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Juan Pablo II expresa su angustia por las guerras en Vía Crucis

El Sumo Pontífice llevó esta noche la cruz en la última estación del Vía Crucis que presidió en el Coliseo de Roma, donde meditó un texto suyo: "La Tierra se ha convertido en un cementerio, un gran planeta de tumbas", dijo. Pero agregó que jamás se podrá asesinar la esperanza ni impedir la victoria de Cristo sobre la muerte.

18 de Abril de 2003 | 17:57 | EFE
CIUDAD DEL VATICANO.- Juan Pablo II llevó esta noche la cruz en la última estación del Vía Crucis que presidió en el Coliseo de Roma, donde expresó su angustia por las guerras que azotan muchas partes del mundo y afirmó con firmeza que los cristianos no pueden permanecer indiferentes ante tanto grito de dolor.

Al final de la misa, el Papa no leyó el discurso preparado sino que improvisó un sermón de más de 15 minutos, lo que muestra que su mente aún está clara.

"Estamos aquí en el Coliseo. Un símbolo del gran imperio romano, pero este imperio colapsó y aquí los mártires cristianos dieron su vida", expresó.

"Es difícil hallar un lugar donde el misterio de la cruz hable de manera más elocuente que aquí", dijo el Papa, elevando el tono de su voz al decir esto.

Mirando a la Cruz y ante varias decenas de miles de personas, el Papa Wojtyla dijo que la victoria final no será de la muerte y que la última palabra es Dios.

Juan Pablo II se refirió también en ese discurso a las afrentas contra la dignidad humana, "por desgracia perpetradas muchas veces en nombre de Dios".

Ante esas situaciones, el Obispo de Roma exclamó: "¿Podemos mantenernos indiferentes ante esos lacerantes gritos de dolor que se alzan desde tantas partes del planeta?".

El anciano Pontífice, de casi 83 años, no caminó durante la ceremonia, que presidió desde la colina del Palatino, frente al Coliseo. Teniendo como fondo una inmensa cruz hecha con antorchas, recordó que en este 2003 se cumple el vigesimoquinto año de su pontificado, que nunca en estos 25 años faltó a la cita del Coliseo el Viernes Santo y que en esta ocasión se produce en un momento muy difícil para el mundo (la guerra en Irak).

Con voz fuerte y clara, el Papa se refirió a la "mucha sangre vertida por tantas víctimas del odio, de la guerra y del terrorismo".

Por ello, angustiado por la guerra en Irak, Juan Pablo II quiso que en este Vía Crucis las meditaciones fueran un texto suyo, que escribió en 1976 cuando todavía no era Papa, pero que es de gran actualidad, ya que dice: "La Tierra se ha convertido en un cementerio, un gran planeta de tumbas".

"La Tierra se ha convertido en un cementerio. Cuántos hombres, cuántos sepulcros. Un gran planeta de tumbas. Entre todas las tumbas esparcidas en los continentes de nuestro planeta hay una, la del Hijo de Dios, el hombre Jesucristo, que venció a la muerte con la muerte", escribió Karol Wojtyla para unos ejercicios espirituales que predicó al Papa Pablo VI.

El Sumo Pontífice agregó en su meditación que aunque cada día haya más tumbas en el planeta, jamás se podrá asesinar la esperanza, ni impedir la victoria de Cristo sobre la muerte, y subrayó que hay que reavivar la esperanza de la paz y la justicia.

Esta ha sido la tercera ocasión en la que el Papa Wojtyla escribe las meditaciones del Vía Crucis. La primera fue en 1983, durante el Año Santo de la Redención y la segunda en el año jubilar 2000, cuando se cumplieron dos mil años del nacimiento de Cristo.

En las meditaciones de 1984 escribió que Jesús es el único signo de salvación para el mundo y en las del año 2000 puso su pensamiento en el tercer milenio de la era cristiana, que llegaba tras un siglo marcado por dos guerras mundiales y numerosos conflictos regionales.

El Vía Crucis discurrió por el interior del Coliseo, el famoso anfiteatro Flavio -que recuerda los sufrimientos de los primeros cristianos-, continuó por delante del Arco de Constantino y concluyó subiendo las escaleras que llevan a la colina del Palatino.

La procesión fue guiada por el cardenal vicario de Roma, Camillo Ruini, que llevó la Cruz en las primeras estaciones.

Después el símbolo de los cristianos fue portado por una mujer colombiana, de Bogotá, vestida con el traje típico de Colombia; por tres africanos (uno de Liberia, otro de Sierra Leona y el otro de Egipto), y por frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa.

También fue llevada por la viuda y el hijo del fallecido médico Carlo Urbani, el primero que identificó la gravedad del síndrome respiratorio agudo y grave, más conocido como la neumonía atípica asiática.

Antes de que la tomara el Papa, la cruz fue portada por una familia iraquí, subrayando de esta manera que Juan Pablo II tiene su pensamiento en Irak.

El Vía Crucis fue instaurado en 1741 por orden del papa Benedicto XIV. Tras decenas de años de olvido, en 1925 volvió a celebrarse en dicho anfiteatro de la Ciudad Eterna.

En 1964 Pablo VI acudió al Coliseo para presidir el rito y, desde entonces, todos los años acude el sucesor de Pedro.

Antes, el rito de la Pasión del Señor

No obstante, el Papa no sostuvo este Viernes Santo la Cruz durante el rito de la adoración que se celebró en la basílica de San Pedro del Vaticano durante la conmemoración de la Pasión del Señor, cediendo el símbolo de los cristianos al cardenal Joseph Ratzinger.

Juan Pablo II, que presentaba aspecto cansado, presidió la conmemoración de la Pasión del Señor sentado en una silla con ruedas frente al altar mayor.

En años anteriores el Pontífice siempre tomaba la Cruz durante el rito de la adoración. Este Viernes Santo, para evitarle fatigas, la Cruz la tomó el cardenal prefecto de la congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), que la presentó a Juan Pablo II y la tocó.

Este año, por segundo consecutivo, el Papa debido a su delicado estado de salud tampoco pudo cumplir el Jueves Santo, otro de los ritos que siempre ha realizado a lo largo de su pontificado: el de lavatorio de pies de los doce presbíteros.

En su lugar, el lavatorio lo hicieron los cardenales Angelo Sodano, secretario de Estado vaticano "número dos" de la Santa Sede, y Joseph Ratzinger, que repitieron el gesto de Jesús con los doce apóstoles, con el que asumió su condición de siervo de los hombres.

Cada cardenal lavó y besó los pies de seis presbíteros, bajo la atenta mirada del Pontífice.

Al igual que ayer, el Papa se desplazó hoy por la basílica de San Pedro en una silla con ruedas que tiene un mecanismo que le permite subir o bajar según las necesidades y que le facilita oficiar misas o ceremonias permaneciendo sentado.
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