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Un concierto misceláneo 8/3/2004

24 de Marzo de 2004 | 13:30 |
Un concierto misceláneo

Gilberto Ponce 8/3/2004

Para finalizar el ciclo de Conciertos de Verano de la Orquesta Filarmónica de Santiago, el conjunto ofreció un variado programa en el Teatro Municipal de Ñuñoa, bajo la dirección de José Luis Domínguez. Como es habitual en estas ocasiones, un entusiasta público llenó el recinto, con asistentes que esperan ansiosamente escuchar algunas obras que conocen y que siguen con particular interés. Otras se convierten en su primera audición; es por ello la necesidad de entregar información antes de cada interpretación, pues al no existir un programa impreso, ni siquiera en el anuncio en el exterior del teatro, los asistentes no pueden saber de qué obra se trata. Creemos que una vez más el director no fue el adecuado para entregar la información, pues la vertió de una sola vez, mezclando datos de seis obras diferentes.

Los resultados del concierto fueron disparejos, pudiéndose constatar la mayor o menor compenetración que el director tenía de las partituras.

El carácter festivo de la Obertura “Orfeo en los Infiernos” de Jacques Offenbach, abrió el programa. En la favorable acústica destacaron con nitidez las frases cantabile de los diversos instrumentos solistas, las que fueron abordadas con profesionalismo y musicalidad; el director y la orquesta en pleno, por su parte, enfrentaron brillantemente los contrastes pedidos por el autor, que obliga a cambiar de carácter y tempo, con bastante frecuencia. El can can tan familiar con que concluye la obra, dejó al público con grandes expectativas, que no se concretaron en el fragmento más conocido de la Suite “Karelia” de Jan Sibelius.

La fría respuesta del público dio cuenta de una versión sin nervio y bastante formal. Creemos, además, que un fragmento de tal brevedad, se pierde sin los otros movimientos de la obra, que le otorgan un sentido dramático de gran fuerza.

Un punto alto de la noche lo constituyó el Intermezzo de la ópera “Cavalleria Rusticana” de Pietro Mascagni. Domínguez se mueve en este tipo de obras con soltura, y puede llegar a una interpretación de gran expresividad y con una intencionalidad emotiva, que entusiasmó al público, retribuyendo con largos aplausos.

La primera parte finalizó, con el poema sinfónico “El aprendiz de hechicero” de Paul Dukas, que fuera traducido genialmente por Walt Disney en su película “Fantasía”. La versión careció de humor y fuerza, y pensamos que tanto director como orquesta no se sintieron cómodos con la obra.

La segunda parte se puede considerar un verdadero triunfo colectivo, pues Domínguez y sus músicos se vieron absolutamente compenetrados con el “pathos” de las obras, además de gozar con su interpretación. La excelente orquestación de Felix Mendelssohn, para su obertura “La Gruta de Fingal”, llevó al público a encontrarse con las imágenes que sugiere la obra. El movimiento del mar y su furia fueron retratados en forma magnífica y con gran sensibilidad.

El bellísimo “Adagio” para cuerdas de Samuel Barber logró su clima desde el primer acorde. La dirección se vio favorecida al ser sin batuta, pues marcó con precisión fraseos e intencionalidad de los mismos. En ningún momento se perdió la atmósfera de solemnidad y melancolía que recorre la obra y, a pesar de tratarse de una obra tranquila sin efectismos, se interpretó tan bellamente que el público la aplaudió larga y entusiastamente, lo que señala que este tipo de auditorio no sólo busca lo fácil sino que también se conmueve con las obras que comunican sentimientos profundos y que reciben una gran interpretación. La condición de violinista del director influyó sin duda en el manejo de las cuerdas.

¿Cuánto debe John Williams a Gustav Holst en su música para la película “La Guerra de las Galaxias? Sin duda, mucho, a juzgar por la audición de “Marte, Dios de la Guerra” de su obra “Los Planetas”. Interpretación que se puede considerar memorable, con toda la fuerza y tensión que se requiere. Era evidente el placer de los intérpretes con la obra, los gestos del director fueron expresivos y naturales, siendo merecido el gesto de la orquesta para con Domínguez de aplaudirlo espontáneamente junto con el público. Fue un cierre que enfervorizó a los asistentes, obligando a un bis: el final de la obertura de Offenbach, que fue seguido con golpes de palmas, finalizando con una justa y larguísima ovación.
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