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"El Buque Fantasma": nueva e irregular producción wagneriana 22/9/2004

24 de Septiembre de 2004 | 13:38 |
"El Buque Fantasma": nueva e irregular producción wagneriana

Francisco Gutiérrez Domínguez 22/9/2004

La nueva producción de "El Buque Fantasma" de Wagner, que está presentando el Teatro Municipal, demostró el papel preponderante que ha adquirido actualmente el régisseur en los espectáculos líricos y que se manifiesta especialmente en la libertad con que estos artistas enfrentan las especificaciones escénicas y el aspecto dramático de una ópera y que serían inaceptables si un procedimiento similar se aplicara en el mismo grado al aspecto musical. Roberto Oswald, quien tuvo a su cargo la dirección escénica, la escenografía y la iluminación del espectáculo, ha dado continuas muestras de un criterio sólido y consecuente en los trabajos que ha realizado en nuestro país, evitando también en esta ocasión un alejamiento radical al contexto de la obra, pero su adaptación de la misma y de sus personajes a ciertos aspectos de la vida del compositor nos parece discutible, porque el mensaje dramático concebido por Wagner es preciso y su libreto establece instrucciones muy claras para la presentación escénica.

Afortunadamente el proceso se materializó con cierta lógica y buen gusto, pero sólo hasta la última escena del tercer acto, donde su solución dramática nos pareció de una trascendencia mucho más limitada que la planteada por el autor, además de no cuadrar con lo que nos manifiesta la partitura musical en esos momentos y donde se perdió la discreción en las imágenes. El vestuario de Aníbal Lápiz también fue realizado con sobriedad y gusto, pero nos demuestra que el tipo de cambios a que hacemos mención está creando una monotonía visual en la ópera en general y que constantemente el espectador es sometido a un proceso de adaptación molestamente reñido con lo que espera ver. En nuestra opinión los mejores logros de ambos artistas estuvieron en las diferentes escenas en que aparecen marineros e hilanderas, las que fueron realizadas con una estilización más que aceptable. Además, en el aspecto musical la participación del coro, dirigido por Jorge Klastornick, fue de extraordinaria calidad y tal vez el elemento más sólido del reparto, logrando que estas escenas tuvieran el relieve asignado por el autor.

En líneas generales los intérpretes vocales lograron un nivel satisfactorio, y sus voces y estilo resultaron adecuadas a las exigencias musicales de la partitura. El barítono Richard Paul Fink (Holandés) comenzó con cierta inseguridad vocal que no le permitió interpretar con soltura su extenso monólogo inicial, pero mejoró en forma notable desde el dúo con Daland y dio muestras de ser un sólido cantante, de voz homogénea y segura en toda su extensión ya que no tuvo mayores problemas para sortear las arduas dificultades del registro agudo de su rol en el último acto, al que llegó en plena posesión de sus facultades. Como intérprete se mostró más bien parco en la expresión del profundo sufrimiento interior del personaje al que tampoco logra imprimir el aura de misterio que le es propia en una producción normal.

El papel de Senta fue abordado por la soprano Janice Baird, quien posee una voz de características muy especiales, muy de acuerdo con lo que se puede esperar de una soprano wagneriana. Su material vocal es denso y oscuro, tal vez demasiado para este papel que requiere más luminosidad en el timbre, pero cubre cómodamente el rango de su difícil tesitura. La producción la presenta bastante menos obsesionada que lo usual con su aporte a la salvación del holandés, pero en general su interpretación fue positiva y su canto de honda expresión, aunque su control de la emisión vocal, en ciertos momentos más delicados, no es completo.

El bajo Stanislav Shvets (Daland) es un joven cantante de musicalidad segura y un timbre oscuro de cierto atractivo, pero que nos parece más adecuado por naturaleza al repertorio ruso. Sin embargo, su actuación dramática resultó muy aceptable aunque nos pareció incómodo como un rudo capitán de barco de cierta semblanza con el compositor Franz Liszt, contemporáneo de Wagner y padre de su segunda esposa. El tenor Jay Hunter-Morris (Erick) posee un timbre muy agradable y cantó su parte con buen gusto y un lirismo muy bienvenido en este rol. Luis Olivares (Timonel) y Claudia Godoy (Mary) completaron correctamente el elenco, destacándose el primero en su canción del primer acto.

Frank Beermann tuvo a su cargo la dirección orquestal que llevó a cabo con acierto, aunque en ciertos momentos no hubo equilibrio sonoro entre el palco escénico y el foso orquestal. Su dirección estableció apropiadamente tiempos musicales más livianos que los usuales en las escenas corales, pero las partes dramáticas no lograron el vuelo lírico que puede adquirir la partitura.

Desgraciadamente, la Orquesta Filarmónica no demostró su disciplina usual y fueron demasiadas las fallas ocasionales de algunas secciones instrumentales, especialmente de los vientos.

En ciertos momentos no hubo equilibrio sonoro.
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