
Las escasas grabaciones del director permiten tener un recuerdo de la grandeza de su arte.
LJUBLJANA/VIENA.- El director de orquesta Carlos Kleiber murió el 13 de julio a los 74 años tras una larga enfermedad, según confirmó hoy la agencia de noticias eslovena STA, citando a familiares del fallecido.
Sus restos fueron sepultados el sábado pasado en Konjsica, en el este de Eslovenia. La madre de Kleiber provenía de Eslovenia.
Hijo del director austríaco-argentino Erich Kleiber, el músico nació el 3 de julio de 1930 en Berlín. Su familia huyó de la Alemania nazi y él se crió en Argentina, donde se formó como músico. Su carrera como director comenzó en 1952 en el Teatro de La Plata.
En 1953 actuó por primera vez en Europa, en la ciudad alemana de Múnich. Rápidamente se consagró y pronto dirigió en óperas tan reconocidas como la de Zúrich y la de Stuttgart.
Era considerado difícil y perfeccionista, pero también un maestro de la fidelidad a las obras y la precisión. La crítica lo calificaba como un "elemento volcánico en el púlpito".
Pese a su fama internacional, siempre escogió con mucho criterio sus presentaciones y se mostraba renuente a que grabaran sus conciertos.
Recibió numerosos premios en su carrera, como la Batura de Oro de la Scala de Milán. En los últimos tiempos vivía retirado en las cercanías de Múnich.
Una semblanza del genio
Carlos Kleiber dirigía como si “viniera de otro planeta”, se maravillaba en una ocasión el tenor Neil Shicoff. También el público se rendía a este director de orquesta en sus poco frencuentes conciertos en los que ofrecía interpretaciones extremadamente sensibles. Pero además era considerado difícil e imprevisible, justamente debido a su perfeccionismo.
Nadie discute el rango musical del director, que atrapaba a público y crítica con su extraordinario sentido del movimiento y de la tensión. Nació como hijo del también considerado difícil director austríaco Erich Kleiber en Berlín. La familia huyó de los nazis a Argentina. Allí Carlos recibió su primera formación musical.
A pedido de su padre, primero estudió química en Suiza, pero lo dejó por la música. Su carrera como director comenzó en 1952 en la ciudad argentina de La Plata.
En 1953, se lo vio por primera vez en Europa, en la ciudad alemana de Múnich, y rápidamente se abrió paso en el mundo de la música. Breves contratos en Potsdam, Düsseldorf, Zúrich y Stuttgart fueron excepciones en su carrera. El músico, que pronto dirigió en casas tan prestigiosas como Viena, Bayreuth y Nueva York, tenía fama de solitario. No estaba dispuesto a ningún compromiso y aparecía en el púlpito sólo cuando estaba conforme con los ensayos y el rendimiento de los artistas.
En numerosas ocasiones, suspendía en el último minuto representaciones esperadas “por una indisposición”, y, sin embargo, siguió siendo en todos los grandes teatros del mundo un huésped bienvenido aunque difícil de ver.
Por eso, cada actuación del riguroso director de orquesta era celebrada como un acontecimiento. Así fue en 1989, cuando dirigió el concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena y cuando dirigió por primera vez a la Filarmónica de Berlín en un concierto benéfico.
En 1994, transformó en la Opera Estatal de Viena un avejentado “Caballero de la Rosa” de una puesta en escena de 1968 en un éxito triunfal.
Entre los momentos más destacados de su carrera como director figuran además interpretaciones de “Tristán e Isolda” de Wagner, “Otello” de Verdi y “Carmen” de Bizet.
El “campeón mundial de la negativa” no sólo rechazó consecuentemente contratos fijos, sino que se aislaba además de la opinión pública y no daba entrevistas.
Sin embargo, sus compañeros de profesión transmitieron una impresión de su personalidad. La soprano Edita Gruberova dijo que para él la música en el fondo era psicología y filosofía. Para Riccardo Muti, Kleiber se distinguía por una “precisión increible”.