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Festival Mozart 3/9/2004

07 de Septiembre de 2004 | 13:16 |
Festival Mozart

Gilberto Ponce 3/9/2004

Uno de los factores de mayor interés del séptimo concierto de la temporada del Municipal, radicaba en el hecho de poder escuchar en un mismo concierto, obras tempranas y tardías del genio de Salzburgo. En efecto, el programa se abrió con la Sinfonía Nº 1 K. 16, que Mozart escribió cuando contaba sólo con 8 años, que recoge una fuerte influencia de Johann Christian Bach y se erige como una de las últimas manifestaciones del estilo Rococó.

La sólida batuta de Mauricio Benini estuvo a cargo del programa, mostrándose como un gran conocedor del estilo clásico, con sus contrastes y manejos dinámicos, privilegiando en todo momento la claridad melódica entre las diferentes voces, enfatizando tanto la “ingenuidad” como los atisbos de la genialidad en ciernes del juvenil autor, resolviendo los adornos a la manera clásica, solo como recuerdo del período precedente. En la transparencia buscada encontró en la orquesta la respuesta más adecuada.

El hermoso concierto para piano y orquesta Nº 12 K. 414 nos llevó al Mozart adolescente, contando como intérprete al pianista español Iván Martin, quien en su recital en solitario, había dado muestras de su afinidad con los clásicos. Con excelente digitación que le permite resolver las escalas con facilidad, realizó una encomiable labor, donde sólo alguna precipitación que tendía a apurar su discurso, le restó un mérito total.

En muchas interpretaciones de conciertos con solista, la orquesta es un mero acompañante. En esta ocasión -y por mediación de Benini- se transformó en elemento fundamental para que ahora sonara como parte esencial del todo. Cada respuesta, imitación o complementación con el solista tuvo tal relevancia, que la obra funcionó como una maquina perfecta. Un ejemplo de ello fueron los ataques luego de las cadencias, perfectos en sonoridad y estilo.

Los movimientos extremos muy luminosos y el central con su melancolía dramática, fluyeron en una versión muy notable.

Como encore, ante las ovaciones del público, Martín tocó con liviandad virtuosa más que con profundidad, un estudio de Frédéric Chopin.

Una de las últimas sinfonías escritas por Mozart, la Nº 39 en Mi bemol mayor K. 543, finalizó el concierto, sirviendo como demostración de la capacidad del director para transitar por las diversas épocas de un mismo compositor. Desde la introducción lenta del primer movimiento, siguiendo por el desarrollo posterior Allegro, con sus imaginativos giros y juegos, orquesta y director se fundieron como un todo, para sacar a luz toda la magia mozartiana. El Andante que le sigue lo interpretaron con gran finura rescatando esos mensajes oscuros que a veces desaparecen en algunas interpretaciones.

El Minueto fue lúdico, con excelente manejo de los contrastes, la sección central mostró a las maderas en un muy buen pie. Virtuosismo es la definición para el cuarto movimiento, el Allegro final que fue vertido con gran precisión, con una orquesta y un director que parecían gozar cada uno de los pasajes. Debemos dejar en claro que el virtuosismo a que aludimos no alejó en forma alguna el estilo propio de la sinfonía, pues se contaba con un director de gran solvencia y una orquesta que solo quería responder de la mejor forma a la precisa batuta de Benini.

Un gran concierto, saludado con ovaciones del público y con las de los músicos hacia su director.
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