Crujido y cadencia
Marcelo Contreras 2/10/2004
Arto Lindsay anoche en el Teatro Providencia ante unas setecientas personas. Un enigma en directo en Chile, con certificado de vanguardia, bossa nova y Nueva York.
Primera sorpresa: el sonido seco, áspero y profundo a la vez percutado por una bestia del bajo como Melvin Gibbs, ex militante de la armada de Henry Rollins. Luego venían las suaves bases -la gran mayoría suscritas al bossa- de Micah Gaugh, que además se hacía cargo del saxo.
Y sobre ellos Lindsay, este neoyorquino que creció en Brasil en los 60, en medio del auge del tropicalismo, con su facha de profesor universitario cuarentón, armado con una guitarra que parecía dibujada por un niño.
Pero la ternura sólo estaba en la forma del instrumento, porque Arto Lindsay no es hombre de acordes limpios. Es de crujidos, estallidos y disonancias constantes, que trizaron cadencias y resquebrajaron la velocidad crucero de su repertorio, consagrado a su último álbum Salt. Mezclas impensadas, atrevidas e hipnotizantes. Una delicia subterránea.