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Sí, sí, sí 3/5/2004

06 de Mayo de 2004 | 16:08 |
Sí, sí, sí

Teatro Providencia
Viernes 30 de abril

Por Marisol García C. 3/5/2004


Vestida de negro, callada, mirando más al suelo que al público. La primera vez que Julieta Venegas se presentó en Chile fue cuando Los Tres la invitaron a tocar acordeón en uno de sus shows en la sala de la SCD, en Bellavista, hace unos cinco años. Poco se sabía entonces en el país de su destacada labor en México (como integrante del grupo Tijuana No! y, luego, en el disco solista Aquí) y, en el mejor de los casos, uno podía ver en ella a una acordeonista talentosa, una cantante discreta y una figura que asumía la música desde un terreno más intelectual que visceral. Una “matea” con futuro, digamos.

Sus regresos sucesivos a Chile la mostraban desplegando una personalidad cada vez más viva. Ropa con colores, canto poderoso, arreglos imaginativos, zapatos de taco alto. El crecimiento de Julieta se plasmó musicalmente mejor que nunca antes en , el disco que sólo puede hacer una mujer madura que ha observado lo suficientemente alrededor suyo para saber qué es lo que quiere de un hombre, del mundo y de sí misma. Sencillo pero cuidado, ahora uno entiende que es un trabajo incompleto hasta que no se muestra en vivo. El show de la mexicana el pasado viernes en el capitalino teatro Providencia fue el de una líder creativa asumida como tal. ‘Diva’ es una palabra odiosa, pero lo de ‘cantautora’ tampoco le combina.

Julieta se planta sobre el escenario a disfrutar profundamente el ambiente único que permite un recital de rock. Baila suelta, canta con fuerza, se ríe y agradece con la calidez del mexicano. Se ve preciosa. La disposición de su banda sencilla (cuatro instrumentistas y ella con guitarra o acordeón), mantiene en perspectiva no ahogar nunca la estructura firme de canciones que ha trabajado la autora en títulos como “Lento”, “Sería feliz” y “Lo que tú me das” (interpretada junto a la chilena Anita Tijoux). Son armazones amables y fuertes, que no requieren de más imaginación que los timbres delicados que el grupo imprime con más o menos fuerza, pero que sería miope no asociar al rock.

En vivo, Julieta está más cerca de Chrissie Hynde (Pretenders) que de cualquier colega preocupada de cantar lindo, verse bien y mascar chicle al mismo tiempo. Hay una cierta destemplanza que a veces es física y, otras, interior. Cuando Julieta escoge canciones mexicanas tradicionales para re-vestirlas, se va al cancionero más sufrido: José Alfredo Jiménez, José José o los Tigres del Norte aparecen en su show con versos implacables, como los de “El triste”: “Hoy quiero saborear mi dolor / No pido compasión ni piedad / La historia de este amor se escribió / para la eternidad”. Del rock, Julieta aprendió el arrojo, que combinado con su formación académica y su raíz latinoamericana rellena una fuerza que entiende la esencia de la cantautoría joven. Poco importan aquí los códigos de género, porque lo que mantiene a esta mezcla bien ensamblada es la energía de una creadora inteligente, que entiende que, como dijo al despedirse, “los errores nos indican que estamos vivos”. Así, nada puede salir mal.