Neruda y la Sinfónica
Gilberto Ponce 29/3/2004
En un teatro con un escenario ampliado y con una acústica excelente se dio inicio al ciclo con que la Orquesta Sinfónica de Chile rinde homenaje al centenario del nacimiento de Pablo Neruda.
Sin duda, el mayor atractivo estaba en la audición de obras de jóvenes compositores chilenos, formados bajo el alero del Conservatorio de la Universidad de Chile, que escribieron obras inspiradas en las obras del vate chileno.
De la audición de ellas podemos concluir que su indagación musical abandonó el experimentalismo, tanto como el “Serialismo” u otras de las corrientes contemporáneas. Parecen obras más emocionales que intelectuales, obras en las que la “luz” parece estar presente. En general, utilizan una gran orquesta, que usan en todas sus posibilidades, tanto en lo melódico, como en lo rítmico, jugando con timbres y colores. En esta oportunidad, tuvieron la suerte de contar con un director (David del Pino) que puso todo su talento en lograr una gran interpretación.
Eduardo Cáceres con “Las Preguntas” del “Libro de las Preguntas” de Neruda, abrió la segunda parte del concierto, con su obra para barítono y gran orquesta. Se trata de una obra muy bien orquestada, donde prima la fuerza, en un lenguaje de carácter expresionista. Patricio Sabaté, el talentoso cantante, sufrió lo que suponemos inexperiencia del compositor en cuanto al tratamiento de las voces; no es posible exponer a un solista a ese volumen orquestal, generalmente en “fortissimo”, cantando en un registro medio o bajo. En cuanto a la obra, pensamos que la tercera de las canciones (¿Canta la tierra como grillo ante la música celeste?) sea la que guarda una mayor relación entre texto y música; en la segunda, la voz se convierte casi en un instrumento más; en la cuarta, (Y donde termina el espacio, ¿se llama muerte o infinito?) resulta interesante el recitado cuasi cantado. Sabemos que esta obra fue escrita originalmente para canto y piano; seguramente en esa versión es posible escuchar bien al barítono, tanto como los textos.
Las “Cuatro Canciones del Mar”, que se constituyó en estreno absoluto, y fue encargada por la Sinfónica a Edgardo Cantón, Rafael Díaz, Aliocha Solovera y Gabriel Mattey. En estas canciones, participaron, la soprano Patricia Herrera y el barítono Sabaté.
La obra de Cantón (“El gran océano”) recuerda los “Preludios Marinos” de Britten; es una obra bastante interesante, pero el cantante resultó una vez más perjudicado por los volúmenes excesivos de la orquesta.
La soprano resultó ampliamente favorecida por la obra de Rafael Díaz “La otra orilla”; una obra intimista, con un lenguaje impresionista, que recuerda “El niño y los sortilegios” de Ravel. Está escrita para un grupo reducido de cuerdas, sumándose después, flauta, oboe y corno. La soprano la inicia con un recitado, para luego cantar bellamente, secundada por la orquesta y la sensitiva dirección de Del Pino. Díaz parece conocer bien las características vocales y las explota.
De Solovera se escuchó “Se llama una puerta”, donde el solista debe recitar y cantar, pero una vez más en contra de una gran orquesta.
Situación similar ocurre con la obra de Mattey “Todos/ Aquí”, pero en ella encontramos un recurso muy original: la orquesta no sólo debe tocar, debe además, recitar y cantar como coro, cuestión muy bien resuelta por los músicos. Las objeciones planteadas no restan en absoluto el mérito de las composiciones, y la proyección que pueda tener este grupo de jóvenes compositores, con sus propuestas musicales.
El Concierto para piano Nº 5, llamado el Emperador, abrió la jornada. El solista fue el pianista alemán Oliver Triendl, de reconocida trayectoria y con varias visitas a nuestros escenarios, quien posee una sólida técnica, logrando una buena comunicación con el director, quien consiguió interesantes juegos dinámicos favorecidos por la acústica. Un muy buen resultado consiguieron en el segundo movimiento, en el que las cuerdas lograron una atmósfera de gran lirismo. En los movimientos extremos, el solista tendía a apurar, produciendo una innecesaria tensión. No obstante, el público agradeció la entrega, ofreciendo Trendl, como bis, el segundo movimiento de la sonata K. 330, de Mozart, donde obtuvo un resultado magnífico.
Los tres bocetos sinfónicos “El Mar”, de Debussy, cerraron el concierto, con una orquesta en excelente estado, siguiendo todas las indicaciones del director. Sin embargo, a éste le faltó toda esa magia del “impresionismo”. Fue una versión concreta, sin misterio, sin sugerencias, en la que estaban las notas, pero no la poesía, que envuelve la obra. Del Pino es un gran director, al que parece que este tipo de obras, no le acomoda, a pesar del trabajo realizado con la orquesta.