WASHINGTON.- Han pasado 20 años, pero aún llegan a las costas de Florida fragmentos de lo que fue un transbordador espacial, tardíos testimonios de una catástrofe que está entre los acontecimientos históricos más dramáticos del siglo XX.
El 28 de enero de 1986, el transbordador estadounidense "Challenger" se transformó en el cielo en una gigantesca bola de fuego, matando a los siete astronautas a bordo.
Con increíble espanto, millones de personas en Estados Unidos y en todo el mundo fueron testigos de cómo la nave espacial perdió su forma y pasó a ser una lluvia de fragmentos cayendo al mar.
El Challenger (cuyo nombre significa desafío) iniciaba su décima misión espacial. Momento oportuno para que la agencia espacial estadounidense NASA decidiera hacer debutar un nuevo programa, que permitía a una civil "totalmente normal" integrar la misión.
La maestra Christa McAuliffe, de 38 años, oriunda de New Hampshire, iba a dar clases desde el espacio, hacer más "asequible" la astronáutica para los humanos, avivar el entusiasmo y el espíritu pionero, crear un "sentimiento de unidad" en la investigación.
Fue el comandante del transbordador, Francis Scobee, quien envió la última noticia antes de la tragedia. "Challenger, potencia máxima", ordenó el control en tierra de la NASA a las 11:39 horas, tras el despegue número 25 de un transbordador. "Challenger, vamos a máxima potencia", respondió el comandante.
Entonces, la televisión mostró pequeñas lenguas de fuego debajo del tanque exterior, que estaba lleno de dos millones de litros de hidrógeno y oxígeno líquidos. Luego hubo llamas en el lado derecho del tanque, cada vez más, y los grabadores de la computadora de la nave registraron una explosión.
Un portavoz de la central en tierra, que obviamente aún no había visto las imágenes televisivas, continuó: "Un minuto, 15 segundos. Velocidades 2.900 pies por segundo, altura nueve millas náuticas..."
A las 11:40 horas, lo inconcebible fue puesto por primera vez en palabras: "No tenemos más contacto con el Challenger..." Seis días y 34 minutos debía durar la misión del transbordador, pero tras sólo unos 75 segundos todo había terminado.
Luto nacional
El presidente Ronald Reagan aplazó su discurso sobre el estado de la Unión en el Congreso, previsto para esa noche. Se dirigió por televisión en cadena nacional a su país, y condecoró a los siete astronautas como héroes.
Millones de personas participaron en los días siguientes en vigilias nocturnas. Desde el asesinato de John F. Kennedy el país no estaba tan convulsionado. Al mismo tiempo comenzaron los reproches y se iniciaron las investigaciones para determinar las causas del accidente.
Finalmente se concluyó: anillos de goma defectuosos, que debían haber sellado la unión entre los segmentos del cohete impulsor se volvieron porosos por las bajas temperaturas nocturnas y dejaron pasar gases calientes.
Sólo en 1988, tras la implementación de una gran cantidad de nuevas medidas de seguridad, se reanudaron los vuelos de transbordadores.
La NASA se mostró entonces optimista. Y durante 17 años fue todo bien, hasta el 1 de febrero de 2003, cuando el "Columbia", con siete astronautas a bordo, se desintegró cuando reingresaba a la atmósfera.
Aún cuando se extreman las medidas de seguridad, el nuevo accidente dejó patente los límites y la posibilidad de fallo de hombres y materiales en esta conquista del espacio.
