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Años de aprendizaje 15/5/2005

15 de Mayo de 2005 | 00:00 |
Radicado en Suiza, el director chileno volvió esta semana al Teatro Municipal, el escenario que lo vio crecer como conductor. En conversación con Artes y Letras, reflexionó sobre sus logros y aspiraciones, y de paso ofreció su mirada al ambiente musical chileno.

Joel Poblete M.


A juzgar por la entusiasta recepción del público y la envidiable conexión que se vio entre él y la Orquesta Filarmónica, para un espectador cualquiera el concierto con el que el lunes pasado Rodolfo Fischer ocupó el podio en el Teatro Municipal de Santiago, para dirigir un programa que mezclaba al chileno Andrés Maupoint con Tchaikovsky y Sibelius, podría haber parecido uno más en la sólida trayectoria del director chileno. Pero los que han visto su evolución al frente de la agrupación sabían que esa noche representaba un significativo reencuentro, tras casi dos años, entre la orquesta y una de las batutas que más han trabajado con ella en la última década. Además, era el único concierto que dirigiría en Chile el presente año.

Mellizos en Suiza

"Ha sido muy grato ver a la Filarmónica después de dos años, porque los veo diferentes a ellos y ellos me ven distinto a mí; realmente fueron nueve años seguidos de trabajo en conjunto", nos comentó el músico, actualmente radicado en Suiza, el país donde nació hace 37 años y en el que vive con su esposa y sus dos hijos mellizos, nacidos hace un año y medio. Y esos nueve años a los que se refiere fueron bastante intensos: heredero aventajado de una familia de músicos, destacado pianista en sus inicios, licenciado en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile; tras optar finalmente por la dirección orquestal y estudiar la especialidad en el Curtis Institute de Filadelfia, pasó a ser el asistente musical en uno de los proyectos más ambiciosos del Municipal, la puesta en escena de la tetralogía "El anillo de los nibelungos", de Wagner, entre 1994 y 1997, el mismo año en el que, siempre impulsado por el titular de ese entonces, el húngaro Gabor Ötvös, dirigió su primera ópera en ese escenario, la versión nacional de "Hänsel y Gretel". Los años que ocupó el puesto de director residente en el teatro capitalino -en rigor, el segundo al mando en materias musicales- no sólo le permitirían dirigir otras 15 óperas, sino además ampliar su repertorio con conciertos de verano y en la temporada oficial, e incluso debutar al frente de otras orquestas, como la Sinfónica en el Teatro de la Universidad de Chile.

Aunque cuando conversó con nosotros aún sufría los efectos de una traicionera gripe que le impidió estar en el primer ensayo con la orquesta, no fue difícil advertir que Fischer conserva la sonrisa sincera, la sencillez y cordialidad que lo caracterizan. Recuerda con cariño sus días al frente de la Filarmónica, pero reconoce que tenía claro que en algún momento tendría que emprender el vuelo. "Yo siempre pensé que ése sería un período de mi vida en el que yo tenía mucho que aprender. En experiencia, en repertorio... Siempre le puse fecha de término a Chile, al menos en un sentido de residencia. Me encanta venir, y me considero muy afortunado de poder seguir trabajando en Chile, porque lamentablemente hay otros casos de colegas chilenos que desaparecen y uno no sabe por qué si son muy buenos. A mí Chile me ha dado todas las posibilidades, ¿qué más puedo pedir? Vayan a preguntarles a los alemanes cuando salen de la Hochschule cómo tienen que luchar para entrar en los circuitos profesionales. Y yo nunca sentí eso de ah, es chileno, entonces no".

Y aclara que si presentó su renuncia, no fue porque estuviera descontento, sino por necesidad de ampliar sus horizontes: "El puesto de director residente es muy parecido a lo que en Estados Unidos llaman ‘associated conductor’: es bueno por cierto tiempo, pero después es importante que la persona se vaya de ahí, y si va a regresar, que lo haga años después, con toda la experiencia que ha adquirido. Pero el paso de residente a titular no se da tan fácil si uno sigue en el mismo sitio. Y yo considero que mientras más orquestas uno dirige, más aprende; por más que uno hable de globalización, es muy distinto estar en Dinamarca que en Hungría o Nueva Zelandia".

Todos esos sitios y unos cuantos más han sido los destinos de este Fischer que trata de viajar menos que antes por su incipiente paternidad. "Desde que dejé la residencia en Chile he estado respondiendo a invitaciones de afuera, concentrándome un poco más en Europa; se están abriendo más posibilidades". En el último tiempo le ha tocado dirigir a la Filarmónica de Copenhague y la Orquesta Nacional Juvenil de Hungría, y en Francia ha participado en los festivales de la isla Réunion, donde invitan a los principales músicos de ciudades como Montecarlo, Lyon y París. Incluso el año pasado tuvo un elogiado debut en el Teatro Avenida de Buenos Aires, con la "Ariadna en Naxos" straussiana, al frente de la prestigiosa Camerata Bariloche. Una actuación inolvidable para Fischer: "La disfruté de principio a fin, fue un período tan gratificante en lo artístico, dirigiendo a esos monstruos conocidos en toda Argentina".

-¿Hay muchas diferencias en el trabajo con las orquestas en el exterior?

"Recuerdo el trabajo con la Filarmónica de Copenhague; era la primera vez que yo dirigía una orquesta de esa categoría, entonces los diez primeros minutos son como de extremo pánico (se ríe), porque, como decía un amigo mío, uno está dirigiendo y piensa: esto suena mejor que cualquiera de los conciertos que he dirigido en mi vida. En orquestas como ésas tú bajas la batuta y ya está todo sonando, sólo faltan ajustes, por eso mucha gente dice: ah, esas orquestas suenan solas. ¡Y no! Esas orquestas suenan solas por algo, y saben distinguir muy bien si el tipo que tienen adelante es certero. El trabajo es diferente, uno no tiene tanto tiempo para trabajar. Mal que mal, en Santiago uno tiene cuatro ensayos de cuatro horas, más uno general, mientras afuera me ha tocado llegar un día antes del concierto, un ensayo en la mañana y otro en la tarde, al día siguiente el general y finalmente el concierto. Estás en el aeropuerto, y dos días después estás de nuevo en el aeropuerto. Eso es un poco frustrante.".., comenta mientras sonríe.

Director de ópera

A estas alturas, Fischer ya tiene cada vez más claro sus intereses y el repertorio que prefiere abordar. De partida, ser solista en piano quedó descartado hace mucho tiempo: "Es una linda herramienta de trabajo, pero francamente habiendo ¡tanta! gente que toca mejor el piano que yo, me digo ¿para qué? Habiendo probado el caramelito de la dirección, no puedo dejarlo". Y dentro de él, un lugar de privilegio lo ocupa el repertorio lírico: "Debo serte franco y decir que sí echo de menos la ópera, porque desde que me fui a Europa he estado dirigiendo más repertorio sinfónico. Siento que en el Municipal adquirí un tesoro, una gran experiencia en el género, y me gustaría poder mostrar eso afuera. Pero cuando me preguntan a qué prefiero dedicarme como director, yo respondo que a mí me gusta la música. Crecí con una mamá que trabajaba con los cantantes y venían a la casa, y con un papá que se dedicaba a la música de cámara y sinfónica. Crecí con las dos cosas, para mí es difícil decir esto es lo mío y no me quiero dedicar a nada más".

Humanidad de la ópera

-¿Y en verdad es muy diferente el director sinfónico del especializado en la ópera?

"En lo sinfónico todo está concentrado en el director, con todas las luces dirigidas hacia uno, lo que es increíble, muy exigente y es genial si uno es egocéntrico (se ríe). Pero también es una carrera muy solitaria, de viaje en viaje. En la ópera uno está un mes en una ciudad, conoce a los cantantes, a sus familias que los van a ver a las funciones, se crea otro tipo de lazos, quizás el tipo de trabajo es más humano".

-¿Sientes que tu trabajo como director de ópera ha ido evolucionando?

"Para mí hay un momento que es clave en mi carrera de director operático, la "Carmen" con elenco internacional que tuve que dirigir en 1999, con la mezzosoprano Luciana D’Intino como protagonista. Después del estreno ella me habló, y de manera exigente. Me dijo: yo te necesito a ti; no necesito que me marques los tiempos, tú tienes una batuta muy clara y no hay ningún problema con eso, pero necesito saber quién eres tú. Yo me quedé pensando en cómo una persona de esa trayectoria de todos modos necesita el apoyo del director, no un acompañante. Y eso me cambió el chip, me di cuenta de que uno es como la fuerza musical de la obra, y si ellos no tienen eso del director, se sienten totalmente abandonados. Y eso me hizo cambiar todo mi sistema de trabajo en la ópera, partiendo no de la parte sinfónica, sino desde lo vocal; así, lo primero que hacía era sentarme a tratar de cantar la ópera con mi voz espantosa, y ver los tiempos y respiraciones. Eso entonces me dio una conexión totalmente distinta con los cantantes".

Incluso ese giro le ayudó a abandonar el encasillamiento al que más de alguien lo había destinado, ya sea por su estilo o simplemente por su apellido. "Siempre han tendido a pensar que sólo sirvo para el género alemán. Tal vez antes preparaba las óperas al revés, de un modo más intelectual, y entonces empecé a abordar el repertorio italiano de la manera más coherente que se requería". Y eso influyó en que algunas de las experiencias de las que mejor recuerdo guarda en la temporada lírica sean títulos italianos, como la "Madama Butterfly" del 2001, por la que ganó el premio Altazor, y el "Simon Boccanegra" de ese mismo año: "Fue una revelación para mí mismo poder ser un director verdiano, porque yo francamente no era una persona que se sentaba en la casa a escuchar arias de Verdi, y de repente me di cuenta de que esa cosa de nervio, a la vena, es fantástica".

Desde la distancia

El programa que Fischer dirigió en su regreso al Municipal se inició con "Arbol deshojado", una breve y melancólica composición de Andrés Maupoint. Una buena excusa para hablar del siempre complejo tema de cómo ayudar a la mayor difusión de la música contemporánea chilena entre los públicos masivos y menos especializados. "Lo importante es tener instancias donde los compositores puedan tener una selección natural primero, léase concursos o becas, que les den la posibilidad de expresarse. Tampoco se trata de darles la oportunidad a todos, esto también es un privilegio; así como los instrumentistas pasamos por el colador, los compositores también tienen que hacerlo. Y eso no todos lo entienden aquí en Chile, donde el concepto de la competencia no es reconocido; siempre los logros se explican por el pituto, porque es conocido de éste... y a veces las cosas son tan simples como que uno tiene una mejor obra que el otro, y punto".

-Siempre es difícil mezclar el repertorio tradicional con las obras chilenas en un mismo concierto...

"Esta es una pregunta que no sé si tiene respuesta, porque lamentablemente llevamos años tratando de poner un poco de uno y otro poco del otro esperando que la gente se acostumbre, y no se acostumbra... Como en este concierto en el Municipal: hay gente que irá sólo a oír el concierto de Tchaikovsky, a la que le dará una lata espantosa escuchar la obra chilena del principio, e incluso preferirá llegar tarde; al revés: también están los entusiastas de la música contemporánea a los que sólo les interesa escuchar eso, la que vimos en el concierto de Pierre Boulez hace unos años, la que va a los festivales del Goethe. Yo creo que sencillamente hay que separar los públicos: por un lado, los que a lo más aceptan hasta Berg o Messiaen y, por el otro, un festival de música contemporánea, por lo menos tres semanas, se hace un concurso, se invita a dirigir a Penderecki, a Boulez, o alguien así que cause mucho impacto en los medios de comunicación. A lo mejor quedarían todos contentos".

La lejanía física y geográfica de estos últimos dos años le permite a Rodolfo Fischer ser un observador más imparcial y respetable a la hora de evaluar la actual situación del mundo musical chileno. "Ha habido una evolución enorme con las orquestas juveniles", comenta. "Es indudable que hay más músicos en el país, eso se siente. Parece que esto va a continuar, y no creo que sea algo que termine con el gobierno de Lagos. Con pocos medios, la Filarmónica y la Sinfónica han hecho una labor increíble de difusión, de buscar obras chilenas, manteniendo una temporada internacional dentro de lo que se puede. Lo que me tiene un poco preocupado, mirando desde afuera, es que veo un país que está recuperando mucho dinamismo en la parte económica, pero siento que en lo artístico no se están dando todos los espacios, y eso ha llevado a una cierta apatía o indiferencia de la población. Es como que lo que vaya a pasar con la orquesta no tiene una importancia capital, como la selección de fútbol o el tenis. Los desarrollos tienen que ir en paralelo".

Donaciones urgentes

El director manifiesta su preocupación por el rol de la música docta en el concepto de cultura de la sociedad chilena: "Distingamos lo que es la cultura: hay espectáculos que son masivos, eso para mí es entretención. La cultura tiene siempre un precio mayor y tiene un público menor, pero el público está y yo lo vi porque hice cuatro años de temporadas de verano gratuitas con la Filarmónica y cada vez iba más gente, que se quedaba con las ganas de ver más espectáculos como ésos. Hay un público que no viene a los conciertos porque es muy caro, entonces esa gente merece una oportunidad. Y nosotros tenemos que poder darles el espacio, pero necesitamos una ley tributaria que nos permita descontar impuestos a las personas que quieran colaborar con el teatro. Si no, se acaba la cultura".

-Aún es temprano para hacer un balance de tu trayectoria, pero ¿estás conforme con lo logrado hasta ahora? ¿Te imaginabas que sería así?

"El destino no está en las manos de uno, pero reconozco que me gustaría dejar una huella en la historia musical del país, como lo ha hecho mi familia. Hubo un momento, cuando era estudiante y miraba al frente de la Filarmónica a maestros como Michelangelo Veltri o el propio Ötvös, en que yo decía quiero estar ahí. Y una vez estuve ahí. Eso fue un gran paso, estar a la cabeza de la orquesta más importante de mi país", dice sonriendo.

GUSTOS MUSICALES:

-"Siempre he considerado que mis gustos están más atraídos por el período entre 1880 y 1920, del romanticismo tardío hacia el comienzo del atonalismo".

-Entre las batutas que Fischer admira figuran maestros ya fallecidos, como Carlos Kleiber, Wilhelm Furtwängler y Leonard Bernstein. Fischer tiene 37 años y fue asistente musical de Gabor Ötvös en "El anillo de los nibelungos".

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