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El carrete eterno de Charly García

Tras comer algo en Valparaíso, García volvió al hotel O’Higgins cerca de las tres y media de la mañana. Ahí prolongó la fiesta en la suite 306 con algunos amigos, bourbon, whisky y hielo.

25 de Febrero de 2003 | 09:45 | Las Últimas Noticias
Especial Festival de Viña 2003

Viña del Mar.- A Charly García hay que tenerle respeto. A él le gusta que cuando habla, todos callen. Y si no es así, una mirada fulminante o un reto seco, capaz de expulsar al imprudente invitado de su lado, puede dar fin abruptamente a una velada.

Charly García
Hasta altas horas de la noche celebró el cantante argentino
Algo de eso sucedió la madrugada de ayer. Luego de su actuación en el Festival de Viña del Mar, donde se ganó una antorcha de plata, el rockero argentino comenzó a tejer otra de sus memorables celebraciones en el subterráneo del restaurante Portofino, de Valparaíso.

El trofeo estaba en el medio de la mesa del restaurante, pero el centro de atención era él. Lo acompañaban ejecutivos de su sello discográfico, amigos, sus músicos chilenos, su infatigable compañera María Gabriela Epumer y su novia, Florencia.

Charly sólo degustó unas machas a la parmesana y pisco sour. Después, se dedicó a cantar temas de The Beatles, Violeta Parra y de su propio repertorio.

“Ah, mirá, si le ponemos estos arreglos a Volver a los 17 y con esto por acá...¡Esto es éxito en marzo del próximo año! Qué mirás. Estoy hablando en serio, eh”, decía cuando el postre ya estaba servido.

Sin maquillaje y con las uñas pintadas de rojo, Charly había pedido privacidad y luces tenues. En el segundo piso del recinto estaban Los Nocheros y los ejecutivos de su sello se movían a dos bandos, tratando de satisfacer a ambas partes.

El ir y venir no le preocupaba a Charly, pero sí la distracción. Si él estaba en pleno trance con “Penny Lane” y un susurro se escuchaba en la oscuridad, bastaba un solo grito seco para cambiar el ambiente. “¡¡Calláte!!”. Y el silencio volvía.

Había vino, vodka, whisky de 12 años, pisco sour y mariscos a destajo. El rockero, de 50 años, tenía el ambiente distendido hasta que decidió hablar de la industria discográfica y la música.

Ahí se desmarcó de su personaje y le espetó a uno de los ejecutivos de su sello: “Quiero una campaña de Influencia 50 mil veces mejor que la de ahora. Televisión, carteles, tá, tá, tá. Yo estoy aquí arriba y después vienen los demás. ¿Quién fue “el” artista de este festival? Yo. Yo soy un genio y se me debe tratar como tal. Si no, no sé qué hago aquí. Que viene Britney Spears, Mambrú y toda esa camada de pelotudos que no sirven para nada. ¿Y qué pasa después? Nada. Yo soy el mejor. Te acordarás de mí”.

Fueron cerca de 30 minutos de monólogo. Después pidió el teclado de nuevo para amenizar la velada con algunos temas viejos. Hasta que a alguien se le ocurrió hablar mientras tocaba y se enfureció. “Me voy de la compañía”, dijo. Y se paró y se fue.

Cerca de las tres y media de la mañana, llegó al hotel O’Higgins. Se encerró en la suite 356 con algunos amigos y pidió bourbon, whisky y hielo. El festejo se alargó hasta las siete de la mañana y él sólo apareció por el lobby para despedirse en la tarde.

Su estadía en Viña había terminado.

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