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Festival Alemán 4/5/2004

06 de Mayo de 2004 | 15:38 |
Festival Alemán

Gilberto Ponce 4/5/2004

Sólo un director de la talla de Jan Latham-Koenig se puede dar el lujo de iniciar un concierto con una obra de sólo tres minutos y que irrumpe en forma violenta, requiriendo de una orquesta muy alerta para no deslucir el efecto de tal comienzo.

Nos referimos al Preludio del Acto III de la ópera Lohengrin, de Wagner, con el que el notable director inglés abrió el programa del último concierto de la Filarmónica.

Todas las condiciones se dieron para un resultado de primer orden, que presagiaba un gran concierto, pues el carácter y la fuerza requeridos por la obra se lograron plenamente.

Y si el inicio fue notable, el Preludio y Muerte de Amor de Tristán e Isolda del mismo Wagner, fue una suma de cualidades, desde el famoso ataque en las cuerdas, a la tensión en aumento, mezclada con la pasión de los amantes, que fue lograda con verdaderos aciertos en el manejo dinámico, de “Fortes” y “Pianos”, además de un manejo en los fraseos que respondió a las indicaciones precisas del director. No es fácil interpretar estas dos obras, por lo contrastantes que son, y por los ambientes de sutileza y vigor que se deben tener, creemos que Latham-Koenig, logró ampliamente estos objetivos.

Los “Cuatro Interludios Marinos” de la Opera “Peter Grimes” del inglés Benjamin Britten, que pusieron fin a la primera parte, y que introducen o enlazan escenas de la ópera, son páginas bastantes descriptivas, no solo de ambientes marinos, también lo son de los perfiles sicológicos que se desarrollarán en las escenas. Estos fueron tocados con transparencia o fuerza, con magia o sugerencia, quedando en claro, la solvencia del director, que será el mismo que dirigirá el estreno de ópera, y que contará con una orquesta en el mejor nivel.

La Séptima Sinfonía de Ludwig van Beethoven se inscribe entre las más populares del genio de Bonn y su presentación concita un gran interés, provocando en algunos casos controversia por el enfoque dado a su interpretación.

Aquí Latham-Koenig nos presenta su visión de la obra, que es en extremo energética, y con una tensión constante en los movimientos rápidos, usando todo tipo de contrastes dinámicos y de tiempos.

La introducción del Primer movimiento, jugó al “forte-piano”, hasta desembocar en el vivace, con momentos verdaderamente heroicos.

El Segundo movimiento, fue un modelo de poesía, desde el pianissimo del inicio, hasta los forte, que señala la culminación del maravilloso tema que atraviesa el movimiento, la orquesta alcanzó momentos memorables de sonido e interpretación.

En el Tercer movimiento, los juegos entre las diversas familias, como las variables dinámicas, confirmaron la sentencia de Wagner, en torno a que esta sinfonía, era una verdadera “apoteosis de la danza”.

El director, enfocó el último movimiento con una pasión y una fuerza desenfrenada, incluso con unos aumentos de velocidad verdaderamente peligrosos, sabiendo que contaba con una orquesta en un gran momento, y totalmente atenta a cada indicación de la batuta, que solo podía conducir al brillante final, que fue recibido con una ovación por el público, mientras la orquesta hacía lo propio con el director.