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Gracias por el placer 2/5/2004

06 de Mayo de 2004 | 15:30 |
Gracias por el placer

Jimena Villegas 2/5/2004

Si el propósito de columnas como ésta es dejar un registro, en lo posible fiel, de asuntos relevantes para la sensibilidad humana, la justicia impone decir que el primero de los tres conciertos programados de Maria Creuza y Toquihno, en este caso el viernes 30 a las 19:00 horas en el Teatro Municipal de Santiago, fue - antes que nada- un verdadero placer. Ese gozo profundo y único que sólo deja la buena música, ejecutada por buenos músicos.

Reunidos una vez más en sus largas carreras, ahora con la estupenda excusa de un homenaje al poeta Vinicius de Moraes, Creuza y Toquinho, dos brasileños integrantes del grupo de artistas que ha construido el patrimonio musical de su país, convirtieron la sala -repleta, por cierto- en el living de su casa.

Primero ella, que optó por el camino de la intimidad y de las “sandías caladas”, para conseguir con “Eu sei que vou te amar” el mejor momento de su show. Después él, que aportó con la energía y su maravillosa destreza con la guitarra que, al modo de los flamencos, llega a parecer un instrumento de mil cuerdas.

Como compañía de primera, la pareja tuvo a un cuartero (flauta y saxo, batería, bajo y piano) que ofreció síncopa, texturas y sonoridades. Lo dijo Toquihno y es cierto: instalada detrás del piano electrónico, Silvia Goes, nervio puro, consigue convencer a la audiencia de que es la mejor pianista de la tierra. Al menos de la tierra brasileña, y eso ya es bastante que decir.

Maria Creuza no es la voz más transparente que ha dado la escuela de cantantes brasileñas. Pero tiene tablas y oficio, es una diva capaz de improvisar, de envolver las canciones con su presencia, de adueñarse del escenario. Destila además mucha generosidad: sabe supeditarse al compañero, conoce el diálogo.

Y Toquinho, el gran atractivo de la noche para el público de la sala, es un cantante medio, que no necesita de su voz para conquistar porque sus armas son otras: su inenarrable estilo para contar anécdotas -y con ellas desacralizar incluso al gran poeta Vinicius- y su guitarra.

Fueron casi dos horas y una veintena larga de canciones. No faltaron, por supuesto, sus respectivos buques insignia: “Acuarela”, en nueva versión, y “Voce abusou”.