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Palacio Falabella: Verónica Villarroel fundió su voz con la ciudad 15/12/2003

15 de Diciembre de 2003 | 19:19 |
Palacio Falabella: Verónica Villarroel fundió su voz con la ciudad

La soprano ofreció el sábado un aplaudido concierto junto a la Orquesta y Coro sinfónicos frente a la Municipalidad de Providencia.

Marisol García C. 15/12/2003

Ni para el matrimonio de vecinos instalados en su terraza junto a dos copas de vino, ni para el grupo de señoras que llegó temprano buscando espacio en las graderías dispuestas sobre Pedro de Valdivia, ni para la familia que iba de esquina en esquina intentando encontrar un lugar estratégico que los dejara con mayor visibilidad que al resto de los cinco mil presentes, para nadie fue una experiencia cómoda asistir la noche del sábado al concierto gratuito que Verónica Villarroel ofreció en el frontis de la Municipalidad de Providencia. Porque la ciudad siguió su marcha, y no se sintió obligada a silenciarse para acoger del modo debido el talento de la reconocida soprano chilena y la Orquesta y Coro sinfónicos dirigidos por David del Pino Klinge.

Las cuerdas se mezclaban así con los bocinazos; la voz, con la sirena de una ambulancia; y los bronces con las llamadas de y hacia los muchos celulares allí presentes.

Pero, después de un rato, esa ambientación tan peculiar se agradeció como un signo de viveza. Los ruidos eran parte del espíritu de una cita popular, donde no cabían los protocolos propios de los teatros ni los entendidos. Había, así, licencia para improvisar un coro y exigir más amplificación con un ¡no se escucha!. Y dejar que fuera el televisivo Jorge Aedo el animador de la jornada. O volver de la ópera a la calle con un joven que pedía permiso: Cuidado con mi bicicleta. Los niños inflaban sus bolsas vacías de cabritas y las reventaban con una explosión que se escuchaba diáfana y a Georges Bizet se le escuchaba junto al machacar de los barquillos.


Cuidado montaje

El repertorio escogido invitaba a esa soltura. Zarzuelas, music-hall, folclor latinoamericano y los títulos más conocidos de Verdi, Puccini y Bizet terminaron de acercar al público a un montaje también cuidado en lo visual, con luces que iban bañando el frontis del palacio Falabella y dos pantallas gigantes que permitían distinguir los cambios de vestuario de Verónica, los sentidos gestos faciales del tenor Gonzalo Tomckowiak o los estilizados pasos del bailaor invitado.

Los códigos más recios de la ópera - que son los únicos capaces de darle realce al caudal de voz de Verónica Villarroel- y el trabajo de la orquesta y coro, alternando majestuosidad y detalle en un entorno inusual, demostraron que la ópera se levanta independiente de formalidades. Que incluso la mujer que exclama -quizás por qué-: ¡Ah!, Andrea Bocelli, cuando escucha las primeras notas de Nabucco, permanece concentrada durante las casi dos horas de concierto, sin que siquiera el frío nocturno la distraiga. Verónica Villarroel canta, y la ciudad no se calla. Pero su voz se funde con los ruidos de la calle y agita su espíritu hasta que las bocinas ya no se sienten.
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