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A 77 años del arribo a Valparaíso: Hablan los nietos del Winnipeg

En 1939 llegaron a las costas chilenas 2.256 republicanos derrotados de la Guerra Civil Española. Entre ellos, jóvenes que luego serían protagonistas de la vida pública chilena. Hoy algunos descendientes asumen esta herencia.

02 de Septiembre de 2016 | 15:53 | Por Cristóbal Bley, Revista Viernes.

“Según mi mamá, en lo que más me parezco a mi abuelo es en el mal genio”, dice Gracia Castillo Balmes, nieta del pintor José Balmes, Premio Nacional de Artes en 1999 y fallecido este domingo a los 89 años. En el cementerio El Totoral fue su funeral, muy cerca de Isla Negra, donde estaba su casa de descanso. Ahí, sin mal genio y con mucha tranquilidad, ella identifica lo que heredó de este artista y activista político, precursor del informalismo y militante comunista, profesor y sindicalista.
“También comparto con mi abuelo el placer por el debate, que haya distintos puntos de vista, y también un amor profundo por lo nuevo, las vanguardias, lo marginal y lo inesperado”.

Como su abuelo, como su abuela –Gracia Barrios– y como su madre –Concepción Balmes–, Gracia también es artista visual. En noviembre tendrá una exposición individual en la Casa Museo Michoacán de Los Guindos, en La Reina. A ese lugar llegaron a vivir en 1943 Delia del Carril y Pablo Neruda, que unos años antes, desde Francia, lideró la gestión para que 2.256 refugiados españoles vinieran a Chile en un barco, escapando de la Guerra Civil. Uno de ellos, con apenas doce años, fue José Balmes Parramón.

Hoy, 2 de septiembre, se celebra el aniversario número 77 del arribo del SS Winnipeg a Valparaíso, un carguero repleto de exiliados republicanos, derrotados ese año por el ejército de Francisco Franco. Si bien no fue el primero ni el único de los barcos que trajeron españoles a nuestro país, sí terminó siendo el más emblemático, tanto por el glamoroso liderazgo de Neruda –“Este es mi mejor poema”, dijo después– como por la multitud que consiguió transportar.

“De todos los barcos que salieron de España con refugiados, este fue el que más pasajeros llevó”, dice Julio Gálvez Barraza, autor de los libros Neruda y España y Winnipeg: Testimonios de un exilio. “Ni el Mexique ni el Ipanema, que son los que fueron a México, ni tampoco los que se dirigieron a República Dominicana, llevaron tantos pasajeros en un único viaje como el Winnipeg”.

Su importancia no se quedó únicamente en lo humanitario: los miles de catalanes, aragoneses, vascos y navarros, que en su mayoría tenían militancias comunistas, socialistas e incluso anarquistas, tuvieron una gran influencia en el país, que en ese momento vivía el primer gobierno del Frente Popular, liderado por el Presidente Pedro Aguirre Cerda. “Los inmigrantes del Winnipeg incidieron en la sociedad chilena”, dice Gálvez Barraza, “y la cambiaron para mejor”.

José Balmes venía de Montesquiu, una villa catalana de mil habitantes de la cual su padre, Damià, fue alcalde representando a la Izquierda Republicana. Allí tuvo algunas clases de pintura, en las cuales ya demostraba un talento que se terminó de forjar en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile. En 1952 se casó con la chilena Gracia Barrios. “Mi abuelo habló mucho de dónde venía, y siempre lo hizo con mucho orgullo”, dice Gracia Castillo Balmes. Era un contador de historias innato y siempre le relató sus anécdotas, tristes y felices, de la guerra y su travesía en el Winnipeg. “Mi papá murió cuando yo tenía 8 años, así que mis abuelos siempre fueron de mucho apoyo para nosotros. Y mi abuelo, en particular, se fue convirtiendo en una de las imágenes más importantes de mi vida”.

Otra imagen tenían los conservadores chilenos cuando el barco venía en camino. “Miles de indeseables rojos, que profanaron templos, que asesinaron, llegarán pronto”, advertía El Diario Ilustrado, y no fueron pocos los parlamentarios que se opusieron o condicionaron esta masiva llegada de refugiados izquierdistas.
“Muchos diputados y senadores atacaron duramente al gobierno por traer a los republicanos”, cuenta Gálvez Barraza. “Se opusieron a que vinieran y cuando llegaron a un leve consenso, le dijeron a Aguirre Cerda: okey, pero tráigame campesinos y obreros, en ningún caso pensadores, intelectuales o escritores, de esos no”.

La mano de Neruda, que había sido cónsul en Madrid durante la República, se notó, y finalmente llegaron obreros y artistas, como el mismo Balmes. “Él siempre estará presente en mí”, dice Gracia, “tanto en el arte como en su política. Su aporte fue tan grande que siempre lo veré. Ya echo de menos sus historias, las más fascinantes que escuché en mi vida”.

Lee el reportaje completo en revista Viernes.
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