CRACOVIA.- Cuando comenzaron a sonar las campanas anunciando la muerte del Pontífice, la gente reunida frente a la Curia Episcopal de esta ciudad literalmente se desplomó. Algunos se arrodillaron, otros se encogieron llorando, unos pocos incluso se desmayaron ante la noticia, haciendo correr a la Cruz Roja que ya se encontraba presente.
Se había muerto el Papa. Su Papa. El Papa de Cracovia, el mismo que en todas sus visitas se asomaba aquí mismo, en esa ventana del Edificio Episcopal para dialogar y rezar con su pueblo. El pueblo donde pasó gran parte de su vida e inició su carrera religiosa.
Ahora, esa misma ventana se encontraba cerrada, decorada solamente por dos banderas con los colores del Vaticano y unas cintas negras para mostrar un luto que literalmente todo el pueblo de Cracovia lleva.
La plaza, que ya contaba con personas haciéndole vigilia al Papa prácticamente las 24 horas, se comenzó a llenar más aún luego de enterarse la población local del fatal anuncio.
A las 11 de la noche (17:00 horas en Chile), prácticamente toda Cracovia estaba presente. Y todos los medios de comunicación que con sus móviles, cámaras, focos, micrófonos y despachos en vivo completaban la escena.
Mientras los medios trabajaban con efervescencia los primeros minutos de la noticia, lentamente los ánimos entre los devotos se habían comenzado a calmar y a acostumbrarse a la idea que su Papa ya no los vendrá a ver.
Durante su pontificado, el Papa viajó a su natal Polonia en ocho ocasiones, más que ningún otro destino.
Aunque aún algunos dejaban ver, sin reprimirse, la pena que sentía en este momento, la mayoría fijaba la vista en el suelo o en su vela que tenía en la mano para recordar a ese hombre que, normalmente, los saludaba desde la ventana.
En esa pequeña plaza, de la pequeña Cracovia que ahora en adelante será recordada por uno de los hombres más conocidos del mundo.
Islas de velas
Pequeñas islas de velas se iban formando en los alrededores, algunas iluminaban solitariamente alguna parte del suelo entre los presentes, otras formaban una hilera alrededor del la iglesia.
El frío y la noche pasaron a segundo plano bajo los focos de los medios y la masa de gente que seguía creciendo o circulando de esta plaza a otra iglesia o viceversa.
Familias completas, parejas, niños, jóvenes, algunos arreglados, otros sacados recién de la cama, otros acompañados por sus perros o en bicicleta. Era prácticamente imposible moverse por algunos sectores.
El que estaba acá era para rezarle al Papa. Si no, para hablar o despachar sobre los que estaban acá para despedirse del Pontífice.
"Si se muere el Papa será el fin de una parte de nuestra historia”, comentó en la tarde una polaca que ya había venido varias veces a rezarle al Santo Padre durante el día. Sabe de lo que habla. Sabe que para Polonia el Papa era más que la cabeza del Vaticano.
Vivió el cambio del comunismo a la democracia en su país, "que pasó gracias a él", sintió como muchos otros polacos que alguien estaba ahí para decirles que no tengan miedo que "por ahí va el camino".
¿Qué pasará después? Ni ella ni el resto de Cracovia sabe. Porque independiente de que la vida en el Vaticano volverá a tomar su curso con un nuevo Papa, para Cracovia Juan Pablo II será irremplazable.