El primer adiós
El cantante británico de origen griego-chipriota asegura que
Patience será el último disco que publique bajo la lógica comercial que lo ha convertido en millonario. Hastiado de la persecución mediática y de las exigencias de la industria, el autor de “Freedom” aspira a una madurez tranquila. Su nuevo disco no puede dejar de esconder su reflexivo estado de ánimo.
Marisol García C.
Requiere paciencia ser fan de George Michael (Londres, 1963). Desde el fin de Wham!, hace catorce años, el cantante y compositor ha publicado apenas cuatro discos de material propio, y el más reciente,
Patience, se publica en medio de noticias —para ellos— aún más desalentadoras.
Patience podría ser su último disco, al menos como lo conocemos hasta ahora. Su título cobra, por ello, un sentido consolador.
Tranquilo y lleno de reflexiones personales, el nuevo disco del hombre de “Faith” guarda entre líneas la esencia del hastío del cantante hacia la industria musical y todo lo que de ella ha recibido, para bien y para mal. Millonario, mundialmente famoso y respetado incluso entre oídos escépticos al pop sofisticado, Michael podría pasar las penas encerrado en alguna de sus cuatro mansiones (dos en Inglaterra, otra en Dallas y otra en St. Tropez), planeando las más disparatadas aventuras musicales. Pero algo lo empuja hoy a lanzar versos como: “
Súbitamente, el público es tan cruel... / Dios, lo siento, pero creo que ya estoy harto” (“Through”). Y aunque su cansancio no es original, la manera de resolverlo no deja de ser llamativa: en recientes declaraciones a una radio inglesa el cantante ha confirmado que
Patience será el último disco que publique para la venta en tiendas, y que sus posteriores trabajos estarán disponibles
on-line para que la gente acceda a ellos previo pago de donaciones a instituciones benéficas. A los 40 años y sin hijos a los que educar Michael tiene más dinero del que puede gastar. Sobre la base de ventas y derechos de autor acumula sobre los 65 millones de dólares, según análisis del diario
The guardian. Entre rendir y vivir, ahora ha elegido esto último.
“Me han pagado muy bien por mi talento a lo largo de los años, y no necesito realmente el dinero del público”, dijo a principios de marzo en la radio 1 de Inglaterra. “Esta idea me quita la presión de tener que publicar un conjunto de canciones cada una determinada cantidad de años, que es lo que casi me mata. No es que piense que por eso dejaré de ser famoso [...], pero créeme que seré de muy poco interés para la prensa después de un rato”.
Sobre Irak, sobre España
Pese a sus millonarias ventas, George Michael dista de ser el empleado ideal para una discográfica. A principios de la década pasada, sus conflictos con Columbia terminaron zanjándose en tribunales, donde el cantante acusó a su compañía de no promocionar adecuadamente su trabajo ni permitirle trabajar a su modo. Gastó cinco millones de dólares en una querella que perdió, aunque al poco tiempo logró arreglar su salida y cambiarse de empleadores. Su cansancio ya era evidente en algunas letras del álbum
Listen without prejudice. Vol. 1 (1990), en el que versos como “
el modo en el que juegas el juego / tiene que cambiar... / hay alguien que yo no quiero ser / hay alguien que yo olvidé ser”, del famoso “Freedom”, le abrieron un camino autoral más arriesgado, atrevido y personal.
Es una senda que hoy se profundiza, luego de un período de pérdidas y dolor que incluye la muerte de su madre y la agresiva reacción de parte de Estados Unidos ante sus declaraciones políticas. Un expresivo opositor a la invasión aliada a Irak, Michael irritó incluso a los conservadores de su país con “Shoot the dog” (un single que se incluye en
Patience), cuyo video personificaba a Tony Blair como un perro faldero —adivinen de quién—, y que envalentonó al cantante para participar de una mayor discusión pública. A la luz de los recientes atentados en Madrid, el inglés ha manifestado que: “Cuando España salió el otro día a la calle a pedir la paz, renació en todos la esperanza. Se me saltaron las lágrimas al ver cómo todo un pueblo cambiaba su voto y castigaba a aquellos que habían apoyado el ataque a Irak”. Hace más de un año que Michael no pisa su casa en Los Ángeles, California, luego de numerosas quejas en la prensa local por su supuesta actitud “anti-patriota”. Un diario llegó, incluso, a describirlo como “una pervertida estrella del pop”.
Es probable que Michael esté cada vez más cerca de la introspección que de la perversión, en realidad. A los 40 años, el intachable intérprete de lo que en Europa se conoce como
soul de ojos azules mantiene en
Patience una delicadeza que sólo puede venir de un oído bien educado en los mejores patrones de la música negra. Lo sorpresivo es cómo ha sabido unir a eso un atrevimiento escrito inédito en su carrera.
“Ahora, después de este periodo de dolor extremo, me siento más valiente. Ya quedan muy pocas cosas en la vida que me den verdadero miedo, sólo perder a más seres queridos”, decía esta semana en la prensa española. “Ahora tengo muy poco que ocultar, muy poco que temer. Pero siempre he sido un compositor autobiográfico. Se avanza como creador cuanto más te acercas a tu verdad”.
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