Ciclo de Cámara U.C.
Gilberto Ponce 14/7/2004
Un interesante programa, con música de la primera mitad del siglo XX, fue el ofrecido por dos integrantes de una de las más ilustres familias musicales de nuestro país. Aunque el encabezado pudiera señalar a Fernando y su esposa Frida, en esta caso se trataba de la hija de ambos, Frida Ansaldi en violín y Frida Conn su madre acompañándola en piano.
De sobra conocemos las notables condiciones de concertista de Frida Conn, que pone en evidencia en cada una de sus presentaciones, sin embargo no teníamos el placer de conocer a Frida Ansaldi, una muy joven y más que talentosa violinista. Las condiciones estaban dadas para una noche perfecta. En efecto así ocurrió, pues la violinista posee un sonido muy hermoso, acompañado de una afinación impecable, con perfecto dominio de los arcos, que la hacen concretar fraseos siempre interesantes, eludiendo esos interminables ligados, tan poco musicales que acostumbran algunos malos intérpretes de instrumentos de cuerdas. A pesar de su juventud, se aprecia una madurez musical notable, producto sin duda de una rigurosa formación, acompañada de un estudio sistemático.
El programa consultó en la primera parte 5 Melodías Op. 35 de Sergei Prokofiev, de lenguaje más bien romántico con ciertos avances hacia el post romanticismo, donde se apreció la total compenetración de ambas intérpretes, recordamos especialmente el Allegretto de juego melódico y rítmico, realizado con elegancia y precisión, o el movimiento final, donde es más reconocible el estilo y lenguaje de Prokofiev.
La Suite Italiana de Igor Stravinsky, con temas de “Pulcinella” del mismo Stravinsky, fue interpretaron con toda la elegancia neobarroca que la obra exige. No podemos dejar de señalar, el delicioso sonido de la Serenata, de una finura sorprendente. El ostinato rítmico melódico de la Tarantella, habría sido digno de aplaudirse por la perfección lograda entre ambas intérpretes, la Gavotta con juegos dinámicos muy interesantes en las variaciones, o bien el Scherzino, brillante y al mismo tiempo sutil, para concluir con el Finale, fundiendo la ironía, brillantez y solidez.
El lenguaje más contemporáneo de Edward Elgar, con que se inició la segunda parte, nos mostró otra faceta de las intérpretes. Un sonido más grande y sólido, que fue acompañado por una gran fuerza interpretativa en una obra de estructura evidentemente más compleja. Nos referimos a la Sonata Op.82, cuyo lenguaje se mueve entre el postromanticismo con atisbos de expresionismo. En este caso destacaremos el segundo movimiento Romance, donde el violín hace uso de casi todos los recursos y posibilidades del violín, con un sugerente final en sordina.
El Allegro final solo sirvió de confirmación de las virtudes señaladas anteriormente.
La Pampeana Nº 1 de Alberto Ginastera, que la violinista tocó de memoria, a pesar de las enormes dificultades que encierra, entre otras recordamos el tocar con el arco una melodía, mientras con la mano se tocan staccatos, o bien el final con un endemoniado ritmo entre el piano y el violín. Sin duda un resonante éxito.
Ante las ovaciones del público las solistas ofrecieron como encores, un Paganini muy clásico y una energética versión de una de las partes de Porgy and Bess de G. Gershwin, con todo aquello que tiene del Jazz y la sensualidad que le acompaña.
Que mejor para dejar en claro la total versatilidad de las estupendas solistas.
Es importante señalar el altísimo nivel de la presentación, donde la sabiduría de Frida Conn se complementó con la total serenidad y prestancia de Frida Ansaldi.