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“La Cenerentola”: Brillo rossiniano 2/8/2004

03 de Agosto de 2004 | 17:45 |
“La Cenerentola”:
Brillo rossiniano


Dirección musical: Roberto Rizzi Brignoli
Régie: Matías Cambiaso
Escenografía y Vestuario: Germán Droghetti
Iluminación: Ramón López

Principales Intérpretes: V. Genaux, J. Osborn, K. Glavin, P. Spagnoli, L. Pisaroni, P. Cifuentes, M. Caparotta.

Santiago, sábado 31 de julio de 2004
Por Juan Antonio Muñoz H. 2/8/2004

Esta “Cenerentola” (1817) es la primera desde las ya hoy legendarias presentaciones santiaguinas de 1985, con Lucia Valentini-Terrani y Paolo Montarsolo sobre la escena, y Bruno Campanella en el podio. El reencuentro con el público ha sido entusiasta, a pesar de que las cosas funcionaron del todo bien sólo en el foso.

El maestro Roberto Rizzi Brignoli se encargó de hacer un trazo rico y variado de una partitura que puede sonar reiterativa: él revivió el brillo y la juguetona energía de este Rossini y supo encantar desde la obertura, a la que dotó de un irresistible crescendo. Las cuerdas ayudaron mucho en la precisión del burbujeante transcurrir de las miles de notas escritas, mientras que la mano de Rizzi Brignoli consiguió la coherencia necesaria entre la melancolía de “Una volta c’era un re”, canción con la que el compositor insiste en la esencia del personaje central, y el resto de la historia, de tan distinto carácter.

El sector masculino del coro del Teatro Municipal estuvo muy bien en sonoridad, ritmo y participación escénica, al interior de la eficiente aunque algo redundante régie de Matías Cambiaso: es poco imaginativo que siempre el coro entre en coreografía y al ritmo de la música. Correctas la iluminación de Ramón López y la escenografía de Germán Droghetti, que recordaba los libros de niños con piezas que se levantan al dar vuelta las páginas. Eso sí, tanto mejor la casa de Don Magnifico que el demasiado florido y colorinche palacio; parecían cuadros hechos por un diseñador diferente. Tampoco el vestuario logró revivir el mundo de fantasía descrito.

“La Cenerentola” es una ópera hecha para cantantes con una técnica a toda prueba. Partiendo por Angelina-Cenicienta, el último gran rol de primadonna que Rossini escribió para la voz de contralto. Como éstas ya casi no existen, son las mezzos las que asumen la parte. Vivica Genaux es una buena artista, que comunica la psicología de su rol y que resulta eficiente en las apabullantes pruebas de agilidad, aunque su voz pierde color en graves y agudos. John Osborn es un tenor lírico-ligero interesante, cuyo material tiene cierto cuerpo, lo que completa con seguros agudos de volumen considerable. Patricia Cifuentes y Miriam Caparotta fueron Clorinda y Tisbe, las encantadoramente desagradables hermanastras: su trabajo fue musical y muy divertido. Kevin Glavin sirvió a Don Magnifico más por apariencia física y desplante que por canto. El Alidoro de Luca Pisaroni, a pesar de su figura, fue pálido y sin ángel en términos interpretativos mientras que Pietro Spagnoli (Dandini) dio cuenta de poseer un material dúctil y simpatía escénica.