Un Fausto disparejo
Francisco Gutiérrez Domínguez 20/6/2004
La reciente versión de “Fausto” de Charles Gounod, presentada en el Teatro Municipal, puede calificarse como un espectáculo de calidad desigual, ya que momentos muy logrados en el aspecto musical y teatral alternaron con otros que resultaron insuficientes y delataron cierta falta de unidad y decisión en el criterio general para abordar la obra. En primer lugar, el desempeño de los solistas vocales careció de la homogeneidad necesaria en cuanto a experiencia y calidad vocal, si bien cada uno de ellos intentó ofrecer lo mejor de sí mismo.
Sobresalió en forma evidente el desempeño del bajo Paata Burchuladze (Mefistófeles) en un papel que se adapta como pocos a sus imponentes condiciones vocales, las que usó en forma muy significativa en el especto interpretativo, con sutilezas inesperadas en ciertos momentos, y que su vasta experiencia en el rol le permiten efectuar con eficacia. Demostró además una avasalladora seguridad escénica y dramática, aunque lo notamos algo incómodo en la difícil serenata del tercer acto.
La experiencia no es el factor que destaca en la actuación de la soprano Erin Wall (Margarita), pero se trata de una artista de sobresalientes condiciones naturales, tanto escénicas como vocales. Si su agradable material vocal no ha logrado aún el debido desarrollo, especialmente en el registro grave, sus agudos son de una efectividad muy satisfactoria y su actuación dramática dejó muy en claro que el núcleo central de la obra es este personaje, cuya evolución dramática consiguió interpretar muy bien, aunque quizás con cierta pasividad propia de su inexperiencia.
El tenor William Joyner (Fausto) fue el elemento más débil de los roles protagónicos. En nuestra opinión, su voz, esencialmente lírica y de emisión dispareja, especialmente en el registro agudo, no es la requerida por el papel ya que en los momentos más dramáticos se ve obligado a forzarla con un resultado muy deslucido. Su actuación dramática, aunque aceptable, carece de verdadera convicción interior, salvo en los momentos más líricos como el dúo del segundo acto con Erin Wall, donde ambos artistas lograron una fusión vocal y escénica muy atractiva para el público.
En el papel de Valentín, el joven barítono Armando Noguera demostró condiciones muy estimables. Su comienzo fue algo inseguro, pero en la escena de la muerte logró transmitir con acierto la desesperada situación del personaje, el cual, aunque es relativamente breve, decididamente no es aconsejable para artistas de escasa experiencia. Nos gustó la interpretación escénica de Patricia Cifuentes para Siebel, personaje que en este aspecto es fácil ridiculizar, aunque su caudal vocal es muy reducido todavía. Carmen Luisa Letelier (Marta) estuvo musicalmente excelente y su actuación fue de significativa sobriedad, aun en su aspecto más liviano.
La dirección orquestal de Maximiano Valdés fue de un elevado lirismo, con una interpretación muy refinada de la hermosa partitura, aunque en ciertos momentos de la misma, de tipo más convencional, una mayor energía puede ser bienvenida. La versión abrió varios cortes convencionales muy acertadamente (segunda aria de Margarita, dúo de amor), aunque no fue exhaustivamente completa por razones obvias. La Orquesta Filarmónica tuvo un desempeño muy eficaz y seguro.
El aspecto de mayor controversia resultó ser la presentación y dirección escénica de Pablo Núñez, quien se hizo cargo de la régie ante la ausencia del titular. En la concepción y diseño del ambiente escénico, su labor no nos pareció a la altura de otros trabajos suyos (“Capuletos y Montescos”, de Bellini), por su falta de consistencia para las numerosas escenas que consulta la obra, logrando sus mejores momentos en los cuadros de mayor lirismo e intimidad, como el acto del jardín, aunque también en estos se mezclaron diseños estilizados con elementos escénicos de importancia en ciertos momentos de la trama (caja de las joyas , jaulas y otros ) de muy mal gusto en su confección y aparentemente provenientes de producciones anteriores de otras características. Su mayor acierto nos pareció el vestuario, ya que la dirección escénica, aunque muy efectiva en las relaciones de los protagonistas, decayó notablemente en su convencional manejo escénico del Coro, salvo en el regreso de los soldados en el acto tercero, aunque el carácter festivo, y no heroico, de la música traicionó sus intenciones.
El comportamiento musical del Coro, bajo la dirección de Jorge Klastornick, resultó ejemplar como siempre.