
Donald cumple 70 años.
SANTIAGO.- Al principio estaba todo oscuro y vacío. Entonces, una voz majestuosa ordenó… No, no fue así. En verdad aquella era una voz chillona, incomprensible y tan airada que hacía tropezar a las palabras como si éstas fueran una rodada demencial de caballos de carrera: era la voz del actor Clarence Nash haciéndose el pato, al recitar "María tenía un corderito".
Con ella no se hacía la luz, sino más bien risas. Y risas eran lo que Walt Disney, un productor joven que comenzaba a cosechar fama en el negocio de los dibujos animados, que lo escuchaba en la radio, quería crear. "Necesitamos a ese hombre”, decidió. Ni Nash ni Disney lo sabían, pero esa era la semilla del ingreso al mundo del pato más famoso después del "patito feo”: Donald.
Su voz fue lo primero. Y, como tal, el primer trabajo que le encomendaron fue encarnarse en un pato salvaje sin más arte ni parte que ser cazado por Mickey Mouse. Ocurrió en "The Orphan`s Benefit”. Nada extraordinario. Disney se dio cuenta entonces de que la voz requería de una encarnadura que le hiciera honor. Había que darle un cuerpo para "ascenderla” a personaje. Por ello le pidió al dibujante Ferdinand Horvath que le construyera estampa más rica. Horvath lo vistió de marinero y con la animación de Art Babbit y Dick Huemer, "Donald Faunterleroy Duck" hizo su estreno en sociedad el 9 de junio de 1934. Claro, no era la estrella, sino el actor de reparto, la comparsa del ratón Mickey y su ladero Goofy, o sea Tribilín.
Como era esperable, Donald tuvo que partir desde bien abajo. Más todavía dado que la voz de Nash se hacía más cómica si gritaba, alterado. Esa fue la razón por la cual los animadores le dieron un carácter hipersensible, vanidoso y no poco peleador. Pero ¿no eso mismo lo que caracteriza a varias decenas de dibujos animados? ¿Cuál es el secreto del afecto permanente por Donald? Probablemente el pato se habría quedado como uno más en la galaxia cultural previa a la Segunda Guerra Mundial, si no fuera por el hombre que le dio "alma”, el verdadero Gepetto de ese palmípedo patético en sus farfullantes imposturas: Carls Barks.

El chileno Víctor Arriagada Ríos fue uno de los encargados de dibujarlo.
Sin duda uno de los genios del dibujo humorístico del siglo XX, Barks era un hombre de 34 años el día de 1935 en que ingresó a la factoría de Walt. Allí ayudó a crear 35 episodios animados hasta 1942 y se empapó del "estilo Disney”. Luego de una crisis vocacional, que duró un año, Barks decidió aceptarse como dibujante, pero no quiso saber nada más de story boards y películas. Pidió un trabajo poco prestigioso: Crear historias para la editorial de las revistas de la Disney. Lo aceptaron y en 1947, a sus 46 años, de pronto, sucedió lo que nadie esperaba: Le dio a Donald un universo totalmente propio. En pocos meses inventó a Tío Rico (Uncle Scrooge), a los sobrinos de Donald, y a toda una ciudad, Patolandia (Ducksburg). Al año siguiente insufló vida a Glad con Suerte (Gladstone). Y en 1952 a Giro Sin Tornillos.
Con estos personajes, su capacidad de contador de historias —y de la ayuda de su segunda esposa, Garé—, Barks desplegó un estilo tan personal, propio y rico, que Donald dejó ser un amasijo de tics infantiles y se convirtió en una figura aventurera, con un abanico emocional tan amplio como complejo. Durante casi dos décadas, Barks construyó un universo con sello propio, hasta su jubilación en 1966, como dibujante, y en 1973 como guionista.
Entonces sucedieron tres cosas extraordinarias: primero, a medida que otros dibujantes y autores seguían con la posta de sus personajes, el público empezó a decir que "ese” no era el verdadero Pato Donald. Segundo, ajeno a todo ello, Barks comenzó (en 1968) a pintar óleos con "sus” personajes. Y, tercero, un joven chileno llamado Ariel Dorfman publicó un libro (1971) titulado "Para leer al Pato Donald” (en colaboración con el belga Armand Mattelart).
La tesis de Dorfman (de alto impacto en Latinoamérica), simplificada al máximo, era que la historieta de Donald transmitía los valores del capitalismo más imperialista, mostrando relaciones familiares, de origen burgués, sin duda perversas (¿por qué Hugo, Paco y Luis no tenían padres?). De pronto, el trabajo de Barks parecía ser el resultado de una operación ideológica de la CIA.
Sin embargo, más allá de la obviedad de que Donald mostraba ciertos valores occidentales, quien se encontraba atrapado por una ideología estrecha era Dorfman: no advirtió la mirada corrosiva, hasta iconoclasta sobre los valores y la mercantilización de la experiencia en el trabajo del dibujante, crítica con la tradición satírica anglosajona. Tampoco se enteró de que parte de los textos que él analizaba habían sido censurados y reescritos por el franquismo, para quien —ironía brutal— Donald era demasiado rebelde e inconformista. En un eco tan patético como absurdo, en el Chile de los 80’s se creyó descubrir una nueva campaña subversiva, esta vez marxista ¡Otra vez "infiltrada” en las aventuras de Donald!

Sus sobrinos Hugo, Paco y Luis le hna hecho pasar más de una rabia.
Por la misma época, Barks debió enfrentarse a los celos de Disney Corp., que estaba molesta porque él ganaba cada vez más dinero... ¡pintando "cuadros” del Tío Rico! Al principio de su retiro no había habido problemas con esta actividad casi casera. Sin embargo, a medida que estudios, congresos y artículos los valoraron, los fanáticos empezaron a pagar más y más por sus obras y a intentar reproducirlas. En 1976 ya tenía 122 cuadros. En 1996 uno se vendió en US$ 230.000. Y en 1998, otro se cotizó en US$ 500.000. El niño que había crecido en la primera década del siglo XX en un rancho, entre hombres que todavía llevaban pistolas en el cinto, ganaba tanto como un pintor pop.
El secreto del Donald de Barks fue (y es) la veracidad emocional. Era admitida por su mismo creador quien dijo: "Siempre me sentí a mí mismo como una persona sin suerte, como Donald, que era víctima de demasiadas circunstancias...él tenía los mismos problemas que tenemos todos”.
El dibujante estadounidense Art Spielgelman (autor de "Mouse”) explica desde otro ángulo la "magia” de Donald: "Cuando era un niño yo creía que los patos (de Barks) eran como si fueran reales. Ahora, que soy adulto, cambié esa primera opinión: los patos son reales”.
El imperio Disney finalmente reconoció el aporte esencial de Barks al alma de Donald. Aparte de permitirle morir pintándolo e imprimir la historias dibujadas por él en la "Carl Barks Library”, en los años 90’s la aparición del dibujante Don Rosa (llamado en realidad Keno Don Hugo Rosa), ha provisto una segunda edad de oro al universo de Patolandia. Sus historias, de una pericia y encanto superiores exploran, entre otros aspectos, la vida de los antepasados de Donald, provenientes de Escocia, así como brillantes aportes a la vida y origen de la fortuna de Tío Rico ("The life and times of Scrooge McDuck” 1991-93). Como homenaje a Barks, Don Rosa oculta en todos los primeros paneles (página) de sus historias de Donald la sigla D.U.C.K. ("Dedicated to Unca Carl from Keno”, o sea, "dedicado al tío Carl por Keno”).
Así, el cumpleaños número 70 del Pato Donald lo encuentra convertido en, quizás, el único personaje de Disney cuyas historias en revistas poseen vigencia mundial y son consideradas de primer nivel artístico (gracias a Don Rosa). Y, nueva sorpresa, también el "Donald” cinematográfico lidera la carrera. Posee una filmografía de 150 cortos y 7 largometrajes, contra un total de 143 del Ratón Mickey. La razón de su vigencia es que, si bien a todos nos gustaría creer que somos como el bondadoso, comprensivo y esforzado Mickey; la verdad es que, en el fondo de nuestro corazón, sabemos que nos parecemos mucho más al perplejo, irritable, escandaloso y maníaco-depresivo Donald.