EMOLTV

Recital de Elena Scherbakova (22/6/1998)

03 de Octubre de 2003 | 10:27 |
Federico Heinlein

22/6/1998

La pianista rusa Elena Scherbakova presentó en el Instituto Cultural de Providencia un programa cuyo primer bloque estuvo dedicado a Mozart y Chopin. Los extremos de la Sonata en Fa mayor (Koechel 332), de Mozart, parecían reflejar el temple indómito de un Beethoven. Casi prescindiendo del pedal, y a mil leguas de urbanidad cortesana, la energía y los sforzati en el primer Allegro, así como la índole tormentosa del segundo, mostraban una personalidad de enorme carácter, sólo pasajeramente ablandada en el Adagio.
Al comienzo sentimos cierta tensión de la pianista, que momentáneamente le fue perjudicial. También hubo algún titubeo en la Segunda Balada de Chopin, vertida por lo demás con hermosa braveza en la parte agitada central y un fraseo siempre expresivo.

El temperamento y la garra de la concertista, conformes con su segundo nombre Victorovna ("la triunfadora"), primaron igualmente en las piezas chopinianas restantes. Los pianistas suelen recalcar el aspecto dulce y suave del Nocturno op. 27 No. 2. Nada de eso hay en el enfoque esencialmente viril de Elena Scherbakova quien, después del sonido aéreo y la fluidez unitaria del Estudio op. 25 No. 2, exhibe bravura y heroísmo en el revolucionario No. 12.

Compositores rusos se oyeron después del intermedio, en primer lugar tres trozos de Chaikovski, poco familiares. La placidez de "Las noches blancas", en contraste con su sección central; el clima caliginoso de la Barcarola, que luego se despeja en el modo mayor, y el virtuosismo de la "Troika" con sus cascabeles, constituyeron un descanso antes de las demandas técnicas de Serguéi Rajmáninov.

La complejidad de cuatro páginas nos confirmó el calibre formidable de Elena Scherbakova. Elocuente fue su versión del Preludio op. 23 No. 3, con un staccato exactísimo. Inspiración romántica y eufonía gloriosa hubo en el op. 32 No. 5; vitalidad desbordante llenaba el No. 12 de la misma serie.

El tercero de los Estudios-Tableaux, opus 39, especie de tempestad que Rajmáninov compuso para sus manos descomunales, corroboró el temperamento y la excelencia de la pianista: un talentazo, que domeñará sus nervios iniciales a través de múltiples actuaciones en público.

Federico Heinlein.
EL COMENTARISTA OPINA
¿Cómo puedo ser parte del Comentarista Opina?