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Dalí: una vida entre el arte y el escándalo

Adalid del surrealismo, hizo de su existencia una provocación. A cien años de su nacimiento, y en el Año Dalí, la figura del pintor aún puede descubrirse tras sus múltiples máscaras.

11 de Mayo de 2004 | 11:30 | La Nacion de Buenos Aires, GDA
Ver especial Dalí

¿Artista genial o frívolo precursor del marketing personal? A cien años de su nacimiento y a 15 de su muerte, la estela del mito aún oscurece la imagen del hombre de carne y hueso.
MADRID.- Ella había llegado a Cadaqués junto con su compañero, el poeta Paul Eluard. Ebrio de un amor que parecía, más que flechazo, predestinación, él quiso deslumbrarla. De modo que se afeitó las axilas y las pintó de azul, embadurnó su camisa con cola de pescado y excremento de cabra, se calzó un collar de perlas en el cuello y remató con un geranio rojo en la oreja. "Cuando la encontré no pude hablarle, sacudido por una risa demente, cataclismo, fanatismo, abismo, terror. Al día siguiente ella me tomó la mano y calmó esa risa. Me dijo gravemente: «Mi pequeño, ya no vamos a separarnos»".

Aquello no fue frío cálculo, sino el manotazo de ahogado de un tímido irredimible que, a los 25 años, se sentía tanto un pintor genial como un perfecto ignorante respecto de las mujeres. Esa rusa de ojos fríos y penetrantes que le llevaba diez años pondría remedio a esa angustia y marcaría un punto de inflexión en la vida de Salvador Dalí. "Gala me oyó. Me adoptó. Fui su recién nacido. Su niño. Su hijo. Su amante."

Según el pintor, Helena Ivanovna Diakonova -tal su verdadero nombre- lo salvó de la locura. Con ella, su repertorio de excentricidades y aquella paranoia que luego convirtió en método de trabajo encontrarían cauce y forjarían el mito Dalí, alimentado tanto por las imágenes oníricas que plasmaba en el lienzo como por la interminable serie de provocaciones que desplegó con tenacidad hasta el último de sus días.

¿Loco o farsante? ¿Artista genial o frívolo precursor del marketing personal? A cien años de su nacimiento y a 15 de su muerte, la estela del mito aún oscurece la imagen del hombre de carne y hueso. Amado y odiado, siempre polémico, muchos de los biógrafos que han salido a darle caza lo pintan como un ser marcado por la fantasmal figura de un hermano fallecido y un padre autoritario al que adoraba y temía, como un hombre que escondió sus complejos -enraizados en el cuerpo y la sexualidad- tras las infinitas máscaras que urdió a lo largo de su vida.

Un sustituto

Salvador Felipe Jacinto Dalí Domenech nace el 11 de mayo de 1904 en Figueras, Cataluña, a unos 30 kilómetros de Cadaqués, un pueblito a orillas del Mediterráneo cuyos cielos azules encontrarán un lugar privilegiado en su iconografía imaginaria. Como Van Gogh, recibe el nombre que había llevado un hermano mayor ya muerto. Sólo nueve meses y diez días antes de que el pintor naciera, un catarro infeccioso había terminado con la existencia de Salvador I cuando el chico no tenía aún dos años, según precisa Ian Gibson en La vida desaforada de Salvador Dalí (Anagrama, 1998), una de las biografías mejor documentadas del catalán.

"A los ojos de mi padre, yo era la mitad de mi persona, o un sustituto. Mi alma se retorcía de dolor y de rabia bajo ese láser que la taladraba sin cesar buscando al otro que ya no existía", recordará Dalí.

De cualquier modo, el pequeño Salvador creció como un chico mimado, cuyos padres satisfacían puntualmente sus caprichos. Un vecino, Ramón Pichot, lo introduce en el mundo de la pintura, y desde los diez años Dalí espera los veranos y las largas vacaciones familiares en Cadaqués, donde bajo el influjo de los impresionistas encuentra en la naturaleza inspiración para su incipiente pintura.

Además de pintar, el artista cachorro lee a Kant y a Spinoza, y cosecha elogios en su primera exposición en Figueras. Acompañado por su padre y su hermana, Ana María, en 1922 parte para Madrid a estudiar Bellas Artes. "Tal vez sea menospreciado o incomprendido, pero seré un genio, un gran genio", había apuntado en su diario, al trazar con apenas 16 años su programa de vida.

En la Residencia de Estudiantes de Madrid traba amistad -en la que cabrán requisitorias amorosas, celos y desplantes- con Federico García Lorca y Luis Buñuel. Juntos conformarán un trío vanguardista en medio del cual el joven Dalí se halla en su elemento y pasa de la timidez a la rebeldía: será expulsado de la Escuela de Bellas Artes y hasta terminará preso en Gerona por quemar una bandera española.

Pero la verdadera revolución sobreviene con la irrupción de Gala, en agosto de 1929, que precipita la inmersión de Dalí en el surrealismo y la ruptura con su padre. ¿Cómo iba a permitir aquel escribano reaccionario que su hijo saliera con esa "madame" casada y desvergonzada cuyo topless escandalizaba a los lugareños?

El notario toma cartas en el asunto y deshereda a su hijo. La gota que rebalsa el vaso llega unos meses después, cuando una de las obras que el pintor presenta en la galería Goemans de París provoca otro escándalo. Se trata de Sagrado Corazón -que expone junto a otros cuadros emblemáticos de ese período, como El juego lúgubre y El gran masturbador-, en el que sobre una silueta del corazón de Jesús había escrito: "Escupo sobre el retrato de mi madre".

Encolerizado, el notario expulsa a su hijo de casa y le hace saber que no quiere verlo cerca. "Mal espiritual no puedo causarle ninguno porque es un hombre que está completamente envilecido, pero puedo causarle un mal físico porque todavía tiene carne y huesos", le advierte mediante una carta furibunda remitida a Buñuel, con quien Dalí ya había escrito el guión de Un perro andaluz (con aquella escena brutal del ojo cortado con una navaja), que ambos filman en París. Allí había conocido a su admirado Picasso y luego, de la mano de Joan Miró, al grupo surrealista y al poeta André Breton, que en 1924 había redactado el Primer Manifiesto, carta fundacional del movimiento.

Gestión del notario mediante, los hoteles de Cadaqués niegan alojamiento a la pareja y Dalí y su musa construyen su nido de amor en el vecino Port Lligat, frente al cabo de Creus, en una primitiva barraca sin luz ni agua que compran por 250 pesetas. Aquel caserío habitado por una decena de oscuros pescadores es el fin del mundo, pero Dalí lo convierte en el centro de su universo, y allí ampliará aluvionalmente su casa a medida que sus ingresos mejoran.

Además de iniciarlo en el sexo, Gala -que había sido amante de otros reconocidos artistas de la época, como Max Ernst y Man Ray- comenzó a manejar las relaciones públicas y los negocios del pintor. Sabría cómo hacer cotizar el "producto Dalí", en tanto el artista aprendía a volver rentables sus escándalos y provocaciones.

Para muchos, la influencia de Gala lo salvó de la locura, pero también lo condenó a una permanente puesta en escena que terminó adueñándose tanto de su vida como de su pintura, donde otros encontraban plasmados los paisajes más secretos y oscuros del inconsciente.

Dalí se convertirá en un adalid del surrealismo, visitará a su venerado Sigmund Freud (que lo describe a Stefan Zweig como "un fanático"), y desde la década del 30 viajará a una Nueva York que delira por ese personaje extravagante que no tarda en conquistar a los ricos y snobs de la ciudad. "Me encuentro en medio de una cascada de cheques que llegan como una diarrea", dirá él, tan escatológico como siempre.

Harto de su personalidad egocéntrica, Breton lo echa del surrealismo debido a su pasión por el dinero y a una supuesta simpatía por Hitler -que el pintor desmintió- y arma con las letras de su nombre el anagrama Avida dollars.

"No podéis expulsarme. El surrealismo soy yo", responde Dalí, que vivió en Estados Unidos de 1940 a 1948. Allí decoró vidrieras, diseñó colecciones de joyas, así como trajes y decorados para distintas puestas teatrales, y proyectó con Walt Disney un film que nunca se llevó a cabo.

El nombre Dalí, convertido en marca, provee los dólares que pagan los gustos caros de la pareja, entre los que Gala incluye su poblada corte de amantes, en cuyas filas revistaron muchos de los modelos de los cuadros del pintor.

Hijo pródigo

En 1948, el artista regresa como hijo pródigo a Figueras y a su casa de Port Lligat, y se produce una corta reconciliación con su padre. Confeso admirador de Velázquez, Rafael y Vermeer, se propone dejar atrás aquellas playas fantasmagórica
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