MOSCÚ.- Un equipo de arqueólogos ha encontrado en una tumba escita la momia de una mujer que vivió en las estepas rusas tres siglos antes de Cristo y cuya principal peculiaridad es que sus adornos proceden del Egipto Ptolomeico.
El hallazgo se produjo durante las excavaciones de un "kurgán" o túmulo funerario en Manzherok, localidad de Altái, informaron hoy las autoridades de esta república del sur de Siberia, que subrayaron el carácter inédito del descubrimiento.
Si ya sólo la exhumación de una momia escita constituye un acontecimiento de gran calibre en el mundo arqueológico ruso, en este caso la relevancia científica fue mayor tras el exhaustivo examen de los collares y pulseras hallados en la tumba.
Según los arqueólogos, los abalorios fueron fabricados en Egipto, con probabilidad durante la dinastía Ptolomeica, instaurada tras la conquista del país del Nilo por Alejandro Magno en el año 332 antes de Cristo.
Los adornos, señalan los arqueólogos, siguen una técnica única greco-egipcia que constituyó en esos tiempos una innovación.
Puesto que la momia puede ser datada entre los siglos V y III a.C. y si los abalorios son realmente egipcios, este descubrimiento abre nuevas perspectivas al estudio de los lazos entre los nómadas escitas y los estados helénicos formados tras la muerte de Alejandro en Medio Oriente y Asia Central.
Los contactos de los escitas con la cultura helénica aparecen en los escritos de historiadores griegos, pero limitados a las fronteras del imperio persa y las riberas del Mar Negro (donde había importantes colonias griegas), nunca en tierras tan lejanas como el Altái.
El origen de los escitas
Los escitas eran miembros de un pueblo nómada que hablaba una lengua irania y que emigró de Asia Central al sur de Rusia en los siglos VIII y VII antes de nuestra era.
Estos nómadas son citados por los anales asirios, pero sobre todo por el griego Herodoto, quien, en sus "Historias", dejó constancia de que estos nómadas procedían de las montañas del Altái, en la encrucijada de Rusia, Kazajistán y Mongolia.
Científicos rusos explican que la expansión de los escitas del Altái hacia latitudes más meridionales y occidentales, como las estepas de Ucrania, fue debida a la presión de los mismos bárbaros que acabaron con la dinastía china Chou en el 771 antes de Cristo.
Esta migración de los escitas los llevó a chocar con los cimerios (otro pueblo estepario nombrado por los griegos) y a protagonizar incursiones en Asia Menor (atacaron Ninivé) e incluso Egipto.
Fueron los medos, otro pueblo que gobernó en Persia, quienes finalmente desplazaron a los escitas hacia el norte, más allá del Cáucaso, a las estepas de la actual Ucrania, desde donde alcanzaron también el Danubio.
A partir del siglo IV antes de Cristo, los escitas fueron desplazados por otros nómadas, los sármatas, quienes, a su vez, acabarían en las postrimerías del Imperio Romano sucumbiendo ante la belicosidad de los no menos feroces hunos.
El rastreo de kurganes -donde se han encontrado esqueletos de caballos e incluso carros de guerra escitas- fue uno de los atractivos de la arqueología soviética, heredado si cabe con más entusiasmo, pero con menos medios, por los historiadores rusos.
Los arqueólogos han encontrado tumbas de estos "centauros de las estepas" desde las costas del Mar Negro y el mar de Azov, hasta el bajo Dniéper, pero donde mayores hallazgos se han producido es en la cuenca del Kubán, entre el Volga y el bajo Don.
Los escitas a los que se refiere Herodoto son, sobre todo, estos habitantes del Kubán, río que desemboca en el Mar Negro y cuyos afluentes meridionales riegan las faldas del Cáucaso Norte, en una región, hoy como entonces, foco de culturas y de conflictos.
Los escitas destacaron por su habilidad para la lucha a caballo (con sus flechas emplumadas de terrible precisión), su crueldad en el combate (con la molesta costumbre de coleccionar las cabelleras de sus enemigos), su uso del cannabis, y, sobre todo, por su maestría para moldear el oro.
Los orfebres escitas han dejado auténticos tesoros áureos, con una especial obsesión a la hora de modelar animales reales como ciervos, caballos y pájaros, o imaginarios, como los fabulosos grifos de cabeza y alas de águila y cuerpo de león.
Y de nuevo es Herodoto, aunque esta vez coreado por Esquilo y Plinio el Viejo, quien nos dice que los grifos custodiaban el oro en las montañas de los escitas, no muy lejos quizá de la tumba de la princesa que se adornaba con collares de piedras del Nilo.