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Saddam: Fulgor, ocaso y fin del líder que se atrevió a confrontar a EE.UU.

Solo, indefenso y con una soga al cuello, quien alguna vez representó el máximo poder en el corazón de Medio Oriente, pagó con su vida. Para muchos, un mártir; para otros, simplemente un asesino.

30 de Diciembre de 2006 | 00:17 | El Mercurio Online

SANTIAGO.- Sentado en el trono de uno de sus 80 “palacios presidenciales”, llenos de lujo y con excesos que irritaban a los pobres de su país, parecía invencible. Cuando él hablaba, todos callaban, porque bastaba un comentario suyo para que alguien perdiera la vida.


Tenía dobles por si alguien quería matarlo y no dudaba en mandar las tropas ante la menor señal de insurrección. Sus pasos eran flanqueados por decenas de guardespaldas, que hoy no estuvieron cuando Saddam Hussein, otrora imbatible en Irak, enfrentó a la horca.


El poder de Hussein, su forma de gobernar y la crueldad de muchos de sus actos se forjaron en una vida dura, que lo llevó a lo más alto en un mundo lleno de traición y conspiraciones, terreno en el que demostró ser el mejor.


Saddam Hussein, cuyo nombre significa "el que confronta", nació en la localidad de Al-Ajwa el 28 de abril de 1937. Ante la ausencia de su padre, Hussein al-Majid, fue criado con extrema crueldad por su padrastro Ibrahim Asan.


A los 10 años, Saddam dejó a su madre Subha Tulfah para vivir con su tío Khairallah Tulfah, ex teniente segundo del Ejército iraquí, con quien partió a Bagdad. Allí se educó en el odio a los ingleses, quienes a principios del Siglo XX tenían a Irak como una de sus colonias.


Tulfah instó a Hussein a integrarse al Partido de Renacimiento Árabe Socialista (Baath) y fue allí donde el joven Saddam comenzó a gestar una vida llena de odio y sangre, pero que finalmente lo llevaría al máximo puesto político y militar de Irak.


Participó de los intentos de golpe contra el rey Faisal II, en 1956 y 1958, donde el general Andul Karim Quassim tomó el poder. Tras participar en un fallido golpe de Estado en 1959, escapó a Siria, donde permaneció exiliado.


De Siria pasó a Egipto, donde estudió derecho en la Universidad de El Cairo. Un golpe militar permitió su regreso en 1963. Con el Baath en el poder, supervisó las torturas de comunistas, socialistas, kurdos y aliados del destituido Kassem.


"Debemos matar a quienes conspiran contra nosotros", declaraba Hussein por esos días. Un nuevo golpe en 1968 lo dejó más cerca del poder total. A los 31 años, Hussein se convirtió en diputado y modeló el aparato represivo iraquí, inspirado en la KGB soviética y la Stasi de Alemania Oriental. Pronto incorporó a familiares en altos rangos, y fue nombrado teniente general del Ejército, sin siquiera haber hecho una carrera militar.


Período dorado


Desde que en julio de 1979 Saddam Hussein, con 42 años, reemplazó a Hassan al-Bakr en el poder, son muchas las historias y mitos que surgieron en torno al carismático líder.


Pese a contar con un sofisticado contingente de guardaespaldas, vivía con el constante temor a ser asesinado. Nunca dormía en sus 80 palacios, se bañaba dos veces al día y exigía una ducha previa a cualquiera que quisiera entrevistarse con él.


Tenía decenas de cocineros y siempre alguno de ellos probaba la comida antes que él a fin de evitar el envenenamiento. Contaba, además, con un número no precisado de dobles, que se asemejaban a él en todo sentido: el corte y color de pelo, sus vestimentas, su bigote y su forma de caminar, con una leve cojera que trataba de disimular.


La admiración que sentía el pueblo iraquí por su fallecido líder es un hecho que resulta innegable. Más allá de que sus triunfos electorales hayan sido cuestionables, los ciudadanos de Irak reconocían en Hussein un símbolo de lucha contra lo que ellos denominan "intrusos de Occidente".


El rostro de Hussein se pintó en casi todas las paredes de Irak, sus fotos se colgaron en casas y oficinas, y las leyendas sobre sus hazañas pasaron a ser parte de la vida cotidiana. Incluso, hizo su propia versión del Arco del Triunfo, claro que en vez de columnas, los dos brazos de Hussein son los que se levantaban cuarenta metros hacia el cielo para cruzarse en dos gigantescas espadas.


Era el período dorado de Hussein, quien aprovechó la riqueza petrolera de Irak para convertir al país en un modelo dentro del convulsionado Medio Oriente. Fue la época en que contó con el apoyo de figuras políticas de Estados Unidos y la ONU, quienes luego se arrepintieron de posar junto a él en las fotos.


A sangre fría


Su autoridad y frialdad quedaron de manifiesto en muchas ocasiones. A sólo una semana de asumir como Presidente, mandó a asesinar a 22 líderes políticos de su partido y a miembros del Consejo Revolucionario.


Tampoco tuvo piedad con dos de sus yernos, luego de que en 1995 éstos se marcharan con sus hijos y esposas a Jordania, y anunciaran a la prensa sus intenciones de derrocarlo. Hussein no tardó en ofrecerles el regreso y perdón: un gesto nunca antes visto en Saddam. Los yernos regresaron, pero apenas cruzaron la frontera fueron separados de sus esposas e hijos. A los pocos días, los medios anunciaron que habían aparecido muertos en un enfrentamiento.


Antes, en la guerra contra Irán en la década del 80, ya había reflejado el carácter fuerte y prepotente que tenía. Ocho años de duros y sangrientos enfrentamientos contra Irán, con un costo de un millón de vidas, no dieron espacio a la misericordia en el corazón de Hussein. Al finalizar la guerra sin vencedor, el líder iraquí quiso demostrar que era el más poderoso. Atacó en su propio país a los rebeldes kurdos que habían apoyado a las tropas iraníes. Para aniquilarlos usó armas químicas prohibidas, lanzando un terrible ataque con gas mostaza y gas sarín sobre la ciudad de Halabja con un efecto devastador: más de 700 civiles, entre ellos mujeres y niños, murieron en una forma horrible. Este hecho sellaría mucho después su destino.


Un Ejército desgastado, miles de vidas perdidas y un país cansado de casi una década de guerra, no fueron pretextos suficientes para evitar que Hussein decidiera invadir Kuwait en agosto de 1990, proclamándola como la decimonovena provincia iraquí.


Hussein prometió a su pueblo que ésa sería "la madre de todas las batallas", pero no pudo contra el poderoso Ejército aliado comandado por Estados Unidos. La Operación Tormenta del Desierto, en enero de 1991, devastó Bagdad y le dobló la mano al líder iraquí, quien vio cómo sus generales ordenaban la retirada de Kuwait, sólo un mes y medio después de comenzado el ataque.


El fin de los días


Esa fue una derrota para Irak, pero no para Hussein. Pese a abandonar Kuwait, se mantuvo en el poder mostrando al mundo que obtenía 100% de aprobación en las elecciones. Pero sus últimos días se acercaban.


Pese a no contar con la aprobación de la ONU, Estados Unidos se respaldó en una resolución del organismo para atacar nuevamente a Irak, el 20 de marzo de 2003, esta vez por no entregar las armas de destrucción masiva que supuestamente ocultaba y que después se demostró que no existían.


El ex dictador sobrevivió a dos ataques en su contra durante el conflicto, pero la entrada de las tropas a Bagdad lo obligó a la clandestinidad, la cual limitó su poder y precipitó su decadencia. El 13 de diciembre de 2003 fue encontrado en un agujero en el patio de una casa, sucio y aviejado, lejos de la imagen poderosa que proyectó durante sus 24 años de dictadura.


Tras ser apresado, se inició el proceso en su contra por la matanza de los civiles kurdos. Se cuestionó la legalidad del juicio, pero eso no impidió que el 5 de noviembre de 2006 fuera condenado a morir en la horca. Así, bajo la propia ley iraquí contra los asesinos, terminaron los días de quien fuera el hombre más poderoso y violento de Irak.

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