Los habitantes de Osetia del Sur salieron con banderas a la calle para celebrar.
EFETSJINVALI, Georgia.- Con ráfagas de armas automáticas, concierto de bocinazos, banderas rusas y surosetas agitadas con frenesí, Osetia del Sur expresó su alborozo al enterarse que Rusia reconocía su independencia, un momento que su Presidente, Eduard Kokoity, "ha esperado toda su vida".
Poco después de que la noticia fuera anunciada en la plaza central de la capital, Tsjinvali, por altoparlantes colocados en un camión azul, apareció un coche cuyos ocupantes agitaban tres banderas, la rusa, la suroseta y la de Abjasia, el otro territorio separatista georgiano también reconocido por el Kremlin.
Decenas de personas se concentraron seguidamente en la plaza, mientras los automóviles dieron inicio a un incesante ballet en las calles de la ciudad, entre los numerosos tanques rusos aún presentes, tocando la bocina a más no poder y con las coloridas banderas ondeando al viento.
El Presidente Eduard Kokoity, que llegó en automóvil, subió a un estrado para dirigirse a sus compatriotas.
"Nuestro pueblo ha esperado este día durante 18 años", declaró en medio de un jaleo ensordecedor. "He esperado este momento toda mi vida", agregó el líder, que habló en ruso y en oseto.
Un fuerte olor a pólvora invadió Tsjinvali al ritmo de disparos ininterrumpidos en el aire y ráfagas de Kalachnikovs.
"Los disparos, los escuchamos desde hace 18 años", dijo Maia, una vendedora de una tienda situada cerca de edificios en ruinas del gobierno y del Parlamento que no quiso dar su apellido.
Maia hacía alusión de esta manera a las guerras que marcaron la historia de Osetia del Sur desde que proclamó unilateralmente su independencia de Georgia a comienzos de los años 1990, tras la caída de la URSS. La última de éstas se remonta a la ofensiva de las fuerzas georgianas que intentaron recuperar el territorio en la noche del 7 de agosto.
"Estamos muy contentas, sentimos alegría", dijo Maia.
"Pero aún tenemos miedo de que todo vuelva a empezar. Nunca estaremos tranquilas", confiesa una colega suya, Larissa, antes de taparse los oídos para atenuar el ruido de los disparos. En ese momento, una bala entró en el interior de la tienda y quedó incrustada en una silla.