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El balance de un festival que sigue vivo

Viña 2002 pasa de curso porque fue capaz de crear un par de momentos mágicos cada noche: si su promedio es bajo es porque insiste en rellenar con mala calidad tiempos que podrían haber sido mejor usados.

26 de Febrero de 2002 | 16:55 | Paulo Ramírez, EMOL
SANTIAGO.- De los 33 números artísticos que presentó este XLIII Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar, 15 eran completos o casi completos debutantes en este escenario. Los 18 restantes, entre ellos todos los platos realmente fuertes del certamen, habían estado antes en la Quinta Vergara.

Por eso que el festival deja esa sensación de haber sobrevivido a una nueva versión, pero no de haber avanzado de manera importante. El único avance realmente notable fue de infraestructura: un anfiteatro majestuoso, un escenario amplio y lleno de posibilidades, una iluminación de tremenda capacidad y un sonido más potente y nítido que nunca (con inevitables ripios, por supuesto).

Cada noche tenía un número fuerte, y la mayoría de ellos se comportó a la altura de las expectativas: Cristián Castro, Ricardo Montaner, La Ley, Juan Gabriel y Chayanne por partida doble entregaron lo que de ellos se esperaba y en algunos casos un poco más. Pero ninguno de ellos fue novedad en el escenario; más bien recrearon sus éxitos seguros, provocando el delirio hormonal de siempre en el caso de Cristián Castro y Chayanne; la respuesta a la entrega y a la calidad musical en el de Montaner y Juan Gabriel, y el reconocimiento de un trabajo bien hecho en el de La Ley.

Si hubo algo de sorpresa fue en la excelente respuesta a actuaciones que en el papel no parecían las de primer orden, como Los Jaivas, Germán Casas, Buddy Richard, Paulina Rubio, reina de la provocación, Myriam Hernández, que dio una lección de humildad y de capacidad interpretativa, y, particularmente, Fito Páez, que llevó al público de la Quinta Vergara a un nivel de adrenalina que no se había percibido en ninguna de las noches anteriores.

Pero esta versión también trajo algunos abusos de confianza, como la larga presentación de Tito Fernández, El Temucano, quien se pasó de vivo y realizó casi la misma rutina que en Viña 2001. Piero también abusó tras haber callado a las graderías con su proverbial pasividad: hizo un "Ojalá" especialmente largo y añejo. Abusó también Paulina Rubio, quien escondió su escasez vocal con saltos, carreritas, un vestido a punto de desbordarse por los flancos y mensajes feministas superados por la historia y los hechos (que le vayan a decir a los argentinos eso de que "si las mujeres gobernaran el mundo no habría guerras...). Abusó Natalia Oreiro, la que debió haber recibido una lección definitiva de que la simpatía no basta para ser considerado un artista. Abusaron los chicos de Axe Bahía, a los que ya salir a bailar a ese escenario les quedaba grande, pero ellos además decidieron cantar. Y abusó más que nadie Gloria Benavides, que se aprovechó de la sensibilidad a flor de piel de la Quinta Vergara e hizo llorar a sus colegas de televisión anunciando la despedida de "La Cuatro Dientes" de Viña del Mar, cuando hace años que por estas latitudes no se la veía. Abusó la comisión organizadora al creer que lo de Lucho Gatica y Antonio Prieto era un homenaje, cuando resultó casi una ofensa (no fue humillación, porque los grandes, cuando son humildes, no pueden ser humillados). Abusó, finalmente, la eternidad del espectáculo cada noche.

En todo caso, más allá de que el promedio pueda resultar bajo, debido sobre todo a la abundancia de números de relleno, como As Meninas, Axe Bahía, Raúl, Arturo Ruiz-Tagle y Melody, o a la falta de novedades causada por un exceso de artistas ya vistos, Viña 2002 dejará en el recuerdo unos pocos momentos de alto nivel, a cargo de las pocas verdaderas estrellas nacionales e internacionales que llegaron hasta aquí.

Este año, el festival pasó de curso, pero no fue el primero de la clase. Si hubo momentos mágicos (Myriam Hernández cantando "Gracias a la vida", Chayanne con "Yo te amo", La Ley con "El duelo", Los Jaivas con "Mira niñita", Soledad con "Todos juntos", Juan Gabriel con "Amor eterno" y Fito Páez con casi todo lo que cantó) fue porque la parrilla de artistas tenía varias fortalezas, evidentes u escondidas, y los invitados supieron hacer bien su trabajo. Se puede criticar al animador Antonio Vodanovic o a quien le da las instrucciones de haber sido arbitrario con la entrega de los reconocimientos pedidos por el público, pero de todas formas el recuento es elocuente: cuatro Gaviotas de Plata y 18 antorchas. Es decir, por lo menos hubo casi una veintena de momentos en estas seis noches en que alguna emoción vibró en el aire. La audiencia también entrega un buen indicador: en cinco jornadas el rating fue superior al del año pasado (en algunos casos muy superior) y en una fue igual (la noche inaugural).

No es mucho más lo que se le puede exigir a un Canal 13 que tuvo en el 2001 su peor año de audiencia, y que a punta de recortes y renegociaciones quedó más o menos bien parado para recibir el 2002. El Festival de Viña le sirvió este año no sólo para tener un buen febrero, sino para demostrar que en sus equipos profesionales y técnicos mantiene una importante capacidad de realización. A través de la pantalla, el festival se vio cercano a lo óptimo, con la salvedad de una cierta lejanía y desaprensión frente a la vitalidad que a ratos surge del escenario. Son simplemente detalles a corregir. Viña seguirá teniendo festival porque no hay en Chile un evento que se le acerque, ni siquiera en esa capacidad tan peculiar de convertirse en blanco predilecto de todos los ataques.
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