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La banda de uno 12/5/2004

14 de Mayo de 2004 | 23:10 |
La banda de uno

Sala Master. Radio Universidad de Chile. Sábado 8 de mayo.

Marisol García C. 12/5/2004


Los rumores pueden responderse con palabras más o menos indignadas, con sátira o con total silencio. Álvaro Henríquez acaba de inventar una cuarta vía: la cita musical. Nadie lo quiere, su mujer lo deja, sus amigos “no le compran”, su capacidad de trabajo en grupo es nula; su ambición económica, infinita. El trato periodístico hacia la única figura rockera de cierta densidad que nos va quedando tenía alguna vez que girar desde el apoyo incondicional con el que casi siempre contaron Los Tres, y es hora de lo que en inglés se conoce como “backlash”: la vuelta de mano mediática.

Y qué mejor, entonces, que el ahora vapuleado “rockero en conflicto” acuda al emblema de la decadencia incomprendida. Antes de abrir la boca, Álvaro Henríquez dejó el sábado que fuera Charly García quien hablara por él. Arranca el concierto con una canción sobre ídolos de limusina sin ni un poquito de amor para dar: “Yendo de la cama al living”.

Cercano o no al actual momento personal de Henríquez, más o menos irónico, el mensaje se entiende rápido: es mejor pasar de los comentarios e intentar afirmar lo que sea venga por delante. Poco más de una hora de concierto mostró el sábado que ese terreno futuro es todavía un campo de ensayo y error. Disueltos los Pettinellis (sólo se mantiene junto a Henríquez el bajista, Pedro Araneda), la banda que ahora acompaña al cantautor y guitarrista es un apoyo cauto y desprolijo, que sostiene en sus dotes interpretativas el andar tembloroso de un conjunto que recién se conoce. Raúl Morales aprieta las teclas como con temor, no despega los ojos de los de Henríquez, y convierte en líneas suaves lo que en Camilo Salinas eran acordes de fuerte carácter. El baterista Marcelo Cuturrufo es un percusionista hábil, que golpea con soltura y se adapta sin problemas a composiciones donde lo que importa es el avance de las cuerdas. El acordeonista Rodolfo Henríquez, en tanto, se acomoda mucho mejor en los “divertimentos” que en las canciones propiamente rockeras: su apoyo en las cuecas y cumbias (incluso cantando) es el que Henríquez ha encontrado antes en músicos como Rabanito Valdés. O Henríquez no quería repasar demasiado su catálogo más próximo (se escucharon, eso sí, “Un hombre muerto en el ring”, “Niña” y “Ch bah puta la güea”) o el proceso de estas últimas semanas lo ha dejado con ánimo de juerga. El caso es que “Hospital” se convirtió en una cumbia, se dejó que Pedro Araneda cantara dos viejos rocanroles, se invitó a los Beatles (“Taxman”, al final) y a Los Tres (“Un amor violento”, “He barrido el sol”), y se acudió a las cumbias más cumbias (“Abusadora”, por ejemplo) para quitarle a la cita cualquier chance de solemnidad.

Pero Álvaro Henríquez es quien es, y uno lo distinguiría aunque estuviera hundido en serpentinas. Y es mejor así. Su nueva canción, “Amada” (que el sábado interpretó dos veces), es una declaración hermosa y desoladora, abierta a las muchas interpretaciones que también tuvieron las mejores canciones de Los Tres. Si corresponde o no a un período personal sombrío importa mucho menos que lo que confirma: Henríquez Pettinelli es un compositor que hace rato ha dado con la clave del sello de autor, y a quien debiese importarle poco la compañía si logra caminar solo así de bien. Las distracciones a las que nos sometió el pasado sábado parecen, bajo esa luz, los manotazos de un sujeto agobiado que no quiere que lo molesten con temas serios. Pero no hay nada que temer: incluso al develarse, su vulnerabilidad se muestra firme.
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