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¿Un modelo que no volverá?: El adiós a la gigantesca fábrica de Bata que será demolida en Melipilla

La semana pasada comenzó la obra. La sucursal de Bata levantada en los años sesenta en Melipilla reflejó la bonanza económica de la transnacional, pero también el declive a comienzos de los 2000. Con su casa matriz de Peñaflor convertida en bodega, el legado sigue vivo.

08 de Julio de 2016 | 15:46 | Por Natalia Ramos Rojas y Daniela Pérez G.
REVISTA VIERNES DE LA SEGUNDA

María Angélica se baja del auto y no puede creer lo que ve. Frente a ella, las rejas de la antigua fábrica de zapatos Bata, en Melipilla, están abiertas y hay gente circulando en las instalaciones que fueron cerradas hace once años. Desde que fue despedida, en 2001, no volvió nunca más al lugar donde trabajó por 31 años. Ahí conoció al que, dice, fue su único y gran amor, y gracias a ese empleo pudo comprar su casa y mantener a su hijo. Pero los problemas vinieron desde oriente: la crisis asiática primero, y la importación de zapatos desde China después, minaron el terreno fértil que la empresa cultivó por más de medio siglo en Peñaflor y Melipilla, siendo esta última sucursal la más perjudicada con el cierre total de la fábrica y la posterior venta del terreno en 2009.

El lunes de esta semana, en la tarde, la visita de María Angélica coincide con la de uno de los nuevos dueños del predio de casi 48 hectáreas, que Bata adquirió en 1963. Está ahí supervisando el avance de los trabajos que comenzaron hace diez días y, aunque pareciera que la fábrica vuelve a tomar vida, la realidad es otra: las personas con overol azul que circulan no tienen otra labor que desarmar los galpones y demoler algunas de las construcciones, preparando el terreno para levantar una ciudad satélite proyectada hace más de cinco años.

Rápidamente, María Angélica entra a un galpón enorme, iluminado con luz natural y completamente vacío. Camina buscando referencias. Feliz, se detiene sobre una mancha de grasa en el suelo. “Aquí estaba mi máquina”, dice, sobre el puesto de trabajo que ocupó por más de 25 años. Luego mira hacia atrás. “Allá, en ese muro, trabajaba mi viejo”.

Los batinos


En Chile, durante décadas, los zapatos Bata fueron una carta segura gracias a su calidad y precio accesible. Se convirtieron en un referente y en una marca arraigada a nuestra cultura local. Tanto, que muchos creen que nació en nuestro país.

Bajo el liderazgo del empresario Thomas Bata, la compañía surgió en 1894 en Zlín, actualmente República Checa. Enfrentaron la Primera Guerra Mundial y la posterior escasez de materiales, contexto hostil que modificó su modelo de producción para reducir el valor de los zapatos a la mitad. De esta manera, Bata no tardó mucho en volverse el líder de la industria del calzado en Europa.

Ser el número uno no sólo significaba hacer el mejor zapato, sino también mantener felices a sus trabajadores. Para lograrlo, construyeron viviendas, colegios, hospitales, imprentas e incluso centrales químicas alrededor de las fábricas. Verdaderas ciudades que en la década del 30 se expandieron por el mundo, cuando el hijo del fundador, del mismo nombre, concretó el sueño de su padre de internacionalizar la marca. Así llegaron a tierras tan lejanas como Singapur, África del Norte y al pequeño pueblo de Peñaflor, en Chile, en agosto de 1939.

“En esa época estábamos rodeados de fundos y casi todos trabajaban en agricultura. Hasta que llegó Bata. Mi tía, que tenía terrenos, les vendió todo su predio, con un río incluido, a 30 centavos el metro cuadrado. Todos los muchachos que egresaban de sexta preparatoria y que luego iban al campo, tuvieron otra posibilidad de progreso. Peñaflor pasó de ser un pueblo agrícola a uno industrial y ganó renombre en Chile y el exterior”, cuenta Alfredo Lascar (88), que trabajó en la empresa a los 13 y 14 años.

Pero el modelo industrial de la empresa checa no es propio de Bata. Presente desde fines del siglo XIX en todo el orbe, tomó unos años en llegar hasta Chile. “En general la lógica de ‘industria sinónimo de progreso’ es algo que se instala en el país durante los años 20, 30 e incluso los 40 y 50, y trae consigo la creación de servicios que antes no estaban en el pueblo y trabajadores con más dinero para dedicarlo a otras actividades. Son grupos que salen de la pobreza producto de la llegada de este tipo de industria”, explica el historiador Cristóbal García-Huidobro, académico de la UC, que puntualiza que, por sus características, es “un modelo que hoy no se podría replicar dadas las lógicas del mercado nacional, que es una plataforma en materia de bienes y servicios, pero que no es rentable para que una industria se instale a producir”, agrega.

En su mejor momento, Catecu Bata –el nombre de la fábrica hasta hoy– albergó a más de cinco mil operarios y se convirtió en la empresa de calzado más importante del país. Ese crecimiento los hizo aspirar incluso a crear una ciudad propia, la que estuvo planificada cerca de Talagante, en la zona que actualmente ocupa FAMAE, y que llevaría el nombre de Bataflor. “Lamentablemente había que hacer un puente y no quisieron. Al final fue mejor para Peñaflor, porque potenciaron Catecu”, explica Alfredo Lascar.

Luis López (84) fue uno de los miles de trabajadores que gozaron de la época de bonanza de Bata en Peñaflor. Huérfano desde los 8 años, llegó al pueblo en 1952 gracias a su hermano carabinero que era cercano a los gerentes de la fábrica. “En ese momento yo trabajaba en una empresa de químicos en San Bernardo y él pensó que aquí había una mejor oportunidad. La diferencia era harta; si en Santiago ganaba mil, acá recibía diez mil”, explica Luis.

Sin experiencia en el rubro, Luis fue creciendo dentro de la empresa. Su gran incentivo eran los beneficios. “En regalías, uno recibía un sueldazo. Yo, que me casé y tuve tres hijas, no me tenía que preocupar de los zapatos, por ejemplo, para eso nos regalaban dos pares al año, a cada uno. Además, semestralmente había una repartición de un seis por ciento de las utilidades, había bonos y hasta vacaciones para mi familia en Quintero”, explica.

Gracias a Bata, Luis pudo habitar una casa de la empresa. En 1970 fue expropiada por el gobierno de Salvador Allende y pasó a ser de su propiedad. “Es una de las primeras que se construyeron al lado de la fábrica, en una de las dos poblaciones de Bata en Peñaflor, que hasta hoy se llaman Catecu y Bata SAC”, explica sobre las villas donde residían los trabajadores con cargos más importantes, mientras que los obreros, con la ayuda de la empresa, formaron una unidad de cooperativas que, a unos kilómetros de la planta, construyó cerca de mil viviendas.

Pero así como Luis disfrutó de los beneficios durante sus 40 años de servicio, también fue testigo del impacto que tuvo la llegada de los militares al poder y la posterior apertura del mercado, que trajo consigo la aparición del zapato chino. “Ahí cambiaron las cosas. El 73 se fue todo a las pailas y todas las semanas despedían gente”, recuerda. Él supo reconocer la amenaza y en 1985 decidió retirarse. “Con el dinero que recibí compré tres negocios y construí una casa atrás de uno de ellos. Siempre me decían que era amarrete, pero a diferencia de otros batinos, yo tenía mente de economista y no me farreé la plata”, asegura. Hoy, con nostalgia, Luis reflexiona sobre la importancia que tuvo la fábrica en su historia: “En Bata crecía la industria y crecía uno. La empresa fue todo para mí, fue mi posibilidad de tener otra vida”.


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