“Rigoletto”: Una versión musical fiel a Verdi
Francisco Gutiérrez Domínguez 21/8/2004
“Rigoletto”, que se presenta en el Teatro Municipal, es la primera ópera de Giuseppe Verdi que Maurizio Benini dirige en nuestro país y, en líneas generales, podemos afirmar que alcanzó la misma calidad que ha demostrado en sus numerosas actuaciones en Chile en óperas de otros autores italianos, especialmente Donizetti. Su fidelidad a las intenciones musicales y dramáticas del autor quedó de manifiesto en una interpretación sobria y concentrada del latente dramatismo inherente al discurso musical verdiano y en una elección de tiempos musicales, que si bien en ocasiones nos parecieron de una rapidez exagerada, logró mantener el equilibrio entre lirismo y urgencia rítmica y expresiva que caracteriza la escritura musical verdiana en esta etapa. Además, el excelente director nos deparó la satisfacción de escuchar una versión absolutamente completa de la obra, sin los cortes que durante años impuso una tradición interpretativa basada casi exclusivamente en el lucimiento vocal de los intérpretes. La Orquesta Filarmónica lo secundó con excelente precisión en sus intenciones, la que sólo se vio comprometida en ciertos momentos del cuadro inicial.
Esta versión de “Rigoletto” también nos permitió conocer a la soprano Mary Dunleavy, que interpretó el papel de Gilda con extraordinario acierto. La cantante posee un hermoso e impactante timbre vocal, de buen volumen, y que usa con una técnica impecable, lo que le permite constantes sutilezas interpretativas o dominar con facilidad la notoria dificultad de sus intervenciones con un rendimiento siempre de acuerdo a las diferentes situaciones dramáticas que atraviesa el personaje, al que además otorga una inusitada significación por la calidad de su actuación escénica, la que en todo momento resulta natural y atinada.
El nivel logrado por ambos artistas no se extendió al resto de los participantes, los que no alcanzaron la misma consistencia artística a lo largo de sus intervenciones y que además no fueron asistidos en sus actuaciones por la confusa y errática dirección teatral y presentación escénica del espectáculo.
El barítono Roberto Frontali (Rigoletto) posee hermosas condiciones vocales, que en teoría podrían resultar de muy buen nivel para el rol, cuya extensión vocal está también a su alcance, pero su manejo de ellas carece de una eficacia constante, con una falta de homogeneidad en la emisión que a veces compromete la exacta afinación de su expresión musical y cuyo temperamento es de una parquedad expresiva que, para un papel tan apasionado y rico en diversidad de emociones, resulta limitante para las posibilidades dramáticas de la magnífica música creada por Verdi para el bufón. Su actuación escénica también carece de sentimiento y en este aspecto la regie, a todas luces preocupada de aspectos de menor importancia, no impuso un criterio consistente o apropiado.
El tenor Roberto Saccá (Duque de Mantua) es un cantante de musicalidad por lo menos correcta, aunque no consigue mantener un nivel de eficacia parejo. Posee un timbre de efectiva facilidad en el registro agudo, pero cuyo colorido no nos parece especialmente adecuado a la escritura verdiana ya que posee una opacidad que se acentúa con la emisión muy abierta en ciertas notas del registro medio. Su actuación escénica no presenta un relieve especial, salvo por su adecuación en el aspecto físico del rol.
Los papeles de Sparafucile y Magdalena, en manos del bajo Tigran Martirossian y de la mezzo soprano Claudia Godoy, fueron interpretados con un ajustado criterio musical, pero sus intervenciones, aunque breves, necesitan de mayor fuerza vocal ya que comprometen conjuntos de gran importancia musical y dramática. El bajo Homero Pérez (Monterone) nos pareció por debajo de sus cualidades normales. El resto de los numerosos papeles fue interpretado con diversa calidad, aunque siempre con corrección.
Como ya lo manifestamos, el aspecto teatral no nos satisfizo. En primer lugar, el marco escénico creado por Enrique Bordolini fue de una complicación excesiva, reduciendo los espacios de actuación a un mínimo apenas tolerable, alejando en repetidas ocasiones a los solistas del foso orquestal, y de una ambientación muy poco atractiva. Incluso, la iluminación se vio comprometida, ya que resultó excesiva para la ambientación nocturna del segundo cuadro, que en esta versión transcurre en gran parte en la habitación de Gilda, y de efectividad casi nula en el cuadro final.
El vestuario de Imme Möller mezcló demasiados colores y diseños, aumentando el efecto de desorden teatral que caracterizó la regie de Stefano Vizioli. El aspecto más desfavorable de esta última es que se concentró en detalles de escasa importancia dramática, con un resultado que prácticamente anuló varios efectos musicales de la partitura, como en la primera escena, donde en lugar de danzas cortesanas presenciamos elementos ajenos a la categoría artística de un espectáculo lírico y donde la maldición de Monterone, aspecto central del drama, pasó casi desapercibida en medio del caos reinante en escena. Lo mismo sucedió en las famosas intervenciones de Rigoletto con el coro en el tercer cuadro, donde la persistente y monótona burla de los cortesanos adquirió más relieve que el dolor del padre ofendido. Nada de esto nos parece de acuerdo con una interpretación teatral atinada de la partitura. La actuación musical del coro, siempre dirigido con magnífica precisión por Jorge Klastornick, se vio comprometida en más de una ocasión por el desorden impuesto por la concepción teatral del director de escena.
Este “Rigoletto” trajo a la soprano Mary Dunleavy, que interpretó a Gilda con extraordinario acierto.