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El eterno retorno 2/7/2004

02 de Julio de 2004 | 00:00 |
El eterno retorno

Desde la próxima semana estará disponible en Chile The Cure, el primer disco del grupo de Robert Smith en cuatro años, y un sonoro desmentido a las incesantes amenazas del cantante de labios pintarrajeados en torno al fin de la banda de “Boys don´t cry”. Revisamos a continuación sus novedades y su discografía imprescindible.


Marisol García C. 2/7/2004


Tratándose de The Cure, hay dudas más significativas que dilucidar con qué tipo de sonido regresa el grupo tras cuatro años de virtual silencio. Antes que nada, primero que todo, vamos al grano: ¿sigue Robert Smith pintándose los labios?

La respuesta es sí. Y no sólo los labios; también el delineador oscuro, y los kilos de mousse siguen ahí, sosteniendo la mirada y el jopo infinito del hombre que se convirtió en ícono visual apenas publicó su primer álbum, hace 25 años.

Bien superados los cuarenta, Smith vuelve a la dinámica popular bajo un rol sorpresivo. El otrora ensimismado líder del post-punk es hoy una suerte de padrino de bandas jóvenes que se inspiran en el sonido hipnótico, profundo y oscuro desarrollado por The Cure durante los años ochenta. Así, al lanzamiento del disco The Cure y la promoción del single “The end of the world”, la banda sumará próximamente una gira («Curiosa», es el nombre) con varias de los grupos en cuyo sonido se rinde un tácito homenaje a los Cure, sobre todo los neoyorquinos Rapture e Interpol (participarán también Mogwai, Cursive y Thursday).

Casado aún con Mary, su novia de la adolescencia, y residente eterno de Londres, Smith —el único fundador del grupo que sigue a bordo— asume la promoción de The Cure como un asunto de la mayor importancia. Deberá ser convincente: hace unos tres años, el cantante y guitarrista no se cansaba de declarar que no habría más discos de The Cure, que su próximo trabajo sería probablemente un álbum solista, y que al grupo había que recordarlo como algo ido. Bloodflowers (2000) sería su epitafio.

Pero vinieron las dudas y la tentación comprensible de capitalizar mejor el retorno de la estética ochentera. Además, Smith decidió dejar el alcohol como lo hace un adulto con metas serias. El cantante viene de recorrer un equivalente al camino de San Pablo a Damasco, según le explicó recién al diario inglés The Guardian: “Como [antes] no me importaba un carajo lo que yo decía, pasaba todo el tiempo borracho. La única manera de soportar un día de entrevistas era tomarme dos tragos en cada una... y me aseguraba que el tipo que le tocaba al último no hablara muy buen inglés”.

Pero el paso definitivo de consolidación de The Cure como una banda activa lo dieron ayudados del productor Ross Robinson (un estadounidense asociado, hasta ahora, con el sonido nu-metal y la producción de bandas como Slipknot). El hombre convenció a Smith no sólo de entrar nuevamente a un estudio junto a sus compañeros, sino de grabar canciones con un método inédito en su historia. Por primera vez, The Cure grabó un disco contra el tiempo, a un ritmo de una canción al día. No había manera de alargarse en detalles técnicos ni discutir demasiado sobre la producción. Al grano: The Cure es un disco directo y urgente, registrado por una banda más estable de lo que se piensa.

—Cuando una banda dice que toma las decisiones de modo democrático, es porque están mintiendo. Usualmente, existen dos personajes abrasivos que luchan, y dos tranquilos que siguen las instrucciones. O existe una persona, y todos piensan: “Confiaremos en él (que en este caso soy yo) para tomar decisiones que nos beneficiarán a todos”. No se trata de tener el control.

Las palabras son de Smith (al diario The Guardian, de nuevo), defendiéndose de las incesantes acusaciones de querer llevar todo a su modo. El hombre que alguna vez declaró “yo soy The Cure”, se mantiene hoy a bordo de un quinteto que, si bien es completamente diferente al de sus inicios, no ha variado integrantes en los últimos diez años. Aquí están, de nuevo, el guitarrista Perry Bamonte, el bajista Simon Gallup, el tecladista Roger O’Donnell y el baterista Jason Cooper. Animan, juntos, un álbum de versos sombríos y un single pegajoso (“The end of the world”). Un álbum en el que Smith canta cosas como “no puedo encontrarme / no puedo encontrarme / me perdí en alguien más” (“Lost”), “No quiero empezar de nuevo / quiero que esto sea el fin / quiero que esto sea lo último que hagamos” (“Alt.end”) o “Ella nunca será la única para mí / Yo nunca seré suficiente para ella / Nunca nos enamoraremos / Nunca nos enamoraremos” (“Never”).

Qué versos más característicos de su romanticismo desencantado. Con o sin labial, Smith no puede dejar de cargar con un personaje que sigue siendo el mejor dentro de un estilo patentado con su nombre.

Marisol García C.

CINCO DISCOS IMPRESCINDIBLES

Three imaginary boys (1979)
El debut poderoso de un trío sin grandes ambiciones y una juventud fresca y valiente. Bastante más punk de lo que parece superficialmente, el álbum emplea elementos mínimos para construir canciones pegajosas, ruidosas e incómodas, que incluso le valieron una censura radial por la supuesta violencia racista implícita en la canción “Killing an arab”, el relato de un asesinato a un árabe que no nació de Smith y compañía, sino de la novela El extranjero, de Albert Camus. Es un álbum muy representativo de su época, el post-punk; un trabajo austero y propositivo, que brilla en temas como “Accuracy”, “Fire in Cairo” y la hipnótica “10:15 Saturday night”, con ese bajo insoportable imitando una gotera.

Pornography (1982)
Luego de este disco, ya no habría cómo escribir el nombre de The Cure sin ajustar al poco rato el adjetivo “depresivo”. Un trabajo desolador y angustiante, ya desde la carátula, éste es el álbum favorito de los fanáticos iniciales, esos que luego se espantarían con el paso del grupo a la radio y la fama mundial. A través de los efectos de guitarra, el grupo trabajó un sonido atmosférico y denso, en el cual el auditor se va envolviendo hasta simular estados lisérgicos casi. Una suerte de sicodelia oscura, que resultó de gran valor para quienes hasta hoy abrazan lo “gótico” como causa de vida. Es un antecedente poderoso para el hermoso Disintegration (1989), y es probablemente inferior a éste, pero resulta un disco fundamental para comprender a The Cure como una banda que, por entonces, hacía parecer a The Smiths como un grupo sarcástico. Destacan “The hanging garden”, “Pornography” y “One hundred years”.

The head on the door (1985)
No es un disco demasiado considerado, podría decirse que algo subvalorado. Pero en su momento fue una enorme entrada de luz e ideas para una banda que no quiso seguir cargando con el rol de apologistas del suicidio que una creciente legión de inadaptados quería cargarle. Hay aquí suficientes ganchos de pop como para justificar la promoción radial que acabó teniendo. Ya solo un single como “In between days” sostendría cualquier disco. Pero, además, Smith nos regala composiciones suyas inolvidables, incluyendo “Close to me”, “A night like this” y la sorprendente “The blood” (medio rumbesca). Por entonces, el grupo New Order lograba melodías parecidas, pero con teclados. The Cure las construyó con guitarras y logró consagrarse como algo más que una banda “gótica” (a Dios gracias).

Kiss me, kiss me, kiss me (1987)
“Bésame, bésame, bésame” invitaba Robert Smith para adentrarse a un disco definitivamente romántico, aunque con cierto sarcasmo si uno recuerda el video de “Why can´t I be you”, una canción que comenzaba como una declaración de amor (“¿Por qué no puedo ser tú?”) para luego revelarse como una gran sátira a un sujeto pedante. Es un disco largo (17 temas) y diverso, con canciones muy profundas y oscuras (“Torture”, “If only tonight we could sleep”) y gemas de pop dirigidas inequívocamente a las radios. Por eso se aprecia como un álbum disparejo, entre cuyo desorden pueden rescatarse canciones de auténtico valor. Bronces y citas funk inéditas en la discografía de la banda, acercaron a The Cure a una audiencia enorme, y catapultaron al fin su nombre a Estados Unidos vía-MTV. Además de “Why...”, la insuperable “Just like heaven” es prueba viva de que la década de los ochenta fue un período bendito, pese a los autoritarios en el poder, Engrupo y los zapatos Pluma.

Disintegration (1989)
¿El mejor disco de The Cure? Merece disputar el cetro, pese a que la banda lo grabó sin fe alguna en que superara a sus antecesores. El éxito mundial conseguido con singles como “Just like heaven”, parece haber espantado parcialmente al grupo, que volvió aquí a la etapa de Pornography para desarrollar música dilatada, triste y épica. Pero resultó todo al revés: aunque grabaron canciones de más de cinco minutos y las poblaron de figuras angustiantes, aunque Robert Smith consideró “simpático” promocionar el single “Lullaby” con una imagen suya siendo devorado por una araña, aun con ese título, The Cure consiguió ventas enormes y una fama imparable. Quizás los fines de los años ochenta eran tiempos oscuros que requerían discos como éste. O quizás el rock olvida que, a veces, debe también interpretar los estados naturalmente confusos y depresivos del ser humano. Sea lo que sea, el mundo pareció un mejor lugar luego de que escuchamos “Fascination street”, “Pictures of you” y “Love song”.

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