sonriente, pero allá siempre está todo gris. Las cosas son distintas cuando vives en un país con harto sol, y aquí la gente no le toma el peso a eso, a lo privilegiada que es por tener tanta luz, a diferencia de países como Noruega o Rusia. Cuando hay sol, la gente siempre es más alegre”.

-¿Encuentras alegres a los chilenos?
“Sí. Me sorprende lo amables que son los chilenos. Encuentro que es un pueblo muy amable. En Bélgica son más bien cerrados. Otra cosa buena de aquí es que los supermercados estén abiertos siempre, lo encuentro alucinante. Mi vida cambió de noche a día con solo tener la oportunidad de ir a un supermercado un domingo a las 10 de la noche. Allá está todo cerrado”.

-Bueno, no todo debe ser tan bueno…
“No. Igual aquí hay cosas superficiales también. La gente se lleva bien con quien se tiene que llevar bien, y rara bien le caes bien a alguien de forma sincera. Pero se aprende a vivir con eso. Lo otro, tanta burocracia que hay para algunos trámites. Como extranjero, tengo que ir, sacar un número, después otro, hacer otra cola… Con cualquier trámite que tenga que hacer, sé que me tomará todo el día y que debo armarme de mucha paciencia. Si hay que pagar una multa, hay que ir a presentarte a un lado, pedir un papel, ir a otro lado a pagar y a otro a timbrar… Eso me cuesta un poco entenderlo”.

Otro tema que a Mathieu le costó entender fue la forma de hablar de los chilenos, pero no necesariamente por su rapidez, falta de articulación, y palabras propias del país. “Aquí pareciera que hay dos españoles, dependiendo de la situación económica que tengas, y que marca si hablas bien o mal.  Y para un extranjero, es muy difícil entender eso”.

-¿Qué te costó entender exactamente?
“Que si estás con compañeros de trabajo, hablan con el ‘huevón’ aquí y el ‘huevón’ allá, hasta que llega el jefe y cambian la entonación. Piensa que yo aprendí este idioma en la cocina, donde el ‘huevón’ es todo el rato, así que hablaba de igual forma con los cocineros y con los clientes, hasta que alguien me dijo que no podía seguir diciéndole ‘huevón’ a la gente que iba a comer al restaurante (ríe). Igual, la gente te perdona eso por ser extranjero. Al final le causa gracia que uno diga garabatos”.

-La cocina adentro es dura…
“Súper dura. Es súper sacrificado estar ahí, y eso que lo digo ahora, ya posicionado y desde el lado bonito de este trabajo. A los que aún no lo logran, a los que están pelando papas todo el día, por ejemplo, les tengo un gran respeto. Están siempre parados, con cambios de temperatura, mal pagados, estrés acumulado… Yo también pasé por eso. Para todos es duro el camino, pero hay que ser perseverante y saber cuál es tu meta, antes de llegar”.

-¿Eres rudo en la cocina?
“Sumamente”.

-¡Qué miedo!
“No falto respeto, pero me empelota mucho si no me gusta un plato y alguien de la cocina me dice que no me preocupe, si nadie ha alegado. Si él sabe que el plato no está bueno, y yo lo sé, ¿por qué conformarse con eso? A mí me interesa hacer lo mejor. Si no, no me sirve”.

-Muchos dicen que los jueces de los programas de cocina que hay en Chile ahora simulan el estrés y la dureza con la que se trabaja en la vida real.
“Mientras traten a la gente con respeto, está bien. Yo, por ejemplo, tengo la fama de ser muy complicado para trabajar porque soy súper perfeccionista, exijo mucho. Así que puedo entender, más o menos, por qué es ese trato”.

-Perfeccionista… También tienes fama de “respetar” los sabores de los alimentos. ¿De qué se trata eso?
“De donde vengo, la cocina es muy tradicional, similar a la francesa, pero mucho más liviana. Ése es mi origen, lo que sé de cocina, y trato de mezclarlo con productos chilenos, pero respetando el trato que tenemos con los alimentos, que es muy noble. El respeto va en que si vamos a hacer espárragos, respetemos que ése sea el sabor principal. Acá hay una moda de sobrecargar los platos con muchos sabores, texturas y cosas, y al final, no tienes idea qué estás comiendo”.

-¿Está muy mal eso?
“No digo que eso sea bueno o malo, pero soy más purista en mi forma de cocinar. Al final, lo que no debemos olvidar nunca es que un plato de comida nunca debe ser más que un plato de comida. Hoy está muy de moda el tema de la cocina, pero los cocineros, sobre todo, debemos recordar que lo que hacemos es eso, cocinar. No vamos a salvar el mundo con nuestros platos”.

-Habiendo ya ganado premios y logrado el éxito aquí, ¿qué te queda por hacer?
“Los reconocimientos no hay que desmerecerlos pero tampoco sobrevalorarlos. No me creo más o menos por ganar un premio. Al final del día, el mayor premio que puedes tener es sentirte feliz”.

-¿No te falta nada?
“Me falta hacer y lograr muchas cosas, no sé cuáles… Tener hijos algún día… Laboralmente, seguir en Miele, donde hemos logrado poner a la cocina mucho más incorporada en los proyectos inmobiliarios, que la gente asuma que es el eje central de hoy en día, como antes era el living o el comedor”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Viajar. Es una discusión eterna que tengo con mi mamá, porque dice que yo no ahorro plata… En el momento en que siento que tengo dinero, viajo. Para mí, absorber cultura es lejos la mejor inversión que uno puede hacer. Además, comiendo con la gente, con el pueblo en los distintos lugares, puedes aprender de su cocina y entenderlos”.

-¿Dónde has estado?
"Hay muchos lugares que me faltan por conocer, pero he estado en los cinco continentes. Hoy se hace más fácil poder hacer eso, hay más facilidades y hacen que el mundo cada vez sea más chico. Vietnam es el que más me ha gustado por la cultura, la forma cómo viven, la comida… El país es maravilloso, es súper sencillo. Todo el mundo es amable y comparte. Antes de decir 'yo quiero', se preocupan de ofrecer y preguntar ‘tú, ¿quieres?’. Chile también es uno de los destinos que más me ha gustado. Soy amante de Torres del Paine. Creo que he ido unas 15 veces ya, haciendo asesorías a hoteles. Estando allá, salgo con los gauchos a caballo a buscar los corderos. Para mí, es lejos lo mejor que puedo hacer; estar con gente local y no saber del mundo en cinco días. Y ése es uno de los pocos lugares en el mundo donde aún puedes hacer esas cosas".
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