El Cusco es una ciudad encantadora y cosmopolita que no solo sorprende por ser la puerta de entrada a una de las zonas arqueológicas más impresionantes del Cono Sur y que tiene su máxima representación en Machu Picchu. Esta ciudad también posee un encanto propio con su gente y tradiciones que la convierten en un destino más que recomendable para visitar.
Viajar hasta esta ciudad durante Semana Santa es toda una aventura y una vivencia inolvidable que, además, permite conocer un poco más de los pueblos que dan vida al continente.
Durante esta fecha, esta urbe ubicada al sureste de Perú, es escenario de una de las procesiones religiosas más grandes que se viven en el vecino país y es lugar de peregrinación de miles de personas que llegan hasta su Catedral para cumplir con antiguos ritos de celebración.
José Concha, Product Manager Latinoamérica en COCHA, comenta que quienes se animen a viajar al Cusco durante la Semana Santa podrán presenciar “una de las procesiones religiosas más importantes de Perú, donde la figura del Señor de los Temblores -también conocido como el Taytacha de los Temblores- recorre las calles de la ciudad, congregando a cientos de personas que esperan ver la imagen de Cristo pasar”.
Las estrechas calles de la ciudad y los miles de fieles que se vuelcan a venerar la imagen sagrada hacen de esta peregrinación un ritual como pocos en esta zona del vecino país y resulta casi imposible para los viajeros no ser parte del evento.
La historia del Cristo
El Cristo de los Temblores es una imagen religiosa que, según algunas versiones, fue regalada a los indios de la zona por el Rey Carlos V quien mandó a tallarla a Sevilla con especificaciones claras ya que debía tener rasgos fuertes y descarnados además de un color cobrizo a semejanza de los habitantes del Cusco, todo con el objetivo de conseguir una identificación con esta y asentar no solo la dominación por la espada, sino también religiosa.
La historia indica que dicha imagen nunca llegó al Cusco y que en el camino fue cambiada por otra que fue tallada por un artesano de la zona. De color negro, esta imagen religiosa fue ubicada al interior de la Catedral de la ciudad y su adoración por parte de indios, señores y esclavos comenzó el 31 de marzo de 1650 cuando un fuerte terremoto sacudió toda la zona y sólo se detuvo cuando la imagen fue sacada y puesta en la puerta del templo mirando hacia la ciudad. De ahí su actual nombre.
Con el pasar del tiempo se corrió la voz de su condición de imagen milagrosa hasta llegar a convertirse en el patrono de la urbe, instancia que se celebra el último domingo de octubre.