Ni juego ni lágrimas
Claudio Vergara 29/11/2004
La electrónica tiene sus dogmas. Y aquel que dicta que sus héroes pueden carecer de nombres, rostros y leyenda, parece ser su mayor evangelio. Escritos también válidos cuando quien está tras el tornamesas es una figura que porta historia: el paso de Boy George en clave DJ por Chile huele a anécdota. Un detalle hasta para melómanos enquistados en el color de los años 80.
Ni su jefatura en Culture Club ni sus aciertos solistas ni menos su reinvención electrónica, convencieron a un público mayor. La postal era insípida: una centena de fans ante un Boy George sin la motivación ni el éxtasis anunciado. Sólo señales de pericia a la hora de los quiebres bien calibrados en sus mezclas y los samplers que filtraron el pop de Depeche Mode y Crowed House. De empatía, agite y sudor, nada.
Un nuevo público y un nuevo escenario avecindado hace algún tiempo en Chile: el de una masa que no discrimina ni para bien ni para mal el nombre o la destreza de quien los haga sudar en la pista. Ayer, Groove Armada; hoy, Boy George.