“Rigoletto” nacional: Verdi estaba en el foso
Juan Antonio Muñoz H. 24/8/2004
Es importante que Maurizio Benini haya estado al frente de la versión de “Rigoletto” para el ciclo Encuentro con la Ópera, ya que eso pone en contacto a los cantantes chilenos con batutas exigentes e ideas interpretativas claras. Desde el preludio, trazado con admirable concentración y dramatismo, el maestro condujo al público por la densidad de esta obra admirable y estremecedora, que llegó sin los cortes impuestos por años de oscurantismo. Fueron claves la riqueza de matices con que Benini coloreó la espesa conversación entre Rigoletto y Sparafucile y el dolor de “Piangi, fanciulla”, como también la elección de tempi, cuyo conjunto siempre mantuvo total equilibrio. La Orquesta Filarmónica y el Coro (director Jorge Klastornick) permitieron que el espíritu de Verdi comunicara su mensaje.
En una régie antojadiza y con recursos de poco nivel (Stefano Vizioli), y elementos escenográficos y de vestuario nada lucidos (Enrique Bordolini e Imme Möller, respectivamente), el equipo de cantantes tuvo una actuación con altibajos. El barítono chileno Patricio Méndez llena la escena con su presencia y sabe extraer el valor y proyectar el sentido de las palabras. Su material está opaco y velado, y ciertos agudos no tienen el impacto de antes, pero en él hay un intérprete que concentra la atención sobre sí.
En el otro extremo se ubica la Gilda de la soprano argentina Laura Rizzo, que cantó un correcto “Caro nome”, pero que no pudo con los sobreagudos del final de “Si, vendetta”. Su pasividad escénica hizo que Gilda prácticamente desapareciera del mapa en el momento en que es más necesario que esté comprometida: el acto final.
El uruguayo Juan Carlos Valls (Duque de Mantua) es un tenor sorprendente por la naturalidad y belleza de la zona superior de su registro; sin embargo, debe desarrollar centros y graves, y hacer madurar su fraseo, desconcertante y desordenado.
Sergio Gómez cantó Sparafucile con su emisión consolidada y graves que llevan al averno, aunque persiste la poca claridad de su dicción; con garra, el atormentado y noble Monterone, de Homero Pérez, que cada vez demuestra estar llamado a empeños mayores, y expresiva y con centros aterciopelados la intensa Maddalena de Lina Escobedo.