Primera persona plural
Teatro Providencia, miércoles 15 de diciembre
Marisol García C. 16/12/2004
Más allá de lo novedoso que ahora le resulta a Álvaro Henríquez enfrentar un público en plan solista (los Pettinellis se disolvieron hace no más de ocho meses), el delicado y complejo armatoste que sostiene su más reciente disco exige de un cuidado en vivo que probablemente ningún músico de base rockera ha intentado hasta ahora en el país; y que anoche en el Teatro Providencia —en la primera jornada de un ciclo de tres conciertos que concluye el viernes, a un precio especial de mil pesos— el cantautor logró reproducir sólo en parte.
No hablamos de pop-sinfónico ni nada de eso. Si fuera por impresionar con miles de sonidos, cualquiera puede recurrir al sampleo. La hazaña que Henríquez logró este año en estudio —tomará tiempo apreciar la cantidad de timbres, armonías y detalles que se equilibran en sus nuevas canciones; mejores cada nueva vez que se las escucha— fue la de balancear algunas de las composiciones más personales de su trayecto con arreglos que de algún modo suenan simultáneamente a finura e intensidad. Sólo de esos dos polos se afirmó el jueves en vivo.
La intensidad fue lo que mejor se escuchó en el Providencia: nunca con menos de cinco músicos sobre el escenario (en los momentos
peak, contamos doce), la opción sonora de la noche fue amplificar fuerte, cantar con todo y aprovecharse de una percusión contundente (¡dos baterías!) para ir desarrollando un repertorio extenso y de una popularidad probada; con al menos ocho canciones de Los Tres, dos recuerdos de Pettinellis y el disco
Álvaro Henríquez completo. Por intimistas que sean algunos de sus nuevos versos, Henríquez los sostiene sobre estructuras poderosas, con
crescendos, estrofas cortas y una medida en la entrega que sólo potencia el resultado. Es un todo mucho más popular que simplemente "rockero". Como síntoma, si los covers que hacían Los Tres no salían de Gene Vincent o Elvis Presley, esta noche se escuchó una versión de Los Tigres del Norte ("Jefe de jefes") y otra de Phil Spector ("Be my baby").
El problema es cuando esa fuerza eléctrica debe combinarse con un cuarteto de cuerdas, un piano, una guitarra acústica y un acordeón. Es complejo que ese intento de orquesta-rock suene como debiera, y no precisamente por culpa de los músicos. La formación completa de Los Bunkers fue el principal apoyo de Henríquez esa noche, quien ahora tiene a Manuel Basualto como baterista estable, Rodolfo Henríquez como único acordeonista y Marcelo Cuturrufo repartido entre la batería y el piano. Un nuevo bajista entró brevemente para un par de canciones, y se ensaya como nuevo integrante del grupo. Son músicos seguros, que no están ahí para descollar individualmente y se ponen al servicio de canciones que pueden defenderse perfectamente por sí mismas. Son músicos capaces de tocar a la altura de las circunstancias, pero esas circunstancias son fuertes en el fondo pero aún endebles en lo inmediato.
Álvaro Henríquez es un disco contundente —hermoso, novedoso, personal— que irá ganando fuerza en vivo en la medida que se comprenda como un soporte radicalmente distinto al usual en las grabaciones rockeras, y que le exige a quien lo interprete habilidad de grandes ligas.
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