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¿No estás bien con tu pareja? El cómo, cuándo y por qué de las crisis amorosas

Generan angustia, miedos y ganas de tirar todo a la basura. Pero son necesarias y, al superarlas, permiten vivir mejor. ¡Lee la columna de la psicóloga Patricia Collyer!

30 de Marzo de 2016 | 10:49 | Por Patricia Collyer
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Fotobanco
Las personas se pasan aproximadamente el 70% de la vida en pareja si se considera que, en promedio, la gente se casa a los 25 y que, hoy en día, la vida dura unos 85 años. Ése es el LARGUÍSIMO período en que uno está expuesto no sólo al amor y la felicidad, sino que también a las potenciales crisis que una relación amorosa conllevan. Así de crudo. Así de simple. No podría ser de otra manera, si pensamos que la vida es perpetuo cambio y movimiento, y que en ese trajín, la existencia siempre nos depara sorpresas y sobresaltos. De otro modo, seríamos como agua estancada. Las crisis nos aseguran el movimiento del agua, el cambio, para bien o para mal.

Es bello y es riesgoso vivir. Y amar. Especialmente amar, porque allí ya son dos en un baile muy apretado, que pueden asfixiar o llevar a la gloria. De a dos es más difícil. Pensemos esos juegos de pequeños en que nos amarrábamos los pies y debíamos caminar juntos… Es mucho más fácil caminar ¡y correr! si lo hacemos sin amarras. El punto es que lo que ansía el ser humano es perpetuarse a través del amor, uniéndose una y otra vez (si es necesario) a una pareja "hasta que la muerte los separe". Y allí entra el problema. Porque la vida de a dos no es fácil. Puede ser sublime pero que hay que saltar charcos, fosos o muritos. Más tarde o más temprano.

La antropóloga norteamericana Helen Fisher marcó un hito al estudiar el amor en el ser humano y concluir que el sustrato de éste era un cóctel bioquímico que hacía efecto por alrededor de cuatro años, el tiempo suficiente para criar en pareja a la prole humana. He ahí, entonces, la razón de por qué muchos matrimonios concluían al acercarse a sus 36 meses de vida. Es cierto, es una de las etapas en las que se producen crisis serias porque se acaba la pasión y hay que construir el vínculo, el apego, el amor romántico y calmo.

A la escasez de la química, en todo caso, la acompañan otros factores. Y éstos explican por qué hay muchas crisis, incluso al año de vida de pareja y, más comúnmente, a los tres años, es decir cuando se nos cae la venda y vemos a nuestro enamorado con su carita de príncipe pero también con sus ojitos de sapo. Cuando nos damos cuenta que las gigantescas expectativas respecto del matrimonio eran irreales. Algo que, en todo caso, puede ser una fructífera forma de aprender y de crecer, en forma individual y en pareja, si logramos compartir esos sinsabores y sacar provecho de ese diálogo.

Como lo expresa el psicólogo catalán Carles Panadès, "lo peligroso y lo duro de una crisis es que los recursos, las defensas, las estrategias, las capacidades, las conductas, las visiones puestas en juego hasta el momento y que resultaban útiles ya no sirven como antes…".

Cronología de "comezones"



Las crisis de parejas están rotundamente relacionadas con períodos claves de la vida. Cuando nos casamos estamos iniciando la transición entre la adolescencia y la edad adulta y, como si eso fuera poco, le sumamos el vivirlo con una persona que viene de otro mundo, que no es nuestra familia, que trae hábitos, costumbres y experiencias distintas y con la cual tenemos que arrendar una casa, compartir los gastos, ocuparnos de las labores domésticas, entre otras tareítas.

"Cuando te casas, un fantasma viene a tu casa. Durante el primer mes nos sentíamos raros, no como antes... Menos mal que nos duró un mes", recuerda una mujer sobre su época de recién casada.

No es extraño que al año de matrimonio, muchas veces nos sintamos asustados y enojados, sumidos en una de las primeras crisis de pareja. Nos dan ganas de volver atrás, a la casa de los padres o al cómodo departamento de solteros. Es por ello una etapa en la que es de vital importancia dialogar y negociar en forma adecuada los desacuerdos y conflictos. Para intentar sortear de mejor forma las próximas crisis.

Pero esto último no es fácil. Cuando hemos hecho acopio de tolerancia y comunicación, repitiéndonos que la vida es desafío y movimiento eterno, logramos salir de la crisis. Pero entonces nos embarcamos en traer hijos a este mundo. Y, por lo general, al tener nuestra primera guagua, caemos de lleno en la crisis de los tres años, donde nuestro adorado heredero nos quita tiempo para el sexo, para el sueño, para la diversión, y nos hace tomar conciencia que los bebés son más caros de los que suponíamos y que exigen mucho más de lo que pensamos, tanto en lo físico como lo emocional, obligando, entre otras cosas, al hombre y la mujer a convertirse en un padre y una madre.

Esta nueva crisis amaina porque nuevamente recurrimos a la tolerancia, la comunicación y a la mayor sabiduría que nos va dando la suma de años en nuestro calendario. Pero cuando ya hemos matriculado al último niño en el colegio, estallan las cosas no resueltas y no dichas, que han estado cobrando fuerza en forma subterránea. Y llega la "comezón del séptimo año". La famosa crisis que hasta dio pie a una película de Marilyn Monroe.

Ya tenemos casi 35 años y nos hemos pasado buena parte del matrimonio poniendo en primer lugar a nuestros hijos, especialmente si somos la parte femenina en la sociedad conyugal. Hemos corrido de la pega a las reuniones de apoderados, a la tienda a comprar el disfraz y los útiles escolares, al control médico, al fonoaudiólogo y al cumpleaños infantil. Entretanto, hemos dejado de lado la idea de ese magister con el que soñamos y del cambio de pega que ansiamos porque no se pueden correr riesgos económicos en estos tiempos...

Nuestra pareja ha sufrido quizás menos el embate de este periodo álgido, donde ya llevamos siete años casados. O tal vez 10. Porque la comezón empieza a insinuarse a los siete años pero a veces hace crisis después. Y este sobresalto sí que es fuerte.

Es una de las crisis peligrosas, porque hay mucha más energía sísmica acumulada. En este momento pueden darse los brotes de infidelidad. De lado y lado. Hay ganas de refrescar el paisaje y la mente. Y a veces se piensa que una canita al aire no le hace mal a nadie. Como señala la bloguera Viki Morandeira, "debemos tener en claro que una infidelidad es una señal de alarma para nuestra relación; nos avisa que algo va mal, que hay una rendija en nuestra casa, una puerta que se quedó abierta y por la que se escaparon los sentimientos que al principio eran más fuertes y que con el paso del tiempo fueron apagándose. Es una señal que nos indica que nos falta comunicación, intimidad, seguridad en el otro, algo falla y es necesario remediarlo".

Este real tsunami afectivo generalmente no se vive en forma discreta, de modo que a la crisis se suma otra carga: el manejo de una infidelidad. Porque esto también requiere de sabiduría. No se trata de que haya que matar o morir, como creen algunos seres primitivos que terminan apareciendo en la crónica roja. Se trata de abrirse al diálogo más que nunca. Y aceptar que la pareja no son dos medias naranjas sino que cada persona es una naranja entera. Una naranja que además no es monógama por especie, razón por la cual está dentro de las posibilidades que sienta que otra persona pueda atraerle o hacerle pensar que llenará más sus expectativas.

Más adelante, la vida nos enseñará que no hay que ir por el prado vecino porque este siempre parecerá más verde que el propio, aunque nunca lo sea... También nos enseñará que nadie en la vida puede llenar TODAS nuestras expectativas. Y que lo más probable que lo que nos ha estado faltando está en nosotros y aún no nos hemos dado cuenta o no lo hemos descubierto.

Cuando logramos salir de esta gran crisis incólumes -o al menos, sin secuelas graves- nos volvemos a topar con otros de los grandes baches de la pareja: la crisis de la mediana edad. La llegada a los 50 años nos encuentra cuando ya llevamos 25-30 años casados y nuestros hijos ya partieron, solos o acompañados, a hacer su vida. Empieza el síndrome del "nido vacío", y poco después el del miedo a la vejez y el fin de la vida laboral, la crisis del jubilado, cuando te estorba un marido todo el día metido en la casa.

Esta crisis puede tener también como ingrediente la inseguridad por la pérdida de la juventud y del atractivo físico, lo que puede llevar a los miembros de la pareja a buscar compensación en personas más jóvenes, o a querer demostrar que aún tienen las hormonas suficientes para atraer al sexo opuesto.

Si hemos volcado todas (o casi todas) nuestras energías y municiones amorosas y económicas en los hijos y la familia, o nos hemos inyectado en forma cotidiana sobredosis de trabajo y stress, es probable que el nido vacío nos lleve a sentir que vivimos en una casa, ya no un hogar, con un desconocido. Sin embargo, cuando las parejas han sido capaces de resolver conflictos y crisis en las etapas anteriores, las cosas son más fáciles. Influye en la superación de esta última crisis el tomar conciencia que en esta etapa de la vida lo que necesitamos es el cariño y el apoyo de nuestra pareja. Felizmente, es lo que generalmente ocurre ya que los matrimonios que han logrado arribar a esta fase, han logrado la estabilidad que da haber aprendido cómo negociar los espacios de poder y haber logrado confianza e intimidad.

En suma, es claro que las crisis son parte de la pareja, aunque nos generen angustia, miedos y ganas de tirar todo al tacho. Cuando soñamos compartir nuestras escobillas de dientes y al cabo de un corto tiempo de convivencia, vemos la toalla mojada siempre tirada en la cama o el WC chorreado, entramos en crisis. Cuando la mujer solo tiene ojos para la guagua y el marido busca evadirse con los amigos y el trago, hay una crisis. Cuando un día nos damos cuenta que parece que ya no estamos enamorados de nuestra pareja, estamos en crisis.

El antídoto para estas picazones es tener claro que las crisis son altos en el camino que, al superarlas, nos permitirán vivir mejor. Para ello, debemos recordar que el matrimonio no es un estado sino un proceso, como la vida, donde hay que compartir lo que estamos sintiendo para darnos cuenta que muchas cosas nos pasan a los dos y que para cortar las crisis de raíz, sólo se puede actuar de a dos, con suma paciencia y perseverancia.

Saludos,

Patricia Collyer, Periodista y Psicóloga de la U. de Chile.
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