
Tom Hanks es el protagonista de la más reciente cinta de Steven Spielberg.
VENECIA.- Una imagen positiva y edulcorada de Estados Unidos abre hoy el 61° Festival de Cine de Venecia con el filme fuera de concurso “The Terminal” de Steven Spielberg, anticipado anoche a los periodistas acreditados.
La película cuenta la historia de un turista ex soviético que no puede salir del aeropuerto de Nueva York ni volver a su casa cuando se produce un golpe de estado que suspende las relaciones entre su país y Estados Unidos.
Tom Hanks interpreta a Viktor Navorski, quien llega a Nueva York con una misteriosa caja de maníes y el deseo de pasar una noche en el hotel Ramada de Nueva York, sin conocer una palabra de inglés.
Varado en un país extraño, en espera de que se resuelva su particular situación, Viktor vaga por la sala de tránsito del aeropuerto, sin un dólar, pero ingeniándosela para vivir seis meses en la estación haciendo trabajos varios y granjeándose la simpatía de todos los empleados pero no del jefe de seguridad Frank Dixon que se convierte en su sombra.
“The Terminal” es una comedia sentimental con una multitud de personajes buenos y un sólo malvado que termina por redimirse para mostrar una imagen de los Estados Unidos que muchos norteamericanos quisieran que fuese la de todo el mundo. Esto es la exaltación, en la ficción, de un país amante de la libertad y defensor de los derechos humanos, tal vez un poco apegado a las normas y a la disciplina pero capaz de desobedecerlas por consideraciones humanitarias.
Algo que todos los que hayan llegado a un aeropuerto norteamericano con la menor falta en el visado o en el pasaporte saben que no sucede.
Tom Hanks compone con la autoridad de siempre un personaje de acento improbable, tan improbable como su relación amorosa con una azafata, una Catherine Zeta-Jones con evidentes carencias en cuanto a dotes interpretativas, enamorada de un hombre casado y a la que trata de ayudar.
Más convincente, aunque episódica, resulta la participación de tres personajes que encarnan las diferentes etnias que componen el crisol de razas que es ese Estados Unidos: un mexicano, el siempre excelente Diego Luna, un indio y un negro.
Pero quien se roba la película, además del escenógrafo Alex McDowell que creó una sala de tránsito de aeropuerto a escala natural, es Stanley Tucci, extraordinario jefe de seguridad a dieta de pastillas y sandwiches y que a duras penas controla el ataque de nervios que mantiene siempre a flor de piel.
Mucho mejor resultó el segundo de los tres filmes fuera de concurso de la inauguración, el italiano “Volevo solo dormirgli addosso”, segunda obra de Eugenio Capuccio, un ex asistente de Federico Fellini, que renueva la tendencia testimonial del cine italiano con un tema de actualidad como los desastres que causan los despidos en masa en nombre de la reestructuración empresarial.
Marco Pressi, un excelente Giorgio Pasotti, actor formado en papeles televisivos, es un gerente de rango intermedio que pasa de dar la bienvenida a los nuevos contratados a despedir sin miramientos al personal en exceso.
En estas circunstancias Marco pierde el amor de su novia, el respeto de sus subalternos y el afecto de sus amigos y hasta, finalmente, el empleo, dado que el último de los despedidos será él mismo como una metáfora de este monstruo de la globalización que termina por devorar a sus más fervientes sostenedores.
Olvidable, “Rudao longhu bang” del hongkonés Johnnie To famoso por su abundante producción -cerca de 40 películas en 25 años, en su mayoría de artes marciales-, adorado por el director de la Mostra Marco Müller, y que diluye su habitual catarata de violencia con un mínimo toque de introspección indispensable para justificar su inclusión en el programa del festival.