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La lección de funk 27/3/2005

28 de Marzo de 2005 | 18:32 |
Marcelo Contreras

La coreografía que monta el espectáculo de James Brown en vivo es de una gracia sobrecogedora. Una historia que parte con la voz de un presentador, que a cada frase agrega un nuevo adjetivo para el padrino del soul, líneas que insisten en proclamarlo como la figura suprema del ritmo.

El dogma crece al pulso de una orquesta espectacular: dos baterías, dos bajos, tres guitarras, tres bronces, un percusionista, tres coristas y dos bailarinas. Brown se hace esperar, mientras el saxo despliega virtuosismo y sinuosas líneas de funk colman los rincones de la Quinta Vergara. Cuando el clímax sónico y rítmico está a punto de estallar, James Brown entra en escena.

Es un pequeño demonio de traje furiosamente rojo, cortado de tal manera que sus hombros se ven amplios y sus piernas delgadas, siempre dominadas por movimientos impredecibles y elegantes.

Cada uno de sus integrantes disfruta del tiempo necesario para volcar solos instrumentales, que se ciñen aplicados al funk, el soul y el blues, mientras Brown dirige sutil la orquesta desplazando apenas sus brazos para marcar quiebres y ambientes, salpicados de sus gritos cortos, que rasgan una garganta todavía plena. Una voz que a los 71 años simplemente emociona. No todos los días un rostro de la historia mira a la cara.
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