WASHINGTON.- En un famoso equívoco durante una entrevista, la consejera para la Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Condoleezza Rice, se refirió a George W. Bush como "mi marido", poniendo así en evidencia la complejidad de su relación con el presidente de Estados Unidos, que acaba de nominarla como su nuevo canciller.
Como en un matrimonio, la relación entre Bush y "Condi" tiene también un costado simple, el de la perfecta sintonía política entre ambos. Nunca antes como ahora el Departamento de Estado será conducido por un secretario tan en armonía con el pensamiento del presidente, algo que ni siquiera ocurrió en los años de Richard Nixon y Henry Kissinger.
Fue Rice quien entrenó a Bush en temas de política exterior en los primeros pasos de la campaña para las presidenciales del 2000, cuando el candidato republicano era todavía el inexperto gobernador de Texas.
Las "lecciones" continuaron durante estos cuatro años en la Casa Blanca y en las frecuentes conversaciones entre ambos en los fines de semana transcurridos en la residencia presidencial de Camp David y el rancho familiar de Crawford.
"Condi" está en condiciones de completar las frases de Bush, está en contacto telepático con el presidente", afirmó un miembro del Consejo para la Seguridad Nacional, el delicado organismo conducido por Rice en el primer gobierno Bush.
Ese puesto le permitió trabajar en estrecho contacto con el presidente -su oficina está a pocos metros de la West Wing de la Casa Blanca- pero también la obligó a mediar, casi siempre con poco éxito, entre la línea "blanda" de su predecesor, Colin Powell, y la "dura" del vicepresidente, Dick Cheney, y el ministro de Defensa, Donald Rumsfeld.
De los choques entre las dos facciones, que a menudo salieron al descubierto, Rice fue a menudo el árbitro gracias a su poder de influenciar, como casi ningún otro funcionario en la administración, las decisiones del presidente Bush.
Powell salió a menudo con los huesos rotos de estas batallas, una tendencia que provocó frustración y resentimiento en el Departamento de Estado. Se prevé que no todos los funcionarios de la cancillería recibirán a Rice con los brazos abiertos.
Rice no goza del prestigio internacional de Powell. Su experiencia ejecutiva está limitada al mundo universitario (fue administradora de la Universidad de Stanford, en California, durante seis años), y su mayor habilidad es la negociación tras bambalinas.
La nueva ministra de Exteriores norteamericana no ama los reflectores, a pesar de sus sueños juveniles de pianista y patinadora, y queda por verse qué tan profunda resulta su capacidad de sobrevivir a los testimonios ante el Congreso, donde las cuestiones de política exterior crearon numerosos dolores de cabeza para la Casa Blanca.
Por otro lado, la complejidad de su relación con el presidente surge especialmente de las diferencias de origen.
Nacida en una Alabama segregada, obligada a buscar ser siempre la mejor ("por la doble desventaja de ser mujer y negra", según ama repetir), Rice probó en carne propia las humillaciones que un blanco privilegiado como Bush ni siquiera conoce.
De todas maneras, se convirtió en un miembro más de la familia Bush.
Rice, quien nunca se casó, es invitada fija del clan del presidente para la fiesta de Acción de Gracias, durante las cuales ambos repiten la costumbre de mantener largas conversaciones, no solo sobre política sino también sobre deporte, otro pasión que los une.
Los amigos dicen que Bush tiene con su "maestrita" del nombre imposible a la que llama "Condi" una relación padre-hija, a pesar de que le lleva solamente ocho años.
No es un secreto en Washington que Rice aspiraba a ocupar el cargo de Donald Rumsfeld, pero el ministro de Defensa, a diferencia de Powell, no parece todavía tener intenciones de renunciar.
Otro sueño de Rice, recordado hoy por Bush, es el de convertirse, algún día, en presidente de la organización del fútbol americano.
"Es un puesto que no tengo el poder de conferirle", se excusó bromeando el presidente.