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Raphaelistas todos 20/5/2004

21 de Mayo de 2004 | 15:47 |
Raphaelistas todos

Jueves 19 de mayo. Estadio Víctor Jara.

Marisol García C. 20/5/2004

Los temas amorosos sostuvieron la carrera de Raphael durante cuatro décadas, pero el español ha encontrado la excusa perfecta para agregarle a ese cauce un nuevo afluente con que enriquecer sus canciones. La pose de amante único que ya sugería la letra de “Yo soy aquél” se potencia ahora por su condición de sobreviviente, porque si antes Raphael era un artista orgulloso de su distinción, un nuevo hígado lo ha convertido en un sujeto capaz de demostrar su condición de privilegiado; de milagro andante, de futuro santo del arte español con pruebas evidentes con que convencer de su conexión divina hasta al Vaticano si es necesario. “¿No lo ven? ¡Soy el mismo, el de siempre!”, grita como si viniese resucitando.

Esa soberbia convierte a su actual espectáculo en vivo en un encuentro atípico y lleno de gracia, donde un público totalmente entregado a la leyenda de una voz mayor del canto popular –perfectamente equiparable a la importancia que pueden haber tenido Nino Bravo o Camilo Sesto en su mejor época— se enfrenta a un hombre que, aunque sabe que cuenta con esa incondicionalidad, asume la cita como una nueva ocasión para impresionar y seducir. Raphael no da nada por contado. Actúa con una elegancia excesiva para un lugar tan tétrico como el estadio Víctor Jara en invierno. Baila como si uno hubiese pagado por verlo bailar, aunque daría lo mismo que se limitara a mirar al frente. Con un vozarrón que confirma la decadencia objetiva en la cual acabamos de tener a Sesto y Julio Iglesias, el hombre de “Digan lo que digan” interpreta cada canción como llenándola de nuevo sentido. Sea un clásico como “Mi gran noche” o un tema de su nuevo disco como “Dijo de mí”, el español convence a quien esté al frente de que se trata de una ofrenda irrechazable, la cual merece una atención completa y una sensibilidad que sólo comparten quienes él denomina “los raphaelistas”. Todos fuimos raphaelistas la noche del miércoles.

Raphael desplegó un espectáculo montado con cuidado, considerando las más de dos horas de show, las treinta canciones del repertorio, y el cariño sincero hacia el público seguramente más fiel que tendrá durante sus cuatro shows por el país. No era éste el ambiente contenido de un casino, sino el calor sencillo de un estadio casi sin gente joven dispuesto a responder cada provocación que les lanzara el español, por absurda que fuese. Quizás es ridículo que, en “No puedo arrancarte de mí”, Raphael se ponga a cantarle a una silla vacía, como si allí estuviese una amante. O que simule llanto al final de “En carne viva”. Y, a veces, se taime y se vaya airado del escenario para luego volver como un emperador. Pero todo cobra sentido en el contexto del show de un hombre plantado sobre una voz poderosa y un repertorio lleno de sentido, compuesto por historias más que canciones y por fuerza más que arreglos. En Raphael, hasta la impostura se hace convincente y quien critique su sobreactuación es porque nunca lo ha visto en vivo. Todo lo exagerado en el show de este andaluz tiene el más profundo sentido. Raphael entiende la vida de manera intensa, y su canto como si fuese una ofrenda divina. Y repite una y otra vez, en su nuevo single, “yo sigo igual, sigo tal cual, tal vez desmejorado”. Y “Nooooooo” le grita la gente, que lo ve como lo veía hace cuarenta años. Porque no puede ni quiere verlo de otro modo.
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