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Tener un buen envejecer: El desafío de la salud ante el aumento de la esperanza de vida

En tiempos en que la ciencia ha permitido que se viva más, el bienestar y tranquilidad de los ancianos no parecen avanzar al mismo ritmo. Ante esto, la neuróloga Andrea Slachevsky plantea que el reto es hacer de la longevidad un período menos terrible.

13 de Enero de 2017 | 15:23 | Por Cristóbal Bley, Revista Viernes.
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El Mercurio
“No es país para viejos” se llamaba el libro de Cormac McCarthy, que luego fue una película de los hermanos Coen, y aunque ambas obras demostraban con éxito que el mundo está cambiando más rápido que las personas, lo cierto es que este planeta está cada vez más lleno de ancianos. Según la Organización Mundial de la Salud, para 2025 la población de adultos mayores llegará a ser de unas 1.500 millones de personas, superando por primera vez a la de menores de edad. Que sea un mundo de viejos, eso sí, no significa que estemos preparados para integrarlos.

“Prolongar la vida, un eterno desafío” se llamó el panel que hubo este martes en el Congreso Futuro. Moderado por la neuróloga Andrea Slachevsky, la charla intentó dejar claro que el objetivo de la gerociencia, área que estudia el envejecimiento, no es prolongar la vida indefinidamente, como muchos creen, sino justamente mejorar las condiciones de quienes sobrepasan los 60 años.

“Hay que tener mucho cuidado”, dice Slachevsky, académica de la Universidad de Chile y subdirectora de GERO, un centro de gerociencia, salud mental y metabolismo. “El objetivo de las personas que trabajan seriamente en el envejecimiento no es la inmortalidad ni aumentar de manera extrema la esperanza de vida, sino que uno logre envejecer bien y que la vejez se transforme en la mejor época posible”.

-¿Hay alguna tendencia en algunos científicos a buscar esa prolongación como un bien en sí mismo?

Si uno logra retardar la aparición de enfermedades crónicas, va a aumentar la esperanza de vida, pero no de manera tan significativa. Sí hay un grupo, que yo no me atrevería a llamar científicos, que tiene la esperanza o la ilusión de que uno pueda hacer intervenciones genómicas, de mejoría del hombre, para prolongar de manera extraordinaria la esperanza de vida. Hay un francés, Laurent Alexandre, quien ha dirigido al movimiento transhumanista, quien dijo que ya nació la persona que vivirá mil años. El mito de la inmortalidad ha existido siempre. Nadie sabe qué va a pasar, pero no hay ninguna evidencia científica de que eso que están diciendo sea verdad.

-La velocidad con la que ha aumentado la esperanza de vida, si bien es un triunfo de la ciencia y la medicina, también se ha transformado en un arma de doble filo: por un lado vivimos más, pero por el otro las sociedades no parecen muy preparadas para eso. Las enfermedades son costosas y las pensiones no alcanzan.

Más que de la ciencia y la medicina, creo que el cambio fundamental se debe a la mejoría de las condiciones de vida debido a los factores socioeconómicos. La ciencia algo ha ayudado, pero la gente está viviendo más porque está viviendo mejor. Uno de los principales factores de los determinantes de salud que se asocian a mayores tasas de mortalidad es la desigualdad. Ser pobre también significa tener una menor esperanza de vida. Hay que tener mucho cuidado de pensar que lo médico es tan importante. Los factores socioeconómicos, los que alteran la calidad de vida, son los que tienen el mayor impacto.

Ahora estamos en una situación súper adversa, en el sentido de que vivimos más, pero esos años extra lo hacemos en malas condiciones. Tanto desde el punto de vista de salud –vivimos más y nos enfermamos más– como del económico –vivimos más, pero más pobres–. Ahí se plantean temas como la edad de jubilación, si hay que postergarla o no; o el estigma de ser viejo, el ageism como se dice en inglés, y que hoy es un importante factor de exclusión social.

Otro debate interesante es qué pasa con los ancianos que, por sus enfermedades, se hacen dependientes de otros. En algunos países se discute si este es o no un problema de toda la sociedad, y si se deben crear impuestos solidarios para financiar los cuidados de estas personas dependientes, que cada vez son más. Otros plantean que habría que hacer todo lo contrario, y no prestar fondos públicos a quienes envejecen mal, ya que eso sería consecuencia de sus malos hábitos de vida. Más allá de eso, los estudios, por lo menos en Chile, demuestran que la tasa de adultos mayores dependientes es muy alta: está entre el 30 y el 40 por ciento.

¿Se puede establecer un límite ético respecto de seguir explorando la longevidad? El cuerpo humano no debe estar diseñado para vivir cientos de años.

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