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Palacio de la República: El talón de Aquiles de Berlín

Uno de los edificios más emblemáticos de la ex RDA, el Palacio de la República, ha generado un acalorado debate en torno a “qué hacer con él”. Mientras las opciones van de un extremo a otro, un grupo de artistas ha sabido dilatar la decisión.

22 de Marzo de 2005 | 15:48 | Texto y fotos Ilona Goyeneche, desde Alemania.

El antes y el después del Palacio de la República
Antes de que se construyera el enorme edificio de la discordia se encontraba en el mismo lugar durante 500 años el Palacio Real de Berlín. El tres de febrero de 1945 fue atacado por 800 bombarderos y 1.000 cazas de escolta que dejaron ardiendo el lugar durante tres días. El gobierno de la ex Alemania Oriental decidió derrumbarlo en 1950. Más que un hecho práctico, fue una decisión simbólica que quería demostrar el poder socialista por sobre la aristocracia. Durante 20 años sólo hubo un terreno baldío. A principio de los ‘70 se decidió construir el entonces llamado Palacio de la República como un centro de eventos y recreación con restaurantes, teatros, bares y discoteca para todo el pueblo, inaugurándolo en 1976.

Al caer el muro este espacio, como muchos otros, fueron cerrados. Más tarde se comenzó a desmantelar el interior dado a que se encontraba contaminado por asbesto. Para Amelie Deuflhard, gestora cultural a cargo del proyecto ‘Volkspalast’, fue una decisión “más bien parte de una tendencia de erradicar todos los edificios socialistas que hay en Berlín, en especial en el centro de la ciudad donde eran muy visibles y representativos. Muchos otros edificios estaban igualmente o más contaminados pero no fueron cerrados”.

“Si se hubieran aplicado las leyes comunes de preservación de edificios y monumento nacional el palacio no debería haber sido desmantelado”, explica Deuflhard, “pero como se trataba de uno de los edificios más importantes de la ex RDA y muy pragmáticos dentro de la ciudad, se prefirió por razones políticas deshacerse de él. La comisión de monumentos nacionales trató de impedirlo, pero fueron sobrepasados.” En 2003 el parlamento alemán decidió echar abajo el palacio de la ex Alemania Oriental y volver a construir el antiguo. Por lo menos su fachada y en su forma. Sin embargo, todavía no se ha ordenado el cierre definitivo.

Más información del proyecto Volkspalast (en alemán)

Más información del Palacio Real de Berlín (en parte en español)

Más información del Palacio de la República (en inglés)

BERLÍN.- “Tienes que imaginarte que esto era muy elegante, predominaban los colores rojos y verdes, todo alfombrado, con cómodos sillones y sofás por ahí y por allá, y enormes floreros con arreglos adornaban el lugar.” La descripción de Jörk Wendel requiere de un poco de imaginación. Describe con las manos y palabras lo que en algún momento fue el Palacio de la República en la ex Alemania Oriental. Ahora sólo se ve un espacio gigante, enormes estructuras de acero, el suelo de cemento húmedo y vidrios polarizados rallados con graffiti que dejan entrever un exterior lejano e irreal.

“Contaba con una de las mejores infraestructuras del país, todas las actividades contaban con el 100% de público. Abajo había una discoteca con un suelo que se movía y donde pagabas una módica suma y podías consumir libremente. ¡Esos eran tiempos!”, recuerda Wendel actual conserje del edificio y uno de los encargados de instalar el sistema eléctrico cuando se construyó este palacio en los años ’80. Era un espacio multiuso para todo el pueblo donde se llevaban a cabo desde reuniones políticas hasta actividades culturales y de recreación. Ahora las temperaturas de invierno hacen prácticamente imposible estar por mucho rato en el palacete desarticulado. “He invitado varias veces a mi señora a que venga a visitar el lugar, pero no quiere. Se moriría de pena verlo como está ahora”, se lamenta el conserje.

Aunque no ha quedado nada del glamour del antiguo Palacio de la República, éste sigue en boca de todos y aún no ha recibido su juicio final post caída del muro. Entre los políticos y la sociedad se ha generado un dividido grupo alrededor del “qué hacer con el edificio”: los que proponen renovarlo y aceptarlo como una parte de su historia, aunque no haya sido la mejor; otros que defienden la propuesta de echarlo abajo y reconstruir el antiguo Palacio Real de la ciudad que la ex RDA pulverizó (ver recuadro). La discusión no es para menos. El edificio se encuentra en uno de los puntos neurálgicos de Berlín, en la llamada isla de los museos, es inevitablemente llamativo y se diferencia de manera obvia de los edificios clásicos que lo rodean.

Así, mientras algunos pegan el grito en el cielo argumentando que no es momento de hacer palacios con más de cinco millones de desempleados, otros piensan que dejar el edificio sería una forma de seguir glorificando la ex Alemania Oriental. Pasaron 15 años desde la unificación y el discutido espacio seguía en pie y sin uso. Hasta que el año pasado, y tras un largo camino burocrático, un grupo de artistas logró que el gobierno, dueño del Palacio de La República, le diera la concesión para aprovechar el espacio con fines culturales.


Un palacio para el pueblo

“Hasta ese momento la discusión solamente se había generado alrededor de la fachada del edificio, y recién después surgió la pregunta ‘¿Qué es lo que metemos en este edificio nuevo?’. Nadie discutió el contenido del lugar”, cuenta Amelie Deuflhard, directora de un renombrado equipo de teatro alemán llamado Sophiensealen, y principal impulsora del proyecto ‘Volkspalast’. “Las únicas propuestas que habían surgido eran, por ejemplo, trasladar un museo que se encontraba en un lugar poco estratégico y agregarle además una parte de la biblioteca nacional. Pero nunca nadie pensó profundamente en el significado que tiene y puede tener este edificio. Nuestro proyecto cultural pretende demostrar cómo se puede usar este lugar sin echarlo abajo y aprovechando el espectacular espacio e infraestructura que tiene”, explica Deuflhard.

La idea surgió cuando se estaba en pleno proceso de desmantelar el edificio porque estaba contaminado con asbesto. “Un día un amigo músico, Christian von Borries, que realiza proyectos musicales en edificios o lugares contaminados políticamente, me comentó que le gustaría hacer uno de sus proyectos en el palacio de la ex RDA”, comenta Deuflhard. La idea le quedó dando vueltas, pero pensando en ampliar esa propuesta, incluyendo además otras áreas culturales. Comenzó escribir cartas y salió a buscar socios.

A fines del 2001 Deuflhard logró reunirse con representantes del Gobierno, encargados de la planificación de la ciudad y artistas para hablar del proyecto: crear un espacio donde se ofrecen actividades culturales como teatro, instalaciones, arte, música, etc. Siguieron algunos trámites burocráticos, acrobacias para convencer al Gobierno y reformulaciones del plan hasta que a fines de 2004, logró que le dieron el vamos. A ella, junto a un grupo nacido el 2003 con el nombre de “Zwischen Palast Nutzung” (Uso temporal del palacio), compuesta entre otros por una de las óperas de Berlín, arquitectos, museólogos, políticos y empresarios, para llevar a cabo este proyecto. Esto significó una inversión de 100.000 euros en infraestructura y aproximadamente siete veces más en los proyectos mismos, con aporte estatales y de privados.

Las características de las actividades que se iban a llevar a cabo en el emblemático lugar llamado ahora “Volkspalast” (palacio para el pueblo) tenían rasgos en común. “El Palacio de la República es un lugar donde automáticamente se desarrolla una punto de discusión en torno al lugar, el pasado e historia. Uno no puede hacer un programa cultural sin tocar este tema de fondo”, explica Deuflhard. “Pero nuestras propuestas de arte no eran políticas sino que giraban alrededor del edificio mismo. Así los artistas que seleccionamos ya se ocupaban desde antes de edificios emblemáticos e históricos integrándolos a sus obras”.

Desde el 20 de agosto al 9 de noviembre de 2004 el palacio abrió sus puertas. Se hacían exposiciones, instalaciones, performances, visitas guiadas por el edificio y actividades en las noches. “La idea no era atraer una gran cantidad de público con cualquier método marketero y banal, sino que a través de una oferta diferenciada y diversificada creando un lugar multicultural y funcional que incluye y engloba todas las artes. Fue una suerte de experimentación porque en el fondo no sabíamos como iba a reaccionar la gente. Especialmente porque seleccionamos proyectos artísticos que no se habían hecho antes”, cuenta la encargada cultural del Volkspalast.

El éxito fue mayor de lo esperado con un total de 30.000 visitas. “Tuvimos muchísimo público y logramos atraer además uno muy variado. Eso demuestra que la gente no sólo se vio atraída por el edificio mismo sino que también por las actividades que desarrollamos y que generaron diálogo entre gente de oeste y este, jóvenes y viejos”, recuerda Deuflhard.

Pero no todos aplaudieron esta iniciativa cultural. “La ministra de Cultura Christina Weiss, dijo que estábamos tratando de generar una suerte de romanticismo por la ex Alemania Oriental”, comenta la alemana, “aunque todos sabían que eso no era así. Es que no se puede ignorar el pasado, una tendencia que hay acá y que a mí me parece una suerte de mentira”.

Actualmente sólo una obra de arte del noruego Lars Ramberg se exhibe en el edificio, o mejor dicho, fuera de él. La palabra “Zweifel” (duda) escrita con letras gigantes, iluminadas de noche con luces de neón, decora el techo del palacio. Sobran las explicaciones.

El grupo encargado del ‘Volkspalast’ espera en este momento a que pase el frío que hace imposible llevar a cabo cualquier actividad dentro del edificio (que no cuenta con calefacción), para volver a abrir sus puertas en agosto y septiembre de este año.

Supuestamente ésta será la última vez. “Aunque ya han corrido como tres veces la fecha de cierre definitivo”, comenta Deuflhard. “Espero influenciar de alguna manera en la decisión final sobre el Palacio de la República ya que me parece absurdo destruirlo y, especialmente, construir el antiguo nuevamente. Es que la infraestructura simplemente es increíble y se podrían hacer grandes cosas en este lugar”. Pero finalmente Deuflhard es pesimista y desilusionadamente comenta “sin embargo creo que lo terminarán echando abajo”.