CALIFORNIA.- En el Año Nuevo de 2006, la vida parecía sonreírles a Bruce y Sylvia Pardo, recién casados, con ingresos combinados de unos 150.000 dólares anuales, una casa de medio millón de dólares en una tranquila calle cerrada y un perro llamado Saki.
Pero pronto, las cosas se complicaron, y los documentos en los tribunales reflejan la creciente desesperación de Bruce Pardo luego de perder a su esposa, quedarse sin empleo y luego sin perro. Para finales de 2008, Pardo estaba pidiéndole a un juez que su esposa le diera una pensión y cubriera los honorarios de su abogado.
La debacle de Pardo concluyó en la Nochebuena, cuando el ingeniero eléctrico de 45 años se disfrazó de Santa Claus y asesinó a nueve personas en la casa de sus ex suegros en Covina, donde se realizaba una fiesta. Luego, el atacante usó un artefacto de fabricación casera, que llevaba oculto como si fuera un obsequio navideño, para rociar combustible en la casa e incendiarla.
Pardo había planeado huir a Canadá tras la matanza, pero sufrió quemaduras de tercer grado en el incendio —que derritió parte de su disfraz, adhiriéndoselo a la piel—, y decidió suicidarse, según los investigadores.
Su cadáver, con un tiro en la cabeza, fue hallado en la casa de su hermano a unos 64 kilómetros (40 millas) del lugar del ataque.
Los asesinatos ocurrieron seis días después de que Pardo y su ex esposa comparecieron en un tribunal para consumar su divorcio. La policía cree que entre los muertos están Sylvia, de 43 años y sus padres, Joseph Ortega de 80 años y Alicia, de 70.
Las otras víctimas serían los dos hermanos de Sylvia Pardo y sus respectivas esposas, así como la ex cuñada del atacante y un sobrino de 17 años. Pero la policía no ha identificado a las víctimas porque según el forense, los nueve cadáveres estaban tan quemados que ello resultaba imposible.
Los amigos, consternados, dijeron que no había rasgo alguno en Bruce Pardo que sugiriera el inminente ataque.