Festival Ruso I
Gilberto Ponce 3/4/2004
Grandes expectativas se habían cifrado en el primero de los Festivales Rusos de la Orquesta Filarmónica del Teatro Municipal de Santiago. La conjunción de Juan Pablo Izquierdo en la batuta, Alfredo Perl como solista en piano y una orquesta en excelente nivel, justificaban el interés del público que casi colmó la sala. Pensamos, no obstante que, los resultados no fueron óptimos.
Izquierdo es un director meticuloso y muy exigente en cuanto a las cosas que pide a sus músicos, por lo tanto es el responsable final de los resultados.
La jornada se abrió con la suite del ballet “Romeo y Julieta” de Sergei Prokofiev, una de las obras más importantes del siglo XX, música tan poderosa y de tal calidad, que es común escucharla en conciertos en forma de suite.
La versión de Izquierdo fue pulcra, logrando de la orquesta una respuesta a todo cuanto él pedía, sin embargo la fuerza de la partitura se diluyó, por los tempi demasiado lentos, que no contribuyeron al dramatismo de la obra. Aunque es importante señalar, que algunos de los contrastes dinámicos que el director exigió lograron un eficiente efecto.
El célebre concierto en Re mayor para mano izquierda que Maurice Ravel escribiera para su amigo, el pianista Paul Wittgenstein, quien había perdido su brazo derecho en la Primera Guerra Mundial, fue interpretado en excelente forma por Alfredo Perl, un artista que ya goza de merecida fama internacional. El enfoque de Perl fue apasionado y dramático, dando muestras de una excelente técnica, con fraseos muy hermosos y transitando desde la pasión más absoluta hasta la dulzura de unos “pianísimos” soberbios. El director acompañó al solista con gran cuidado, incorporándose exitosamente a la interpretación del solista. El desempeño de la orquesta, fue ejemplar.
Ante las ovaciones Perl ofreció como encore, una obra de Franz Liszt, donde dejó absolutamente en claro, su dominio técnico.
La Cuarta Sinfonía de Piotr Ilich Tchaikovsky, op. 36, conocida también como del “Fatum”, por todas las implicancias dramáticas que rodearon su composición y que correspondió a uno de los peores momentos depresivos de su autor, es de las obras que goza de mayor fama y popularidad entre los aficionados a la música. Es una obra de gran fuerza y lirismo, que nos hace transitar por los más diversos caminos de las emociones y sentimientos, a través de una brillante orquestación y hermosas melodías.
Izquierdo parece estar en un momento de inflexión como director, donde la serenidad y la calma son la característica de sus interpretaciones, esto a juzgar por este concierto. Pues bien, esto afectó el resultado final de la sinfonía, pues también pareciera estar buscando nuevas voces dentro de ella, al “hacer salir a la superficie” melodías o familias de instrumentos que hacen desaparecer las principales. Incluso en alguno de sus excesivos “rallentando”, logra confundir a la orquesta, provocando pequeños accidentes de coordinación, especialmente en el primer movimiento. Su segundo movimiento, de un desolado lirismo, llegó a resultar tedioso.
El tercer movimiento, famoso por el “pizzicato” en las cuerdas, logró un clima muy cercano al carácter un tanto lúdico que se observa en él. En el cuarto observamos una mayor cercanía al “pathos” imperante en la obra, y los juegos de color y dinámica en la orquesta, se lograron satisfactoriamente. La respuesta de esta fue en todo momento, muy profesional, con una entrega y afinación impecables.
Juan Pablo Izquierdo es uno de los grandes directores de nuestro país, y sus conciertos no dejan indiferente a nadie, pues en sus propuestas, nos gusten o no, existe una gran honestidad en pro de la música, esto fue lo que agradeció el público con los nutridos aplausos al final del concierto.