PARÍS.- Speedy Sarko, presidente bling bling, gallo galo. Ningún otro jefe de Estado francés acumuló tantos apodos como Nicolas Sarkozy. Y ninguno de sus predecesores fue tan impopular en su primer aniversario en el cargo como el "hiperpresidente".
El 6 de mayo de 2007, Sarkozy fue elegido con un 53 por ciento de apoyos; hoy, tras numerosas intervenciones en el límite del buen gusto, su reputación está por los suelos. El jefe de Estado ha llegado incluso a arrepentirse un poco y reconoce haber cometido errores. Eso sí, sólo "en la comunicación".
Respecto a sus aspiraciones reformistas, Sarkozy se mantiene indoblegable, incluso con prisas. Según los observadores, el "omnipresidente" sigue siendo en esencia el mismo torbellino de energía seguro de sí mismo. Por eso, los bajos niveles de popularidad que le conceden las encuestas resultan más dolorosos. De acuerdo con un sondeo del instituto BVA Opinion, casi dos tercios de los franceses tienen una mala opinión de Sarkozy.
Sus compatriotas critican por encima de todo que no haya cumplido su principal promesa electoral: elevar el poder adquisitivo. "Se han perdido las ilusiones", escribe la revista "Le Nouvel Observateur". Tampoco sus devaneos en público con la ex modelo y cantante Carla Bruni, hoy madame Sarkozy, ni sus ostentosos relojes y gafas de sol (al estilo bling bling) le hacen digno, a ojos de muchos, de presidir la "grande Nation".
"Lárgate, pobre gilipollas!", dijo Sarkozy en febrero a un hombre que se negó a estrecharle la mano durante su visita a una feria de agricultura; una sonada metedura de pata. "Se necesitará mucho tiempo para que el presidente vuelva a ganarse el corazón de los franceses", opina el diario conservador "Le Figaro".
Demasiadas esperanzas
En parte, la dura caída de Sarkozy se debe a las elevadas esperanzas puestas en él. Con el fichaje del fundador de Médicos Sin Fronteras, Bernard Kouchner, como ministro del Exterior, se hizo con un bastión de la izquierda; una "política de apertura" que debilitó enormemente a la oposición. Su apropiación de determinados temas propios de la izquierda comenzó ya en la campaña electoral contra la estrella mediática socialista, Ségolne Royal, y ahora, ante la crisis financiera, promueve una "moralización" del capitalismo.
Actualmente, la "apertura hacia la izquierda" llevada a cabo por Sarkozy se traduce más bien en un efecto boomberang, que en lugar de fomentar sus objetivos reformistas con una visión unitaria ha sumido a su gabinete en una espiral de acusaciones mutuas. Pero esta situación tiene los días contados: Su hombre de confianza y experto en medios Thierry Saussez, controlará a partir de ahora las intervenciones de sus ministros.
Tampoco es mejor la relación del presidente con el jefe del gobierno, Franois Fillon, que goza de una popularidad mucho mayor entre los franceses. Además, la oposición socialista ha recibido un nuevo impulso con su victoria en las elecciones municipales.
Si debido al viento en contra al gobierno le entra miedo y duda a la hora de poner en marcha su plan de ahorro más importante - eliminación masiva de puestos entre el funcionariado-, el objetivo de sanear el presupuesto para 2012 podría caer en saco roto.
La Comisión Europea ya ha hecho sonar las campanas de alarma y amenaza con abrir un proceso contra París por superar los límites del déficit público. Pero ni las advertencias de Bruselas ni su resquebrajado aparato de gobierno pueden frenar en estos momentos a Sarkozy, pues dentro de dos meses le espera el trampolín europeo: a partir de julio Francia asumirá durante seis meses la presidencia de turno de la Unión Europea.
Hasta entonces, Sarkozy deberá mantener a raya a su equipo, que se encargará de liderar los respectivos consejos de ministros. El presidente francés se ha marcado un ambicioso proyecto entre cuyos planes figura la evaluación de la política agraria europea -la mayor carga para las arcas de la UE-, de la que los agricultores franceses son los más beneficiados. También ha levantado gran expectación su polémico proyecto de crear una Unión Mediterránea, que entre otros ya ha topado con el freno de la canciller alemana, Angela Merkel.