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Blog de pareja: Matrimonios por acuerdo, ¿el amor nace o se hace?

Patricia Collyer estuvo en Marruecos, donde se instruyó respecto a lo que los locales piensan del amor, el sexo y el matrimonio. Aquí nos cuenta las conclusiones a las que llegó.

04 de Julio de 2016 | 12:13 | Por Patricia Collyer
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Estuve en Marruecos y, pensando en mi blog, tuve largas conversaciones sobre el amor, el sexo y el matrimonio con personas de ese país. Desde luego, quedé muy impactada con todo el ritual que involucra la unión conyugal, con sus tres días o más de fiesta, las fingidas retenciones de la novia cuando llegan los amigos del novio a "secuestrarla", y el gasto enorme de recursos para mantener entretenidos y satisfechos a todos aquellos vecinos que quieran unirse al festejo. En fin, un ritual más o menos conocido.

Pero lo que más me llamó la atención es un tema que siempre me ha intrigado respecto de las uniones concertadas o arregladas por las familias: el lugar que ocupa el amor. Y debo decir que cada día estoy más proclive a pensar que el amor tiene mejor pronóstico cuando no hay que hacerse cargo de la elección del novio o la novia (desde luego, no estoy hablando de la horrenda realidad de los matrimonios forzados, donde niñas son obligadas a casarse para prostituirlas u otros espurios fines, algo que constituye otra historia).

Me contaba un hombre marroquí de 33 años que él confiaba a ciegas en la elección que hiciera su madre respecto de su futura esposa."Ella me quiere, quiere lo mejor para mí, tiene la sabiduría de la edad, es bondadosa y conoce a las mujeres de mi pueblo. ¿Quién mejor que ella para orientarme y proponerme una persona?", me decía. Eso sí, me aclaraba que no era obligación aceptar las propuestas de su madre. "Si yo o la mujer elegida no aceptamos la idea de casarnos, no lo haremos", me explicaba.

Sin embargo, con un hijo soltero de 33 años como él, su madre se había puesto bastante insistente. "No quiere que pase de julio de este año para casarme…", me contaba. Y aunque a él no le parecía aún un plazo suficiente, al menos agradecía que no le hubieran elegido novia al momento de nacer. "A mi hermana y a mi hermano les tuvieron desde siempre a unos primos como candidatos, con quienes crecieron juntos prácticamente", decía y agregaba que después de 10 o más años de matrimonio, cada uno de ellos seguía felizmente casado. ¿Y el amor? "El amor surge", fue la segura respuesta de Hamid.

Y creo que tenía razón. En nuestra moderna concepción occidental del vínculo conyugal, el amor surge cuando sentimos un misterioso sacudón químico que nos nubla la razón y nos embarga el corazón, como rezan miles de canciones románticas el que, tarde o temprano, nos lleva a tomar decisiones contundentes, drásticas y a veces irreversibles en tiempos relativamente cortos (el plazo muchas veces va en directa relación con el grado del terremoto químico que suframos). En fin, nos casamos con toda la dicha y la obnubilación del mundo. Radiantes, recordamos la frase final de todos los cuentos de hadas -"se casaron y fueron muy felices"- a la vez que escuchamos, embriagados de felicidad, al cura dictaminar que nos estamos uniendo hasta que "la muerte nos separe".

Sin embargo, nadie nos avisó que el cóctel químico que nos llevó a tomar tamaña decisión tenía fecha de vencimiento. Las sustancias euforizantes que produce el cuerpo los primeros seis meses del amor, declinan por obvias razones de salud física y mental: nuestro corazón no resistiría eternamente una presión arterial similar a la que provoca la cocaína, metiéndonos en ese estado de enamoramiento donde no dan ganas de dormir ni de comer sino solo de amar a nuestro enamorado; nuestro cerebro tampoco resistiría lidiar por años con emociones tan potentes, que nos impedirían concentrarnos en el trabajo o criar a los hijos, a la hora en que éstos lleguen.

En suma, el cóctel químico del que tanto disfrutamos cuando nos enamoramos en forma libre, sin ninguna coacción familiar o económica, muta en algo que no esperábamos ni preveíamos. En términos científicos, podemos decir que pasamos de la endorfina y la oxitocina a la dopamina, una sustancia que nos calma fisiológicamente y que, por ende, nos lleva a un nuevo punto de partida: construir el vínculo amoroso ya sin la colaboración de la química.

En este punto es donde considero que se juntan las dos concepciones: la de la unión libremente elegida que parte de un amor pasional abrasador que termina, sin embargo, la mayor parte de la veces en fuego de paja, es decir consumido; y la de la unión concertada por otros, que promueve el encuentro entre dos personas que no se conocen químicamente pero que sí tienen a su favor los argumentos de una serena y meditada elección, donde se han considerado múltiples factores de afinidad. Y que con ello como equipaje, deben partir a crear el amor de pareja. Un punto al que nuestra pareja libre ha llegado después de un año, dos o cuatro de matrimonio, al darse cuenta que el amor debe construirlo a partir de tolerancia y trabajo cotidiano.

Lo increíble es que pareciera que la versión que tanto nos choca del matrimonio concertado tiene muchas más posibilidades de éxito. Según señalaba "The Huffington Post" el año 2012, en Estados Unidos y Canadá los matrimonios de este tipo tenían una tasa de divorcio de 4%, mientras que en los matrimonios por amor o donde uno escoge la pareja, la tasa de divorcios era del 50%. Agregaba el medio que según informes de la Unicef de ese año, a nivel global, la tasa de divorcios de matrimonios arreglados era del 6% y en la India, del 1,1%. El portal precisaba que el 55% de los matrimonios en el mundo eran arreglados (estadísticas que cubrían no solamente costumbres y religiones de todos los países, sino la realeza y la aristocracia) siendo los novios mayores que las novias un promedio de 4,5 años.

El portal informativo destacaba también ciertas ventajas de los matrimonios arreglados -no forzados, que es otra historia- frente a las uniones de "libre elección". Entre éstas, mencionada el alivio de tensiones para quienes están en edad de casarse. "Ninguno de los dos tiene que estar adivinando con quién va a ser compatible, ni si es querido o no; tampoco hay juegos sociales ya que cada cual es libre de ser como es; no tiene que aparentar lo que no es". Y una de las más razones más relevantes apuntaba a la prolongación (incluso perpetuación) de los valores familiares y las creencias compartidas, propósito que se reforzaría con la llegada de los hijos "porque se crían con las mismas creencias y valores".

No dejan de ser argumentos válidos. Más aún si pensamos que, en nuestra lógica, todo lo que brilla no es oro de modo que las maravillosas ofertas que nos pueden hacer en la época de la conquista de pareja pueden ser palabras al viento de chantas profesionales. También corremos el riesgo de que, a pesar del amor loco y pasional del inicio, las cosas pueden arruinarse porque somos tan distintos en nuestra forma de pensar que al cabo de un año, ya no soportamos las diferencias. O puede ocurrir que vengamos de familias tan dispares económicamente que el "contigo pan y cebolla" puede terminar, más temprano que tarde, haciendo explotar la relación.

Hoy en día, señalan algunos, redes como Tinder u otras de selección se parejas, harían las veces de "arregladores" de uniones amorosas. No deja de ser cierto. Te inscribes y, con su mega equipo de cientistas sociales, las empresas del corazón se encargan de buscarte el candidato más afín en todos los sentidos. Lo ves en una foto, y puedes o no prendarte de él o ella. Es decir, como en una unión arreglada, a la primera visita que concierten las familias casamenteras, te puede parecer grato o no a los ojos el o la candidato. No hay más razones en ese momento. Solo una química inicial. Claro que en el caso de las uniones arregladas, no te dejan vivirla y elaborarla sino hasta después de una ritual espera, donde probablemente acumules ganas y sumes fantasías. Y cuando llegue el día del casamiento, todas tus energías estarán dirigidas a que esta unión resulte porque estás convencido que es lo mejor para ti y para todos.

Y parece que resulta. Porque construir el vínculo amoroso entre un hombre y una mujer es un proyecto, como cualquier otro. Y si eliges las variables y las acciones adecuadas, no tienes por qué fracasar. En todo caso, tienes más probabilidad de tener éxito que cuando si crees que el amor es un milagro, que surge de un rincón misterioso e insondable y que crece por obra y gracia del espíritu santo.

Saludos,

Patricia Collyer, periodista y psicóloga de la Universidad de Chile.
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