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La coronación de Sylvia Soublette (3/9/2004)

29 de Septiembre de 2004 | 12:57 |
Mario Córdova
(3/9/2004)

Por quinto año seguido el Instituto de Música de Santiago, encabezado por Sylvia Soublette, impacta con el montaje de una obra escénico-musical olvidada por nuestros escenarios. A producciones de "Dafne" de Caldara, "Dido y Eneas" de Purcell, "María de Buenos Aires" de Piazzolla y "El hijo pródigo" de Debussy se suma ahora "La coronación de Poppea" de Monteverdi.

El afán de Sylvia Soublette por desenterrar obras antiguas puede mucho, ya que presentar esta ópera de 1642 es tarea asaz compleja, y no obstante lo empedrado del largo camino de la preparación, su tesón y dedicación al proyecto han triunfado, materializándose éste con entero éxito.

Ciertamente nuestro medio no posee las cualidades de ciudades europeas, donde abundan cantantes, instrumentistas, directores y musicólogos expertos en la interpretación operística más remota (Cavalli, Peri, Monteverdi, etcétera). Somos Santiago de Chile, donde impera la ópera más tradicional, con arranques, por fortuna cada vez más frecuentes, a repertorios menos explorados del siglo XX y con abordajes que se nutren mucho de elementos extranjeros. Visto así, lo que Sylvia Soublette ha estado haciendo y que se ve ahora coronado con esta gran ópera es el mayor logro conquistado por la instancia privada que ella maneja, ajena a subvenciones y aportes artísticos extranjeros. Todo ha sido realizado con mínimos recursos y en un marco no de excusable mera dignidad sino de sobrada calidad.

Confluye en este montaje medio centenar de intérpretes, entre cantantes, conjunto instrumental y bailarines, destacando en los roles principales las sopranos Patricia Cifuentes (Poppea) y Jeannette Pérez (Octavia), el tenor Pedro Espinoza (Nerón), Bernardo Vargas (Otón) y las contraltos Carmen Luisa Letelier (Arnalta) y Evelyn Ramírez (Nutrice). Unos más cercanos que otros a los óptimos rendimientos en el dominio estilístico de canto que exige Monteverdi, logran moldear un servicio que se desenvuelve con naturalidad y convence. Frente a ellos y las casi tres decenas que conforman el apoyo orquestal (incluido un amplio contingente de bajo continuo), Sylvia Soublette dirige la compleja interpretación con autoridad y fluidez.

La obra es larga y puede criticarse que un solo marco escenográfico para toda ella es cansador. También puede señalarse que la régie de Carmen Barros y la iluminación de Esteban Sánchez son mejorables. Alguien podrá apuntar que el vestuario es de un eclecticismo extremo. Imponiéndose por sobre cualquier reparo está la fuerza de la presencia de una obra que es grueso pilar en el desarrollo del género operístico y que hasta hoy nunca había subido a escenario chileno alguno. ¡Bravo!

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