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La estrella fugaz (6/4/1997)

03 de Octubre de 2003 | 10:39 |
Daniel Quiroga

6/4/1997

¿Viene o no viene? El ambiente lírico chileno se sentía estremecido.

¿Era posible qe nuestra Cristina Gallardo-Domas dejara los compromisos europeos por unos días para cantar ante el público de Santiago? Todos conocían su vida de estudiante, alumna de Ahlke Scheffelt en la Escuela Moderna; luego, su aparición en el escenario del Teatro Municipal; el apoyo ganado para viajar al extranjero a perfeccionarse y, a los pocos años, su nombre en las carteleras de Estados Unidos y Europa. Tiene compromisos para cuatro años más.

De un salto, la pequeña y vivaz niña santiaguina, se transformó en compañera de las grandes figuras femeninas del arte lírico chileno que, de tranquilas estudiantes o mujeres de hogar, de un golpe hicieron de Chile el país de Isabel Martínez, Sofia del Campo, Rayén Quitral, etc., por nombrar sólo algunas de las representantes de un país en que doña Isidora Zegers, soprano absoluta, estableció el Conservatorio Nacional y el culto operístico en nuestra naciente república. En realidad son numerosas las mujeres cantantes que han dado a Chle su brillo en el exterior. Muchas voces sacrificando no sólo la tranquila vida de hogar, sino el “que dirán” de un medio social que autorizaba a las mujeres artistas, pero siempre que no se hicieran profesionales... Pero felizmente hemos cambiado. Es claro, también tuvimos a Pedro Navia, Ramón Vinay y otros varones.

Cristina Gallardo, sonriente y accesible, habló con cientos de personas y firmó autógrafos a quien se los pidiera. En las galerías monumentales de la nueva línea 5 del metro tomaba contacto con los auditores.

Allá era otra cosa. Aunque sin traje escénico, el personaje que encarnaba, teñía de matices expresivos su bello timbre de soprano lírica. La emisión homogénea en todo er registro le permitió sin esfuerzo ser la ingenua y atormentada Margarita, en “Mefistofele”, para transformarse en seguida en la coqueta y sensual Nedda de “I Pagliacci” o traducir los desafiantes pasajes de una Violetta, en “La Traviata”, donde con el manejo vocal, sin exigencia ni apremio, resolvió con brillo y comunicación el desafío verdiano. El público estalló en ovación luego de estos momentos de su recital, en que la cantante chilena e internacional entregó gran parte de lo que ha hecho su prestigio en el mundo lírico. Decimos gran parte, porque, indudablemente, un recital con orquesta, en un amplio local que hace necesario emplear amplificación y, es más, la proyección de la figura en una pantalla gigante, que a veces alteraba los gestos de la soprano, no podía representar con fidelidad lo que es Cristina Gallardo en el escenario.

Muy musical, muy serena y posesionada de su rol, Cristina obsequió, además, una versión delicada y hondamente sentida de “O mio babbino caro” del “Gianni Schicchi” de Puccini, y, como para agitar un pañuelo de despedida, el “Ay Ay Ay”, de Pérez Freire. La magia de una voz cautivadoramente manejada con inteligencia, técnica y musicalidad innata, quedó vibrando por mucho tiempo en el amplio recinto.

Y un elogio al trabajo del joven maestro Rodolfo Fischer, que va adquiriendo un oficio sobresaliente como acompañante en ópera. Su trabajo, atento y flexible frente al selecto número de ejecutantes, encabezados por el concertino Patricio Salvatierra, rodeó a la cantante del marco sonoro adecuado y eficiente. También logró superar los excesos de amplificación en los números de orquesta sola, de óperas de Verdo, Leoncavallo y Mascagni. Es de felicitar que una empresa de nuestro país elija la música como complemento de su trabajo en una fase importante de su desarrollo.

Ahora esperamos a la estrella en su regreso al escenario nacional para gozar de su trabajo en plenitud, pero ¿cuándo?.
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