SANTIAGO.- El estreno en Chile de "Peter Grimes" (1945) fue un éxito absoluto, refrendado por un silencio emocionante durante el desarrollo de la ópera y un aplauso interminable al final.
Benjamin Britten confirmó la poderosa sugestión que provoca en las audiencias, algo que Santiago ya había comprobado con "War Requiem", "St. Nicholas", "A Little Sweep", "Noye’s Fludde" y "A Ceremony of Carols", en manos de directores como Juan Pablo Izquierdo, Ricardo Kistler y Boris Alvarado.
La puesta en escena contó con régie de Alfred Kirchner quien, sin abusar de recursos de impacto y trasladando la acción aproximadamente a 1930, ideó un movimiento escénico que, con sencillez y asertividad, devela el cúmulo de motivos contemporáneos que están en el texto y que el compositor vitaliza a través de efusiones de sonido y momentos donde sólo la voz hace de médium.
Kirchner descubrió con claridad la intrincada vida de la aldea y fue dando cuenta de cada uno de los personajes trágicos que conforman este "pueblo chico infierno grande".
Además, su trabajo de actores alcanzó niveles de sutileza extrema, privilegiando la contención y jamás el gran efecto. La escenografía austera de Ramón López y en especial su iluminación —alternancia de tonos plúmbeos con la brillantez del rayo— fueron un marco pleno de sugerencias plásticas que hizo recordar ciertas visiones marinas de Turner.
Jan Latham-Koenig se mostró aquí en su elemento. Condujo a una Filarmónica en esos días de gloria, sin titubeos en ningún momento y facilitando siempre la fluidez del discurso. Cada detalle instrumental fue perceptible mientras que casi nunca el sonido copioso atentó contra las voces.
El maestro supo llevar este verdadero trasatlántico que es "Peter Grimes" por aguas que jamás impidieron el viaje; ritmos alternados, silencios, trazo melódico y síncopas emergieron ya con lirismo conmovedor ya con violencia estremecedora, como sucedió con el coro con que finaliza la primera escena del segundo acto, con los aldeanos dispuestos a linchar al supuesto culpable.
Cada uno de los seis interludios y en especial los cuatro "de mar" demostraron el profundo trabajo del conjunto y la mano aglutinante del maestro.
Robert Brubaker fue el protagonista perfecto. Poseedor de una poderosa voz de tenor lírico, con un agudo en forte de sorprendente calibre, es capaz también de frases de extrema delicadeza y de dar sentido expresivo a cada momento de la endiablada música que tiene su parte.
Es un actor de miles de recursos, los que maneja con cuidado, atento a la expresividad del rostro, del movimiento de manos y de cómo su cuerpo entero debe integrarse al paisaje escénico.
En esto último, sus dos grandes soliloquios fueron un prodigio de control dinámico, lo que no es fácil cuando se trata de describir a este alucinado furioso que es Grimes.
Entre Kirchner, López y él hicieron inolvidable la entrada de Peter a la taberna para cantar "Now the Great Bear and Pleiades": la escena en tinieblas y la figura del pescador recortada sobre el resplandor de la tormenta se recordará como un momento de antología en el Teatro Municipal de Santiago.
Balstrode y Ellen Orford no fueron menos. Christopher Robertson tiene un material denso, con excelentes agudos y graves, y participa del juego teatral. Kirchner lo guió para constatar, al fin del segundo acto, la muerte del nuevo aprendiz y a él le bastó sólo la contracción de sus músculos y llevarse lentamente la mano a la cabeza.
Judith Howarth fue otro triunfo de la noche. Dueña de un soprano lírico de gran belleza y con una facilidad pasmosa en la mantención de la línea de canto, es también una artista de esas que hay pocas: musical hasta la pulcritud, capaz de dar cuenta de emociones en controversia a través del canto y de hacer caer sobre ella la atención en cada partícula teatral.
Su defensa de Grimes, plena de dignidad, compite con el encuentro de los desgarros en el abrigo del niño y con la hermosa forma en que Ellen pierde la inocencia: "My 'broidered anchor on the chest", donde el bordado le aporta la pista "cuyo significado evitamos conocer".
Junto al monumental trabajo de disciplina fonética y movimiento librado por el Coro (director Jorge Klastornick), destacó también la quebradiza y negra visión de la mezzo Claudia Godoy para Mrs. Sedley, y la maternal y cercana Auntie de la contralto Carmen Luisa Letelier.